Sin pretender entrar en la larga y profunda historia de las religiones, compartimos las tendencias vigentes en el ámbito de los estudios histórico-religiosos, por los que la mayoría de los autores (historiadores, teólogos y sociólogos) coinciden en la necesidad de reconstruir la historia de las religiones en el marco de la historia en general, teniendo en cuenta las condiciones materiales, políticas, humanas y sociales. Nosotros compartimos aquí esa visión de la historia y con ella nos centramos en la Cristiandad.
La Cristiandad es uno de esos temas comprometidos para quienes consideramos y damos valor a la opinión pública. Mas, la universalidad de la Cristiandad es de tal extensión y profundidad en la vida de las peronas, que bien vale la pena entrar en el análisis de la misma, no solo desde la perspectiva histórica, también en su realidad y proyección en el siglo XXI.
En el preámbulo de la cuestión y siendo conscientes de la multiplicidad de opiniones que puede haber en torno al concepto de “Cristiandad”, todas respetables, conviene que precisemos la definición que de la misma nos da el Diccionario de la Lengua Española (DLE) del que consideramos tres acepciones: una que entendemos como territorial, referida al conjunto de países de religión cristiana; otra que interpretamos referida a las personas como conjunto de fieles que profesan la religión cristiana; y una tercera que pensamos afecta tanto al territorio como a las personas y también a las instituciones en cuanto a la observancia que se haga de la ley de Cristo. Nosotros nos atenemos a estas acepciones.
Cuestión distinta es la valoración que nos da el DLE al equiparar “Cristiandad” como sinónimo de “iglesia” o “cristianismo”. Pensamos que, aunque está todo en el mismo contexto, hay diferencias significativas: el cristianismo conlleva una conexión personal hacia Cristo, mientras que la Cristiandad también abarca las instituciones y organizaciones relacionadas. Podríamos decir que la Cristiandad es una forma determinada de relación entre la Iglesia y la sociedad civil en la que, en los tiempos modernos, hay que tener en cuenta el Estado.
Investigando en los orígenes de la Cristiandad, la historiografía nos dice que, tras la aparición y el legado de Cristo, se originó dentro del judaísmo un nuevo grupo o “secta” que primero se llamó “El camino” o “Los discípulos” y más tarde “Los cristianos”, que en griego significa “Partidarios de Cristo”. Y esto ocurría en la entonces provincia romana de Judea, en medio de una sociedad predominante judía, que vivía influenciada por las filosofías tradicionales del clásico pensamiento griego, dominante en el Imperio romano en aquel momento.
Perseguidos los primeros cristianos durante más de 300 años, el cristianismo alcanzó su legalización en el año 313 después de Cristo (d. C.) mediante el Edicto de Milán, también conocido como de “La tolerancia del cristianismo”.
El Edicto fue firmado por el emperador romano de Occidente, Constantino I y el también emperador romano de Oriente, Valerio Liciniano Licinio. El contenido del Edicto fue analizado por diversas fuentes y entre ellas en la obra del historiador Lucio Celio Firmiano Lactancio. Coinciden en que es presentado como una carta o decreto oficial, que marca un punto de inflexión en la historia religiosa de Occidente y hace una transformación profunda en la política imperial romana. El texto es de carácter público y su principal idea es la de establecer la libertad religiosa universal en el Imperio romano, permitiendo que cada persona practique la religión que considere oportuna.
La intencionalidad del Edicto de Milán es claramente normativa, conciliadora y pragmática, con un enfoque en la pacificación del Imperio y la consolidación del poder. Contempla la decisión imperial de poner fin a la persecución de los cristianos, otorgándole reconocimiento legal y restituirles sus bienes y lugares de culto que les hubieran sido confiscados. La libertad de culto no es solo para los cristianos, se extiende a todas las religiones, como un gesto de neutralidad religiosa del poder imperial. Consecuentemente, la religión deja de ser un problema para convertirse en un instrumento de cohesión social y legitimación política del Imperio.
Históricamente, el Edicto posicionó al cristianismo como una religión protegida y favorecida, lo que permitió su expansión institucional, la construcción de templos, y el surgimiento de una jerarquía eclesiástica definida. Fue el inicio de una nueva relación amigable entre el poder y la religión, entre el emperador y la Iglesia, que moldearían la historia política, cultural y espiritual de Europa durante siglos sucesivos.
Con todo, el Edicto de Milán no impuso el cristianismo. La conversión masiva de la población y el establecimiento como religión oficial o "dogma" del Imperio vendría décadas después, principalmente con el Edicto de Tesalónica en el 380 d. C. y bajo el mandato de Teodosio I, que convirtió al cristianismo en la religión oficial y única del Imperio. Pero en el trasfondo del Edicto de Milán ya se deja entrever la intención de Constantino I de conseguir la benevolencia de la divinidad que se anunciaba en el cristianismo.
Siendo así y aunque el movimiento cristiano ya llevaba años formándose, podemos decir que, desde el punto de vista legal, la Cristiandad empezó a andar a partir del Edicto de Milán. Habían pasado muchos años y cada feligrés había ido poniendo en práctica su idea sobre el mensaje de Cristo percibido, fundamentalmente, a través de la tradición oral, por lo que, siendo ya legales, se ponía de manifiesto la necesidad de unificar las diferentes percepciones.
Así, en el 325 d. C. el emperador Constantino I convocó el Concilio de Nicea, considerado el primer concilio, sínodo de los obispos cristianos, con el doble objetivo de poner fin a las controversias internas de la nueva Iglesia, particularmente las manifestadas por la doctrina arriana; y asegurar, a través de la unidad religiosa, la unidad del Imperio.
El Concilio de Nicea dio pasos de gigante en el asentamiento de la Cristiandad, resolviendo disputas teológicas y entre ellas la naturaleza de Cristo, cuestionada por la corriente arriana. El principal resultado del Concilio fue la creación del Credo de Nicea, que afirmó la divinidad de Jesucristo como hijo de Dios, nacido y no creado, de la misma esencia que el Padre. Este Credo sigue siendo, 1.700 años después, un pilar de la fe cristiana, de la Cristiandad de hoy. Además de esta cuestión teológica central, se estableció que la Pascua cristiana se celebraría el primer domingo después de la primera luna llena de primavera. Se definió una disciplina eclesiástica, dictando normas sobre el comportamiento de los clérigos. Y, aunque no se resolvió el primer cisma de la Iglesia, el “Cisma meleciano”, aquel que empezó por las divergencias en la forma de readmitir a los cristianos que habían abjurado públicamente de su fe durante las persecuciones, sí se decidió cómo actuar frente al mismo.
En síntesis, el Concilio de Nicea definió la doctrina oficial de la Iglesia. No es de extrañar que el primer viaje del papa León XIV haya sido a la ciudad turca de Iznik, antes Nicea, situada a unos 140 kilómetros de Estambul, reuniéndose allí con el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, y representantes de unas 20 iglesias cristianas (entre ellas ortodoxas, protestantes, siríacas, coptas y anglicanas) para conmemorar los 1.700 años de aquel Concilio y celebrar la unidad de la fe. Seguiremos hablando de la Cristiandad.
Puesto que nos acercamos a ella, les deseo una Feliz Navidad y les dejo con Raphael y El Tamborilero:
https://www.youtube.com/watch?v=sIjRW60Fqyc
Aguadero@acta.es
© Francisco Aguadero Fernández, 5 de diciembre de 2024
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