, 14 de diciembre de 2025
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Todos amábamos a alguna
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TANTOS LIBROS POR LEER

Todos amábamos a alguna

Actualizado 12/12/2025 10:21

En el año 2000, se ha cumplido ahora un cuarto de siglo, se estrenó en España Las vírgenes suicidas, estupenda película con la que en 1999 debutó como directora Sofia Coppola, hija del creador de El Padrino y responsable de una controvertida trayectoria como realizadora. Con la excusa del redondo aniversario les recomiendo hoy la novela que está en el origen del filme, un libro de 1993, escrito por Jeffrey Eugenides, estadounidense de ascendencia griega.

El libro se abre con un comienzo rotundo, esplendoroso y memorable: La mañana en que a la última hija de los Lisbon le tocó el turno de suicidarse -esta vez fue Mary y con somníferos, como Therese-, los dos sanitarios llegaron a su casa sabiendo exactamente dónde estaba el cajón de los cuchillos y el horno de gas y dónde la viga del sótano en la que podía atarse una cuerda. Un comienzo, además, muy revelador, tanto en lo que se refiere al posible objeto de la trama como desde el punto de vista del planteamiento narrativo. Por de pronto, y ya desde su inicio, el lector conoce el desenlace, eliminando de la novela, por lo tanto, las posibles dosis de “suspense” en el sentido clásico, al menos en lo que se refiere a los hechos que se van a narrar (no así, y ahí estará una de las claves del libro, en lo referido a las motivaciones últimas de las chicas). Por otro lado, la magnífica “obertura”, al informar de la plural tragedia (a esas alturas aún no sabemos -lo averiguaremos pocas líneas después- que las hermanas Lisbon son cinco) permite adelantar en la imaginación del lector, siquiera de modo indirecto o tangencial, la lógica del libro que acaba de abrir, que con este inicio “concluyente” apunta al desarrollo de un ejercicio de reconstrucción retrospectiva.

La novela se articula así en torno a la investigación -que se nutre, simultáneamente, de obsesión y encantamiento- de un grupo de adolescentes, los muchachos del barrio de Detroit en el que vivían las chicas Lisbon, los cuales, a través de recuerdos, rumores, objetos y testimonios, mediante un ejercicio de memoria colectiva, fragmentaria, incompleta y, en muchos casos, especulativa, intentan recomponer aquello que en su excitación, su ingenuidad, su desconcierto, su ignorancia y su inmadurez juveniles nunca lograron comprender del todo, el tentador misterio de sus extrañas, enigmáticas, raras, algo fantasmales, fascinantes vecinas.

Las hermanas Lisbon tenían trece años (Cecilia), catorce (Lux), quince (Bonnie), dieciséis (Mary) y diecisiete (Therese). Eugenides nos presenta a las chicas el día en que Cecilia, la menor, lleva a cabo su primer -y si introduzco el ordinal, obviamente frustrado- intento de suicidio. Rescatada a tiempo de la bañera en que se ha cortado las venas, sobrevive y sus padres, siguiendo el consejo del psiquiatra al que consultan, deciden favorecer la integración social de unas niñas que, hasta ese momento, vivían atrapadas entre la severidad de sus progenitores, el estricto y férreo régimen de vida al que las someten y la difusa llamada, atrayente aunque imposible de obedecer por sus condicionamientos familiares, de un mundo exterior que apenas alcanzan a vislumbrar.

Fruto de esa nueva “política”, y una vez recuperada Cecilia, los Lisbon organizan una fiesta en su casa en la que, bajo rigurosas restricciones, las chicas puedan conocer a otros jóvenes del vecindario, muchos de ellos compañeros de estudios, con los que, sin embargo, su contacto se limitaba a un distante, reservado y esquivo trato escolar. Las inseguridades, la timidez, la inexperiencia adolescentes, el particular aislamiento de las chicas y el torpe apocamiento de los muchachos convierten el encuentro en un episodio incómodo, cargado de silencios, al que pondrá trágico fin la propia Cecilia, que, tras subir a su habitación inopinadamente, abandonando la fiesta, pondrá fin a su vida saltando desde su ventana sobre las verjas del jardín.

A partir de este funesto y en apariencia inexplicable suceso inicial, se desarrolla toda la novela, en la que de continuo se entremezclan la descripción de la cotidianidad de las chicas y la de sus, a la vez, deslumbrados y perplejos, temerosos e hipnotizados admiradores juveniles; la revelación de los pormenores de la muy singular vida doméstica de los Lisbon; y, sobre todo, los apuntes, meros atisbos, especulaciones e inferencias sin apenas base real, hechas de rumores, suposiciones e interpretaciones no siempre fundadas, acerca del enigma insondable, del indescifrable secreto que encierran unas muchachas que se nos aparecen -a sus encandilados observadores y al lector- rodeadas de misterio e interrogantes y nimbadas de un aura de fatalidad. Este encantamiento adolescente, ese indefinido enamoramiento (Todos amábamos a alguna), esa mirada masculina juvenil, oblicua y distorsionada, hecha, como he señalado, de desconocimiento y obsesión, de ignorancia e ilusoria mitificación, construye una identidad femenina alejada de la vida real de las muchachas, en una de las líneas temáticas más sugestivas del libro.

Otros de los temas que afloran entre la magistral narración de Eugenides e inducen a la reflexión en el lector son el abismo indescifrable del suicidio adolescente y sus incomprensibles causas; el acercamiento a la complejidad y las tensiones de una adolescencia que se muestra como un explosivo cóctel de ilusión, desconcierto, inseguridad, deseo, atracción sexual, erotismo reprimido, fantasía y temor; el fracaso del modelo tradicional de familia, fuertemente conservador y dirigido a preservar la seguridad, la uniformidad, la estabilidad y el control, al precio -dramático en este caso- del aislamiento, la asfixia y la muerte; la fidedigna fotografía de la vida en el vecindario medio norteamericano, que con su promesa de bienestar, homogeneidad social y acogedora confortabilidad encubre la incomunicación, la represión, el miedo a la diferencia, el vacío existencial; el mito de la feminidad inaccesible; la dificultad de la memoria para revivir el pasado, una idea que se manifiesta de modo elocuente en el intento desesperado de los adultos de reconstruir, a partir de su “archivo” de objetos guardados, una realidad evanescente; la nostalgia y la pérdida de la inocencia; entre otros temas de una novela que deja en el lector, por su belleza y el tono melancólico que la impregna, una impresión inolvidable.

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Jeffrey Eugenides. Las vírgenes suicidas. Editorial Anagrama. Barcelona, 1994. Traducción de Roser Berdagué. 191 páginas. 14 euros.

Alberto San Segundo - YouTube