En estos días cercanos a Navidad, he optado por escribir, para mí y mis lectores, un artículo que sea un regalo y no un deber: este es un artículo sobre el sentido de la vida que tienen muchas pequeñas cosas y la belleza implícita a este sentido. No será un artículo más movido por la inquietud que producen las graves tensiones internacionales que nos rodean, o las casi crónicas tensiones nacionales (estas sin motivos racionales que expliquen su dolorosa y molesta existencia).
Hace unos días, mientras estaba viendo una hermosa película titulada “El editor de libros”, cuando ya había pasado un buen rato siguiéndola, en una escena el personaje del editor, Maxwell, le hace un comentario a su escritor y amigo Thomas Wolf sobre su segunda exitosa novela Of time and the river. Escuchando este título me sorprendí y pensé “¡Anda, si este libro lo tengo yo por ahí, hace años, y creo que está en inglés…y quizás por eso no lo he leído…esperando que mi inglés llegue a un nivel adecuado”. Para aclarar la incógnita, me subí a la librería, cogí el libro cuya portada reconocí por los años y me senté a explorarlo: con gran sorpresa vi en la primera página en blanco una dedicatoria que una compañera de estudios, norteamericana, me había escrito en él: “…Para que puedas entender un poco el alma de América, de mi joven América”.
Esto ocurrió hace más de 50 años. Yo era un estudiante de 1º ó 2º de Estudios Comunes de Letras, aquí en la Universidad de Salamanca.
Así, pues, sobre el tiempo de este libro regalado y dedicado, ya comencé a saber algo. Pero me faltaba saber algo sobre el río. ¿Se habría referido Thomas Wolf a algún río concreto? ¿El Misisipi, el Hudson, el Colorado…? Tendría que leer su novela para saberlo. Pues los ríos han sido decisivos para la Humanidad, durante siglos.
Yo, como lector y escritor, siempre he sabido qué río cercano fluye; en mi caso ha sido siempre EL TORMES, que (en ese momento me di cuenta) apenas he dejado en toda mi larga vida; antes de esta lejana etapa de estudiante de Comunes, y mi amiga norteamericana, ya El Tormes, en mi infancia, fue el lugar privilegiado para descubrir la vida, la belleza de los animales y las plantas, la libertad del explorador. A los 10 años me iba todos los domingos, hasta bien atardecido, con mi amigo Diéguez, a pasar el día en las orillas del Tormes.
Y ahora…en mi incipiente vejez estoy viviendo en las grandiosas orillas del Tormes, a su paso por Salamanca. Solo durante mi etapa adulta me he alejado de él, para ir a Madrid, como tantos salmantinos hacen.
Puedo escribir el nombre de El Tormes en el título de mi vida; podría ser, por ejemplo, Sobre el Tormes y el destino de los siglos XX y XXI.
En mi vida el Tormes significa aquello que permanece, siempre fluyendo, siempre hermoso, una línea de referencia para no perderme nunca.
La historia desde los comienzos del siglo XX al presente, ha sido, desde mi punto de vista, el gran declive de la civilización occidental: los restos de la Ilustración que aún quedaban en la cultura de Occidente no han sido suficientes para mantenernos orientados en la tempestad de irracionalidad y hechos traumáticos de este nuevo siglo. Mi amiga americana me invitaba con la lectura del libro de Wolf a entender un poco el alma de América. Pero quizás ese alma ha desaparecido para siempre, llevándose en su derrota a Europa.
El continuo fluir del río Tormes sigue siendo el símbolo de la esperanza y la constancia de la vida: posiblemente venza sobre la tendencia a la autodestrucción de la especie humana.
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