Desde hace muchísimos años, desde la Dictadura franquista hasta casi nuestros días, la versión oficial asegura que Miguel de Unamuno falleció el 31 de diciembre de 1936, en su casa de calle Bordadores de Salamanca, de un “accidente cardiovascular”, (digamos subrepticiamente), mientras conversaba con el falangista Bartolomé Aragón.
Esta versión, ha sido muy criticada últimamente como un relato falangelizado, edulcorado y engañoso para ocultar un posible crimen de Estado.
Ya en el libro “La doble muerte de Unamuno”, (Capitán Swing, 2021) del profesor de la USAL Luis García Jambrina y el cineasta Manuel Menchón, se plantean numerosas incógnitas sobre la muerte del escritor. Incluso, ya antes. Menchón insinuó más o menos lo mismo en su documental “Palabras para un fin del mundo”, en el 2020.
Pero estos autores siempre hablan de que “‘no es un libro de historia ni un trabajo académico, sino un cruce de crónica y reflexión, indagación histórica y biográfica y recreación literaria; no son verdaderos ensayos”.
Aunque, ellos afirman “que existe la posibilidad clara de que Unamuno fuera asesinado. Y los perpetradores, temerosos de una propaganda internacional muy desfavorable, como sucedió tras la muerte de Lorca en agosto, habrían camuflado su crimen como una muerte natural”.
Carlos Sá Mayoral en su ensayo (“Miguel de Unamuno: ¿muerte natural o crimen de Estado? Henry Miller y Francisco Franco en la desaparición del escritor", editorial Cuadernos del Laberinto, 2023), va más allá y pone el techo de la investigación más alto. Añade que Unamuno fue asesinado por un miembro del SIM (Servicio de Investigación Militar) ordenado por Franco.
Claro, que el falangista-requeté B. Aragón tuvo que presenciar tal asesinato, obligado, para poder ser testimonio posterior en un relato falangelizado de muerte natural, imprevista y repentina. Es más, negamos como Carlos Sá, la autoría criminal de B. Aragón, pero no la presencia ni las posibles implicaciones en el asesinato.
La causa del fallecimiento fue, según el parte médico del doctor Núñez, "una hemorragia bulbar". Es decir, la rotura vascular de su bulbo raquídeo. Un diagnóstico, muy discutible, pues es imposible de asegurar (lo*) sin haber practicado una autopsia, que el médico no vio necesaria, dice, dados los antecedentes del paciente. Hay muchas dudas sobre este certificado defunción, del que solo se encuentra una mala copia con tachaduras y errores…
Sugiere Carlos Sá que, más bien, hubo asfixia o fractura del cuello, por detrás, al estilo del típico torniquete del “garrote vil”. En todo caso, la causa de fallecimiento tal vez fuera, por tanto, imperceptible para los presentes.
Ya hubo antecedentes de biógrafos, como el matrimonio Rabaté, que mencionaron los "rumores insistentes" sobre el posible envenenamiento de Miguel de Unamuno. En la ciudad salmantina, esos runrunes ya corrían durante la misma tarde-noche de su muerte y días posteriores.
Últimamente se han creado dos grupos de trabajo de investigación universitarios para poder analizar todo ese material y ver la posibilidad de una necropsia. Estos pertenecen, unos a la universidad de Salamanca (GTC) y otros a la universidad del País Vasco, EHU. Las comisiones son interdisciplinares y pueden generar un estudio muy completo del tema.
Los restos de M. de Unamuno están el nicho 340, galería san Antonio, en el cementerio San Carlos Borromeo de Salamanca.
Con todas las precauciones debidas y pasos legales a dar, estos dos grupos de investigadores se están planteando tres cuestiones fundamentalmente. Una, que el resultado de la necropsia sea el confirmar que hubo violencia en la muerte. Otra, que no la hubo. Y una tercera, que no se pueda descubrir nada dado lo avanzado del cadáver de don Miguel.
En todo caso, atribuir violencia en la muerte de Unamuno tiene, para estas comisiones investigadoras, dos caminos. Uno, indagar si fue asesinado y cómo, por el propio y B. Aragón, y si este era el único presente esa tarde con él. Otra, apoyando las tesis de Carlos Sá, (y otros autores que mantenemos lo mismo), comprobar que fue asesinado por orden de Franco, a través de un agente del SIM, por asfixia o por . En este caso, B. Aragón acudió más como de comparsa, bien obligado o amenazado o lo que sea.
También indagarán, dadas las circunstancias y si se exhuma el cadáver, las diversas opciones de asesinato, o no: la de la asfixia o la fractura del cuello… O la improbable del envenenamiento. O como decían Menchón y Jambrina, la inyección letal vía aguja en el cuello. Pero insiste Carlos Sá, en su libro-ensayo, que existen claros atisbos de asesinato, por el agente del SIM.
Si se unificaran esfuerzos entre esas dos comisiones universitarias de la USAL y EHU, conjuntamente con los autores de las últimas tesis sobre la muerte de Unamuno, se andaría mucho recorrido en ese sentido.
Unos tienen los medios, otros tienen las ideas y los análisis de material sensible. Y el prestigio investigador y creativo, otros. Es una iniciativa muy loable aclarar si hay indicios de criminalidad en la muerte del rector vitalicio de la USAL, después te tantos años de que nos pretendieran hacer creer las patochadas del relato falangelizado, dictado por B. Aragón y escrito por Ramos Loscertales, uno falangista-requeté y el otro de la Falange tradicionalista, y puro y servil franquista
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