Voy a ser breve. Me parece una falta de respeto intolerable entablar de forma negativa y despectiva una relación directa de las oscuras, inhóspitas y torticeras galerías de las aguas fecales de la política con una profesión tan necesaria y talentosa como la de Fontanero, con mayúsculas.
En la sociedad actual existe una creencia generalizada de que ciertas profesiones desmerecen, pareciera que todos los jóvenes han de ser universitarios y que la categoría social se mide en masters; queda muy fino eso de los masters. Pero cuando se atasca del fregadero, cuando a la vecina de arriba se le va el agua por una tubería cansada del trasiego líquido de años, cuando hay que cambiar la vieja bañera por el plato de ducha, cuando hay que hacer e inventarse un cuarto de baño nuevo, cuando la puñetera gotera sale y vuelve a salir, cuando se atranca el wáter…cuando, cuando, cuando…. ¿A quién llamamos? Al fontanero.
El fontanero nos arregla la vida porque hay que ducharse para estar limpitos, hay que fregar los platos, hay que beber agua, hay que tirar de la cadena, colocar perfectamente las tuberías en un chaperón inesperado.
El fontanero es un maguiver indecorosamente ninguneado por quien no tiene ni puñetera idea de lo que significa ser un buen especialista de una profesión tan necesaria como minusvalorada. No sabemos la importancia que tienen hasta que los necesitamos con urgencia fisiológica.
Y ahora vienen los políticos a echar barro a la profesión poniéndole mono, casco y una llave inglesa en la mano a una tal Leire oficiando, por superior mandato, en las llamadas cloacas del Estado.
Ustedes, los políticos, que son tan ingeniosos siempre retorciendo el diccionario hasta la ridiculez, la memez y el esperpento, busquen otra forma de llamar a estos personajes del inframundo y dejen en paz a una digna profesión de toda la vida imprescindible y valorada.
Aunque no lleve corbata es mucho más limpia.
Toño Blázquez
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