El próximo lunes se cumplirá el centésimo aniversario del nacimiento de Carmen Martín Gaite, que vio la luz en Salamanca el 8 de diciembre de 1925. Durante todo este año se han multiplicado los actos literarios y culturales en los que se ha celebrado su figura y analizado las claves de su obra. Es por ello por lo que quiero sumarme también a estos homenajes recomendándoles la lectura del libro que situó a la salmantina en el primer plano de la literatura española. Me refiero a Entre visillos, publicado en 1958 tras haber ganado el Premio Nadal del año anterior.
La tenue trama argumental de Entre visillos transcurre en una ciudad de provincias, nunca nombrada de manera explícita pero que es, obviamente, Salamanca (son muy abundantes las referencias a calles, plazas, edificios y locaciones en general, fácilmente identificables); y que, en cualquier caso, opera como emblema de cualquier pequeña población urbana de la España interior a mediados los años cincuenta (una datación tampoco explícita pero indudable a partir de abundantes referencias en el texto).
En un segmento de apenas tres meses, la narración sigue, de manera fragmentaria, a varias jóvenes -y algunos muchachos, con un papel menos relevante- en el tránsito entre la adolescencia y la vida adulta, dando cuenta de sus hábitos modestos, sus pacatas costumbres, sus tímidas relaciones con el otro sexo, sus ilusiones reprimidas y sus torpes anhelos, sus pensamientos, deseos e inquietudes, su confusión y su desconcierto vitales, las expectativas familiares y las conversaciones triviales que llenan sus días, en una acumulación de escenas banales, sucesos anodinos, costumbres repetidas, encuentros, esperas, citas, recatados coqueteos, lágrimas y lloros, también risas, charlas insustanciales, secuencias de una cotidianidad ramplona, narrado todo ello con minuciosa precisión casi documental en infinidad de diálogos entre los personajes, en una estructura coral, en la que no existe un único protagonista, componiendo un relato hecho de voces múltiples, reflexiones aisladas, diarios, cartas y fragmentos introspectivos.
El resultado de todo ello es una fidedigna fotografía de los ritos familiares, de las rutinas y el sentir de la juventud (sobre todo la femenina), de la vida de la burguesía provincial y, por extensión, de la atmósfera que envolvía a la entera sociedad española -yendo de lo particular a lo más general- de los años cincuenta del pasado siglo, en un contexto a caballo del ambiente opresivo, la estrechez moral y la miseria intelectual de la España franquista imperante tras la Guerra civil, y de algunos ligeros atisbos de una cierta modernidad, de un tenue cambio de costumbres, de un tímido intento de dejar atrás el clima reprimido, tedioso y agobiante de la época.
Las ventanas, los visillos del título, constituyen la clave última de la novela, como límites simbólicos entre el interior y el exterior, entre lo público y lo privado, entre la oscuridad y la luz, entre la realidad y la apariencia, entre el hogar y la calle. Unos visillos tras los que, con pudor, se preserva la intimidad de la casa, pero que también permiten la vigilancia discreta del exterior. Las existencias de las jóvenes -Gertru, Natalia, Julia, Mercedes, Elvira, chicas “ventaneras”, descripción que la autora se aplicaba a sí misma- se desenvuelven entre la asfixia interior, la espera, el conformismo, la aceptación más o menos soportada del consabido destino, previsible y tedioso, de las mujeres de la época y la expectativa, a la vez deseada y temida, del desahogo, de la liberación, de los sueños, de las esperanzas, de los horizontes abiertos que se vislumbran tras las cortinas.
Ese destino de las chicas de la época viene marcado por la cortedad de miras; por la principal aspiración del matrimonio; por la búsqueda desaforada de un “buen partido”; por su clasismo, sus prejuicios, su represión, sus absurdos convencionalismos y sus creencias anticuadas; por la casi total ausencia de impulsos, deseos o efusiones eróticas y, por supuesto, de cualquier mínimo atisbo de manifestación sexual; por su sujeción a la abrumadora coacción familiar; por su sumisión y su aceptación de los códigos sociales (el constante escrutinio público, el temor al “qué dirán”, la vigilancia de las costumbres, el control de las amistades, las “carabinas” en los encuentros con el otro sexo, los anacrónicos rituales del cortejo); por su conformismo ante los roles que las condenan al sometimiento a sus novios; por el peso de la religión con sus anquilosados valores morales, la represión emocional y física y las exigencias e imposiciones con las que se conformaban las mentalidades; por las limitadas opciones de esparcimiento; por la falta de estímulos vitales; por el insufrible tedio vital; por la imposibilidad de florecimiento individual, de crecimiento y realización personales; por el pudrimiento de las expectativas; por los miedos, el silencio, la espera, la frustración, la decepción, la amargura, la parálisis, prisioneras en la cárcel, la “charca” (como se iba a titular la novela originariamente) que las agosta.
Sin embargo, hay también entre ellas algunas que no aceptan ni se limitan a reproducir los valores recibidos. Chicas valientes, sensibles, lúcidas, no resignadas, rebeldes -como lo fue propia autora en su juventud y su vida entera- que intuyen, vislumbran y son conscientes, en diferente grado, de otras posibilidades, de otros mundos que desbordan los angostos márgenes de su estrecha realidad. Y la novela nos habla de sus inquietudes y sus anhelos, también de sus temores, de sus dudas, de su miedo a desafiar las pautas establecidas y dejarse llevar por sus esperanzas y sus deseos. “Chicas raras”, en fin, mujeres que, con dificultades, rechazan el destino prefijado para ellas por las exigencias de la sociedad de su tiempo, que deciden luchar por sus sueños y superar su roma realidad, que no claudican, que protestan, que deciden crecer, abandonar su hábitat previsible, que defienden y practican otras formas de madurar, de sentir, de pensar, de amar, de vivir, liberadas de las constricciones de su entorno familiar y social.
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Carmen Martín Gaite. Entre visillos. Editorial Destino. Barcelona, 2017. 320 páginas. 21.90 euros
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