La vida del insigne músico salmantino se convierte en un hermoso y riguroso libro de la musicóloga peñarandina Virginia Sánchez Rodríguez
Acaban los fastos de las celebraciones y se quedan los grandes nombres en suspenso de nuestra memoria, de nuevo oscurecidos. Por fortuna, los libros, los catálogos, mantienen vivo el fulgor de las efemérides, y nos podemos refugiar en ellos del olvido. Así siento el hermoso libro publicado por Ediciones Universidad de Salamanca, este espacio de cultura tan fantástico, que recoge la vida del compositor salmantino recorrido con rigor y reconocimiento por la profesora de musicología Virginia Sánchez, ahora partícipe de ese recorrido musical de Radio 3 que tan felices nos hace.
Investigadora y experta en figuras musicales femeninas, la autora, prologada por su maestro, el insigne musicólogo y compositor José M. García Laborda, no solo recorre la vida del músico, sino que incide en su interés por significar la labor del compositor, por enseñar y sobre todo, por pelear esa pensión digna que casi le robó la vida. No tuvo Bretón, como sí lo tuvo Verdi, un ocaso feliz. El músico, dedicado a la composición, a la interpretación, la docencia, la dignificación de la música y la entrega, llegó a la edad de jubilación despojado de todo, hasta de una retribución justa. Y su pelea con la administración fue absolutamente kafkiana.
Somos, según el Maestro Laborda, un país al que no se ha enseñado a apreciar la música. Y Bretón trató de luchar contra ello de forma incansable. Nació en Salamanca, en 1850. Su padre, muerto cuando él tenía 3 años, era un humilde panadero de Babilafuente. Su madre, sola, abrió una casa de huéspedes junto al teatro del hospital, el que luego sería teatro Bretón. Allí recalaban músicos y cómicos y allí aprendió Tomás Bretón, en el que era heredero de un local de comedias del siglo XVI y que también fue crucial en la infancia de otro grande de nuestra escena, José Antonio Sayagués. Bretón se familiarizó con la música en aquellas calles y a través de un amigo de su hermano, y gracias a una beca para alumnos desfavorecidos, empezó a estudiarla en la sección de la Escuela de San Eloy inclinándose por el violín. A trabajar como violinista partió a Madrid, pasando todo tipo de penalidades. Así, poco a poco, y sin descuidar su formación estudiando composición con el maestro Arrieta, Bretón gana becas para viajar, para seguir formándose y comienza su trayectoria como compositor. El niño pobre, el violinista que dormía en la calle tiene la idea de dignificar la música, crear la ópera nacional y se dedica a la composición con éxito. Los amantes de Teruel, y sobre todo, La verbena de la paloma y La Dolores, convierten al músico salmantino en una figura reconocida que, dispuesto a pelear por la enseñanza de la música se convierte en Comisario Regio del Conservatorio, así como trabaja como crítico, director de orquesta, conferenciante y luchador cultural, ya sea desde el Círculo de Bellas Artes al Ateneo. La vida de este eminente músico y agitador cultural no se detiene, y la autora sigue su trayectoria a través de documentos, cartas, fotografías y mucho empeño en hacernos ver la relación con el músico con su Salamanca, ciudad que se manifestó para que regresara a la cúspide del Conservatorio el maestro Bretón, a quien no le faltaban enemigos en tiempos de incertidumbre.
Señala Virginia Sánchez la energía del músico para mejorar la enseñanza española de una disciplina que no tenía el mismo reconocimiento que en Europa. La suya es una vida de viaje, una vida madrileña, pero nunca se desvincula de Salamanca, incluso Bretón compone un poema sinfónico basado en obras del Cancionero Salmantino de Dámaso Ledesma, estrenado en la ciudad del Tormes en octubre del 1916 en el Teatro Bretón, a pocos metros de donde nació y creció aquel muchacho de orígenes humildes. El homenaje de su ciudad es indescriptible y nuestro músico es considerado el más importante de una España que, sin embargo, le va a premiar con una aciaga jubilación y una paupérrima paga que peleará durante años. La burocracia consideraba que el maestro no había dado los suficientes años de clase y nótese que Salamanca, le otorga una pensión a su hijo dilecto, que se embarcará en una pelea feroz contra la administración de la que se harán eco los periódicos de la época.
Ni siquiera el reconocimiento de la gran cruz de Alfonso XII o la Legión de Honor francesa mitiga el dolor por el denigrante trato de los burócratas y los políticos. Reconocido fuera de España y aclamado por el público que sigue asistiendo a los conciertos en los que se toca su obra, Bretón muere el 2 de diciembre del 1923 en su casa de Madrid, desencantado, viudo y agotado. Público y estudiantes del conservatorio llenan un sepelio en el que no se ven autoridades ni reconocimientos, Bretón será homenajeado por la prensa y por los músicos, pero en su biografía quedará el maltrato institucional como una mancha que el tiempo borra, así como su lucha por dignificar el papel del músico y la enseñanza. De ahí que la celebración del centenario de su muerte sirva, no solo para hablar de su obra y de su trabajo, sino también, para recuperar su empeño vital y conjurar la injusticia social que se cometió con él. Y ese es el objetivo de la profesora peñarandina, que en un ejercicio documental que se basa en las cartas del propio maestro, recupera su legado no solo musical sino también su sufrimiento final tras años de trabajo y entrega. Bretón no solo es nuestro más importante músico en esta Salamanca de artistas, sino un defensor incansable de la dignidad y la formación de sus compañeros de profesión y un hombre decidido a luchar contra una injusticia. Y esa pelea le hace aún más grande en estas páginas que quedan, después de los fastos y las efemérides, como un testimonio de la historia que debemos guardar y recordar. Una lectura para seguir teniendo en cuenta.
Charo Alonso.