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Anestesiados por la diversión continua
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Anestesiados por la diversión continua

Actualizado 21/11/2025 08:00

En 1985, Neil Postman, profesor, sociólogo, educador, crítico cultural y teórico de los medios de comunicación, publicó Divertirse hasta morir, un libro iluminador, que no solo revela con clarividencia y agudeza extremas las claves de su época sino que, leído ahora, cuarenta años después, se muestra como adelantado a su tiempo, dotado su autor de una sorprendente cualidad de visionario, hasta tal punto su argumentación, clara, sencilla y accesible, aunque muy rigurosa, describe también con extraordinarias precisión y exactitud -más allá de los lógicos cambios que supone el paso del tiempo- el funcionamiento de nuestra sociedad actual.

Recibido con entusiasmo en los ámbitos académicos y educativos, y con algún escepticismo por parte de la industria mediática, que le achacaba un cierto tono nostálgico y “tecnofóbico”, incluso apocalíptico, llegando a ser tachado de “ludita” por algunos detractores, pronto se convirtió en un texto fundamental en los estudios de medios, la teoría de la comunicación y la pedagogía crítica.

Con inteligencia y lucidez sobresalientes, Postman supo ver, ¡¡hace cuatro décadas!!, a partir de la dicotomía Orwell/Huxley que anticipa en su prólogo y que impregna el libro entero, que, superadas, en términos generales, las amenazas totalitarias que habían representado el nazismo y el comunismo (de las cuales el 1984 orwelliano operaba como sagaz metáfora futurista), las sociedades occidentales se encaminaban hacia unas mucho más sutiles -y por tanto más peligrosas- formas de dominación y sometimiento a través de la omnipresencia de una tecnología -representada entonces, a esas alturas del siglo XX, por la televisión- responsable de un discurso superficial, fragmentario, efímero, insustancial e irrelevante, basado en el entretenimiento permanente y capaz por tanto de convertir en espectáculo la política, la religión, las noticias, los deportes, la educación y el comercio, reduciéndonos a un narcotizante estado de pasividad, individualismo, indiferencia y alienación. Y todo ello de un modo aparentemente “natural”, sin que haya habido protestas o la gente haya sido consciente de ello.

Fascinados por el irresistible poder de la imagen, encandilados por las inagotables dosis de entretenimiento que nos inocula la televisión (hablo con la lógica del tiempo en que se escribió el libro; su actualización es obvia e inmediata: sustitúyase “televisión” por “internet”, “móvil” o “redes sociales”), ciegos, drogados por el moderno soma (en referencia a Un mundo feliz de Huxley) tecnológico, anestesiados por la diversión continua, felices por cuanto la ausencia en nuestras sociedades formalmente democráticas de un totalitarismo intimidatorio y autoritario nos hace creer en nuestra libertad personal, los ciudadanos hemos aceptado una suerte de esclavitud eufórica y supuestamente voluntaria, elegida. El resultado de todo este proceso -cuya explicación constituye la base del libro- es que somos un pueblo al borde de divertirnos hasta la muerte.

Éste es, pues, el germen del que parte la obra: la televisión, tras consolidarse como medio dominante en las décadas de 1960 y 1970 (el ensayo toma como punto de partida el contexto estadounidense de los años de la presidencia de Reagan), comenzaba a transformar radicalmente la cultura política, educativa y periodística norteamericana, alterando el discurso público, banalizando la política y redefiniendo los modos de conocer y educar. El desarrollo de esta idea central se lleva a cabo en once breves capítulos -de una decena de páginas cada uno, más o menos-, y con una argumentación sólida, muy bien estructurada, de un excepcional didactismo. Con abundantes ejemplos de la realidad norteamericana de la época, Postman estudia esas transformaciones en los ámbitos de la vida cultural y social mencionados.

La tesis de fondo que vertebra el libro se sustenta en una afirmación esencial: la tecnología, los medios de comunicación, no son simples canales neutros de transmisión de información, sino formas culturales que moldean el pensamiento y determinan qué tipo de discurso es posible. En este sentido, el paso de la cultura tipográfica -la instaurada por la imprenta y basada en la palabra escrita- a la cultura audiovisual supone una auténtica mutación epistemológica. Los medios tecnológicos no son inocuos, no suponen, tan solo, un determinado progreso técnico que permite resolver con más o menos éxito problemas preexistentes y mejorar, por tanto, la vida humana. La tecnología es una ideología, porque impone un estilo de vida, un tipo de relaciones humanas y de ideas, sobre las cuales no hay consenso, ni discusión, ni oposición, sino sólo conformidad. Cada nueva tecnología, sea cual sea, conforma un nuevo modo de descubrir, construir y acercarse a la verdad.

En la era de la imprenta, la palabra escrita favorecía la argumentación lógica, el pensamiento abstracto y la reflexión crítica. La lectura era una práctica social y política central en la formación del ciudadano ilustrado. Los debates públicos, los panfletos y los periódicos constituían vehículos esenciales del pensamiento colectivo. El ideal de la Ilustración -la emancipación a través de la razón- estaba íntimamente vinculado a la alfabetización. Por el contrario, la televisión -y el lector actual entenderá aún mejor el argumento si lo contempla a la luz de la omnipresencia de los medios digitales contemporáneos- privilegia la imagen, la inmediatez, la fragmentación y la emocionalidad. El resultado es una ciudadanía menos capaz de sostener discursos racionales y más vulnerable a los formatos del espectáculo. Este cambio no solo afecta al contenido sino, sobre todo, a las estructuras cognitivas que lo sostienen: la atención se acorta, la memoria se fragmenta, el pensamiento crítico se debilita.

El completo y muy clarificador estudio de Postman sigue interesando, como es obvio, en sí mismo, pero cautiva sobre todo por su extraordinaria intuición para adelantarse a unos tiempos, como los actuales, en los que las vertiginosas innovaciones tecnológicas han exacerbado los fenómenos que, en germen, se anticipaban en su libro. Lo que el norteamericano “vislumbró” es aplicable casi con mayor precisión a las ubicuas redes sociales, los omnipotentes smartphones, el barrizal de TikTok y la disolvente economía de la atención que definen nuestra época. Las redes no solo han intensificado los procesos que Postman describía, sino que los han llevado a su paroxismo.

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Neil Postman. Divertirse hasta morir. Ediciones de la Tempestad. Barcelona, 2012. Traducción de Enrique Odell. 154 páginas. 16 euros

Alberto San Segundo - YouTube