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Un enamorado melancólico
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Un enamorado melancólico

Actualizado 28/11/2025 12:08

El gran Gatsby, el libro que hoy les recomiendo casi en el cierre del año de su centésimo aniversario, es la historia de un joven millonario, enamorado de una mujer que lo abandonó hace años, cuando él era pobre, para casarse con otro, y que construye su vida en torno a la expectativa de volver a verla tras ese largo tiempo de separación. Una síntesis, tan forzosamente reduccionista, obliga, si quiero despertar en quien me lee el interés por el libro, a una mayor concreción, aunque ello pueda suponer destripar pare de la trama. Aviso para navegantes, pues: absténgase de proseguir quien quiera mantener incólume el misterio que siempre conlleva un libro.

La novela comienza, tras la Gran Guerra, con la mudanza de un joven, Nick Carraway, graduado en Yale y con veleidades literarias, a West Egg, en Long Island, en las afueras de Nueva York. Allí alquila una modesta casa, vecina a la lujosa mansión de un hombre misterioso y algo esquivo que resulta ser el millonario Jay Gatsby, reservado y enigmático. Nick visita a su prima Daisy y a su también multimillonario marido Tom Buchanan en East Egg, al otro lado de la bahía, un lugar emblema de la aristocracia tradicional del Este norteamericano.

En su primera visita a los Buchanan, en la que se reencuentra con un Tom que une a su físico corpulento y poderoso un porte agresivo y una actitud prepotente, arrogante y displicente, y con una Daisy irresistiblemente atractiva, acompañada de su amiga Jordan Baker, una conocida jugadora de golf, ambas frías, lánguidas, sofisticadas y elegantes, etéreas y superficiales, Nick percibe las tensiones en el matrimonio, pues Tom mantiene una relación con Myrtle Wilson, esposa de un mecánico con el que la mujer soporta una muy humilde -proletaria, en realidad- existencia en el Valle de Cenizas, una especie de oscuro vertedero en Queens, a medio camino entre Great Neck (el trasunto real de West Egg) y Nueva York.

Aposentado en su nueva vivienda, Nick atisba en la prudente distancia de su limítrofe vecindad el extraño deambular de su inaccesible residente, intrigado por sus fugaces y algo fantasmagóricas apariciones en el jardín. Curioso ante el misterio que parece encerrar el personaje de Gatsby, con el que durante semanas no logra establecer contacto, y a la vez admirado y perplejo por las fastuosas fiestas que de continuo vislumbra desde su más que modesta vivienda, Nick comenzará su trabajo y su vida en Nueva York ajeno a la existencia del millonario, hasta que, por fin, será invitado a una de las desmesuradas veladas de Gatsby, a las que acuden multitudes atraídas por su abundancia, su riqueza y su ostentación. Allí, sintiéndose desplazado y tras algún malentendido, acabará por conocer al hasta entonces algo distante anfitrión, que sorprende por su discreción personal frente al exceso de sus celebraciones, por su aparentes soledad e introspección frente a la desbordante expansividad, alocada y febril, de sus invitados.

A partir de estos hechos iniciales, Nick irá estrechando su relación con Gatsby, que, de modo prudente, va abriéndose a su vecino y haciéndolo objeto de alguna confidencia, singularmente la que constituye el núcleo central de su vida (y de la novela): cinco años atrás, en 1917, conoció a una Daisy Fay (entonces, obviamente, aún no Buchanan) de solo diecisiete años, ante cuyos encanto y fascinación cayó rendidamente enamorado, siendo inicialmente correspondido. Sin embargo, las ostensibles diferencias de clase, la pobreza y la falta de futuro del muchacho, provocan la ruptura después de un efímero y apasionado noviazgo.

Tras la partida de Jay a Europa, movilizado en la guerra mundial, Daisy se ve encandilada por el arrebatador e inmensamente rico Tom, con el que se casará al poco tiempo, instalándose en Chicago. Cuando Gatsby conoce los hechos tras volver de la guerra, e ignorando el paradero de su amada, la buscará inútilmente mientras prospera en los negocios a través de operaciones turbias (solo apuntadas de modo tangencial y difuso en el libro), confiando en que esa riqueza le permita recuperar a Daisy cuando consiga dar con ella. Al averiguar, años después, ya acaudalado y logrado con creces el éxito financiero, su residencia en East Egg, comprará su mansión al otro lado de la bahía, la convertirá en un foco de atracción para la alta sociedad local esperando que algún día ella aparecerá en alguna de sus masivas fiestas y, entretanto, contemplará cada noche, silencioso, expectante y aún enamorado, el brillo intermitente de la lucecita verde que, atravesando la ancha entrada del mar, destella en la casa de los Buchanan, en un silencioso ritual al que se entrega melancólico y en el que lo divisará por primera vez Nick.

Sobre este entramado argumental discurre el relato, en el que hay drama y emoción y enfrentamientos y tragedia y muertes (en plural) y todo concluye con Nick abandonando desencantado Nueva York pocos meses después, dejando la muy célebre meditación final del libro sobre la imposibilidad de escapar del tiempo y sobre el carácter ilusorio de los sueños.

Más allá de lo sugestivo de la historia principal y de ciertos elementos de tenue intriga que acompañan al lector curioso por conocer el desenlace de la pasión amorosa y el destino de sus protagonistas, El gran Gatsby interesa por su alta densidad simbólica, temática y estilística; por su capacidad para “operar” en distintos niveles de lectura; por la hondura en la construcción de la personalidad de sus personajes; por la solvente descripción del contexto histórico y social de los Estados Unidos; por su excepcional representación del espíritu de una época -“la era del jazz”-, algunos de cuyos rasgos han quedado para siempre asociados a la realidad del libro; por los muy interesantes ejes temáticos a los que se abre, en su mayoría de alcance y valor universal; por el simbolismo de algunos elementos y metáforas recurrentes en la novela; por el eficaz uso de ciertos recursos literarios y estilísticos y de determinadas referencias culturales; y por la convincente recreación de una atmósfera algo evanescente, como de encantamiento e ilusión, romántica y poética, pero también trágica y desesperanzada, melancólica y algo triste, lírica y sublime y, a la vez, prosaica y hasta cruda, que envuelve al lector y lo transporta a un universo, veraz y desencantado, de ensoñación y belleza.

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Francis Scott Fitzgerald. El gran Gatsby. Editorial Nórdica. Madrid, 2025. Traducción de José Manuel Álvarez Flórez. Ilustraciones de Ignasi Blanch. 234 páginas. 19.95 euros.

Alberto San Segundo - YouTube

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