Afortunadamente, serán muy pocos los españoles que no sepan lo que fue ese grupo de escritores, sobre todo poetas, de la década de los 20 del pasado siglo, que tanto influyó en nuestra literatura. Se les llamó la Generación del 27 porque un grupo de ellos se reunieron en Sevilla para conmemorar el tercer centenario de la muerte del gran poeta del Siglo de Oro, Luis de Góngora. Se trataba de admiradores de poetas clásicos, aunque también bebieron en las fuentes vanguardistas del momento.
Ha transcurrido un siglo y de aquella generación nos queda el recuerdo y, por supuesto, su obra. En ese tiempo, España ha cambiado. Si dijera que no ha cambiado para bien, estaría faltando a la verdad. De momento, después de aquella generación, tres españoles, Juan Ramón Jiménez, Vicente Alexandre y Camilo José Cela alcanzaron el Premio Nobel de Literatura Y Severo Ochoa el de Medicina.
Fuera de las Ciencias y la Artes, nuestra cosecha ha sido un fracaso. En Economía y en la Paz, verdaderos termómetros del bienestar de los pueblos, no hemos figurado en ninguna quiniela. Mirándolo bien, estas dos categorías son las que deben adornar al buen político. Es cierto que entre los galardonados con el nobel de la Paz abundan las personalidades –hombres y mujeres- sin responsabilidades de gobierno, pero sí figuran los que, teniendo esa responsabilidad, entregaron todo su esfuerzo a encontrar los caminos de la paz y el bienestar de los demás, sin egoísmo y siempre con miras universales. Nunca se dedicaron a barrer exclusivamente para su propio beneficio.
Pues bien, transcurrido ese siglo, cuando España parecía haber encontrado la senda del consenso y la reconciliación, maravillando a propios y extraños con nuestra trabajada Transición, y después de habernos dado la mejor Constitución que podía satisfacer a tirios y troyanos, los intransigentes, los separatistas, los resentidos, los cínicos, los ambiciosos, los corruptos, los acosadores sexuales, los nepotistas, los delincuentes han florecido entre la clase política socavando el nuevo amanecer de España hasta dejarla hecha unos zorros.
Por desgracia, los garbanzos negros han aparecido en varios partidos políticos, pero la realidad del día a día ha puesto al descubierto la plaga de imputados en las filas del sanchismo. Cuando el socialista Zapatero logró imponer la Ley de la Memoria Histórica, buscaba la forma de silenciar los desmanes de los herederos del fundador Pablo Iglesias a la vez que se elevaba el volumen de los resbalones de la oposición. Durante la II República, el PSOE ya se olvidó de defender la legalidad republicana para convertirse en uno de los promotores de su descomposición. Los famosos “Cien años de honradez” se habían acabado con la llegada de la democracia. La financiación sospechosa desde Alemania, Filesa, los ERE, etc, ya eran avisos de lo que vendría después. La estrategia de utilizar las causas sociales para alcanzar el poder nos ha traído el guerracivilismo, el feminismo radical o las políticas de género para intentar fraccionar la sociedad. Por un desliz de Zapatero –otro más- se le oyó decir: ”necesitamos crear más tensión”.
La llegada de Pedro Sánchez al poder ha puesto de manifiesto la nueva cara del PSOE. En esencia, se trata de usar el poder, no en favor de la sociedad, sino en beneficio propio. Para ello se pretende controlar a la Fiscalía, hacer uso indiscriminado de los indultos y lo más grave: agarrarse a los partidos que odian a España para mantenerse en el poder. Pensemos por un momento en lo inimaginable: familiares de las víctimas del terrorismo, en un arrebato de enajenación, dan su voto a los herederos de ETA. Las voces de desacuerdo llenarían todos los foros. Pues bien ¿A qué esperan las personas sensatas que han apoyado con su voto las continuas aberraciones de Pedro Sánchez? ¿Qué más tiene que suceder para que caigan del caballo?
Siempre he dicho que el sanchismo ni es socialismo ni es democracia. Es el camino para llegar a las dictaduras bolivarianas. Nuestra actual política exterior nos está alejando de la Unión Europea y de los EE. UU. para acercarnos a Rusia, a China y a Venezuela. Es decir, cada vez más lejos de la verdadera democracia. Los primeros síntomas de este desencuentro ya se notan en nuestra economía.
Los responsables de esta política son la nueva generación que surge en nuestra España. La generación del 25. Aunque, siendo sinceros, lo nuestro es una degeneración.
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