Síntoma a tener muy en cuenta es el de que hoy, tras hacer balance de pérdidas en la inmensa mayoría de los casos, comprobados los décimos sin premio, uno tras otro, nos aferremos a lo fundamental y, para consolar la conciencia, declaremos el día nacional de la salud. Sabemos que va antes que el dinero. Y también, que el amor la sobrevive, al menos el que se escribe con mayúscula.
Importa, no obstante, contemplar la salud cada día, en tiempos de aparente ausencia de enfermedad, cuando más cuesta detenerse en el bien preciado que nos han recordado los alambres sin recompensa, las tablas estériles, los gordos vendidos y comprados allí, las pedreas que no nos cayeron encima.
Uno de los medios para cuidar del fin, la salud, aunque no sea el único ni el más competente, en diversas acepciones, es el Ministerio de Sanidad. Uno de los muchos ministerios de tercera división, tanto que iba a servir para que el titular se dedicara a negociar con socios parlamentarios más que con profesionales sanitarios, cuando un virus se cruzó por medio y aumentó las horas de trabajo en el Paseo del Prado. Pocas comparadas con las jornadas a las que estamos acostumbrados, desde siempre, los médicos españoles. Porque siempre se ha hecho así.
Mi colega Mónica García, que fue médica antes que madre, cocinera antes que freira, activista laboral y política antes que ministra, y que tiene fotos pidiendo un estatuto médico que ahora niega, parece más que enrocada. Diríase que de su bombo no va a salir la bolita que le demandan amplias capas de la profesión médica, sindicada o no. Yo me cuento entre estos últimos, y también entre la mayoría que no hicimos huelga, y no sé si en la minoría que no pide un estatuto laboral propio diferente a uno general que abarque a todas las profesiones sanitarias, o incluso a todos los trabajadores.
Seguramente sea porque el estatuto que en realidad define a la profesión médica no es uno que nos libere de agravios comparativos, que los hay y no está de más reiterar, en cuanto a jornadas laborales, cotizaciones, etc. No hacer huelga por ello, porque uno entienda que el paciente del día concreto no ha de pagar la negligencia de los gestores (y la de los sindicalistas crónicos), no nos aparta de la indignación y de la reivindicación.
Decía, no obstante, que la esencia del ser médico no está tanto en una regulación de horarios y honorarios sino en el respeto cabal a la deontología profesional, recogida hace tres años en la última versión del Código de Deontología Médica, “que sirve para confirmar el compromiso de la profesión médica con la sociedad a la que presta su servicio”, según se expone en la introducción. También decimos que “el fomento del altruismo, la integridad, la honradez, la veracidad y la empatía son esenciales para una relación asistencial de confianza plena” y se apuesta por “la mejora continua en el ejercicio profesional y en la calidad asistencial, basadas en el conocimiento científico y la autoevaluación”.
El Código de Deontología Médica, en su artículo 6.4, establece que “siendo el sistema sanitario el instrumento principal de la sociedad para la atención y promoción de la salud, el médico ha de velar por que en él se den los requisitos de calidad, suficiencia asistencial y mantenimiento de los principios éticos. En cualquier ámbito en el que desarrolle su trabajo, el médico está obligado a denunciar las deficiencias, en tanto puedan afectar a la correcta atención de los pacientes”. Y a continuación, en el 6.5: “El médico tiene el deber y el derecho de ejercer su profesión con autonomía profesional e independencia clínica. Tiene la libertad de explicar su opinión profesional respecto a la atención y el tratamiento de sus pacientes sin influencia de partes o personas externas, en beneficio de dichos pacientes y de la sociedad”. No siempre esto es fácil, y tampoco hacemos especial gracia los que, con nombre y apellidos, opinamos, porque entre los de arriba, la querencia es a la mordaza generalizada, y su tendencia, la de exigir la neutralidad, que calladitos estamos más guapos.
Ese silencio, ese acatamiento cobarde, esa resignación poco útil y nada ejemplar, precisamente nos ha distinguido a los galenos ante el triturado legislativo de nuestra deontología. Han pensado los legisladores españoles que los principios éticos de la profesión médica no merecen respeto y no les hemos quitado la razón, una razón que por supuesto tenemos, por mucha ley inicua que pergeñen. Nuestra pastueña acomodación, porque no nos hemos atrevido a dar la cara por nuestros principios deontológicos, por el derecho a la vida desde la concepción hasta su fin natural, por el compromiso del médico con la vida humana en todos sus estadios (artículos 4.1, 31.2, 61.1), se torna ahora pancarta y lucha por nuestros derechos laborales, también pero después, vilipendiados.
Bien está si ya nos atrevemos. De momento, por el dinero y la salud. Confío en que pronto también por el amor, ese que se escribe con mayúsculas, carne de nuestra carne. Porque estuvo enfermo y le visitamos, el día nacional de la salud y los otros trescientos sesenta y cuatro (o cinco) de cada año.
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