Viernes, 05 de diciembre de 2025
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La publicación de los textos escritos por Unamuno en su exilio en Hendaya nos descubre a un columnista excepcional
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Los libros son para el otoño

La publicación de los textos escritos por Unamuno en su exilio en Hendaya nos descubre a un columnista excepcional

Actualizado 20/11/2025 10:19

Gracias al empeño de Jean-Claude y Colette Rabaté se publica esta edición bilingüe para celebrar el centenario del exilio del rector 1925-1930.

Este libro, fruto del empeño de una ciudad, Hendaya, que quiere recordar su pasado y los grandes nombres que la habitaron, es una auténtica joya que anida en esa librería universitaria llamada Plaza, en la Anaya de los Filólogos. Un espacio desde el que mirar entre libros la grandeza de la catedral y descubrir tesoros como este libro que celebra el centenario de la estancia de Miguel de Unamuno en Hendaya, arrancado de España por otro Miguel, Primo de Rivera al que el rector atacaba con la pluma “de desgarrar”. Días de destierro en Hendaya, 1925-1930 recoge los textos que escribiera para diversos diarios Unamuno, y que él mismo ordenó en un documento que se custodia, amorosamente, en la Casa Museo. En una página, aparecen numerados y ordenados los artículos que constituirían el proyecto de “Los días de Hendaya” que nunca vio la luz y que ahora tenemos en nuestras manos, gracias al empeño de muchas manos y el entusiasmo apasionado de Jean-Claude y Colette Rabaté.

Era el Unamuno de Hendaya un hombre dispuesto a sacudirse la tristeza escribiendo para sus lectores argentinos. El primer texto nos lo descubre deseoso de sacudirse “la murria” e iniciar el diálogo con sus lectores y hacerlo no con la pluma de zaherir y “desgarrar” sino con otro estilo. Su vida sosegada en la pequeña ciudad junto al Bidasoa que le permitía ver la tierra española, su observación de la realidad, sus paseos, su sensibilidad y su inmensa cultural, le sirven para escribir estos textos casi costumbristas, versados en historia local y anécdota que se vuelven, desde la aparente facilidad y cercanía, reflexión profunda y sosegada.

La celebración de este centenario, la realización de los paseos unamunianos por los paisajes de sus huellas, el recuerdo de sus encuentros con el amigo Eduardo Ortega y Gasset y los exiliados españoles en una Francia que le admiraba, leía y consideraba “El Vícto Hugo español”, han sido un acontecimiento, pero este pequeño volumen nos deja la alegría de haber logrado la publicación de magníficos textos perdidos en el fragor de la historia de la que fue protagonista Unamuno. Una publicación adornada de fotografías y postales de la época que nos sitúan en las calles, los pueblecitos, el modesto hotel Broca donde se hospedaba el rector, el café al que acudía y que, sobre todo, nos devuelve a un columnista de raza, dueño del detalle significativo, de la reflexión iniciada al desgaire y que se va haciendo cada vez más profunda y metafísica para acabar levantando el vuelo de nuevo.

Inicia estos artículos Unamuno sacudiéndose la tristeza, dispuesto a seguir indagando, paseando, disfrutando de la vida. Esa vida en la que se pregunta ¿Qué hago aquí? Esa vida que discurre con calma por las gentes humildes que recuerdan a sus muertos, y que quiere recoger en un volumen llamado “Los días de Hendaya”… pero ¿Y sus noches? Está solo, duerme, piensa, escucha el sonido de un melancólico acordeón, se esfuerza por descansar. Los días se le pasan leyendo, caminando, pensando, yendo al café, escribiendo… y sobre todo, discurriendo estos textos que tanto dicen del autor. Un hombre versado en etimologías, observador, tierno, apasionado del paisaje, preocupado, capaz de reflexionar acerca hasta del mero gesto de morder una manzana, tierno, solitario, tierno, tierno, tierno, tierno… el Unamuno de contradicción y de pelea que habla con sus lectores es un hombre que, en cierto modo, deja a un lado el combate y se deja abrir el pecho para mostrar lo más íntimo.

¿Y qué hay más íntimo que una conversación a corazón abierto? Cuando el paseante escucha la frase de una niña pequeña sobre el gordo gorrión que acaba de descubrir, se vuelve niño. Un niño que quiere vivir en perenne descubrimiento, alegría de la sorpresa. Y el adulto que tanto ha vivido, que tanto ha sufrido y al que le queda el regreso y de nuevo, la pelea, desea vivir así, en medio del regocijo por el azar, por la humildad de la alegría. Y queda el gusto de compartirla como ha compartido su deseo de sacudirse la tristeza, la incertidumbre, la injusticia del destierro.

Un libro que nos devuelve el talento de un columnista magistral, con este conocimiento del tempo y de la mezcla de la anécdota y la reflexión apta para todos los públicos, pero rigurosa. Cercanía con el lector, sabia sencillez para pintar la pura vida. Y edición que nos recuerda el paisaje de aquellos años y aquellas noches. Y que nos regala otra visión del inagotable Unamuno de nuestros amores, la de un hombre tierno e incansable. Capaz de sobreponerse sin resignarse, de adaptarse sin rendirse, de elevarse y de enseñarnos la fuerza de la voluntad. Un hombre de nuestro tiempo que sigue dándonos la lección de la modernidad y del empeño de la resilencia. Y nos felicitamos por este hermoso libro tan especial.

Charo Alonso.