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Días de lluvia
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Días de lluvia

Actualizado 19/11/2025 08:01

Me gusta pasear bajo la lluvia en esos días en los que el cielo se ha oscurecido y las calles se han desnudado de gente y de ruidos. Entonces surge, como un milagro urbano, una melodía casi silenciosa de gotas de agua que chocan contra el asfalto, juguetonas y caprichosas, que tocan su melodía improvisada y alocada y ante la que tienes que agudizar los sentidos para escuchar mejor. Contemplo y no digo una sola palabra ante tal acontecimiento. Contemplo y sigo andando, contemplo y sigo escuchando, contemplo y sigo viviendo. A veces es mejor callar para que hable el alma o cerrar los ojos para ver mejor.

Lluvia de mañana, de atardecer, de horas grises y tonos pálidos. Lluvia que a veces es sigilosa y otras soberbia. Lluvia que me empapa y que me hace redescubrir que a veces voy muy rápido por las callejuelas empedradas de la vida. Paseo tranquilo, sin ninguna razón más que pasear, sin ningún motivo, sin cumplir ningún objetivo ni expectativa. Pasear por pasear. Sin rumbo fijo. Sin ruta preparada. Sin mapa.

Contemplar. Mirar de otra manera, escuchar con todos los sentidos, dejar que el corazón se empape de la belleza. Sentirme pequeño ante tanta grandeza, y ser consciente de que tengo sed de algo que no se quita sólo con un buen trago de agua fresca. Es entonces cuando experimento que no soy yo el final de mí mismo, ni tampoco el principio. Alguien me soñó y me amó, con mi nombre propio, y tejió de alguna forma mi existencia. Me percibo parte de algo más grande que mi propio ombligo y me da un poco de miedo tener que tomar la decisión sobre qué rumbo seguir. ¿Y si me equivoco? ¿Me podré perdonar a mí mismo?

Disfrutar. De lo que se me da y se presenta ante mí. Gustar y saborear lo que viene, sin más. Sin documentos ni programas. Simplemente, estar ahí y abrir los brazos para acoger la lluvia. Sí, a veces me calo y llego hecho una sopa a casa, pero es que a veces hay que mojarse. El paragüas de mis prejuicios, mis miedos y estar de vuelta de casi todo me impide conocer de verdad y disfrutar con autenticidad. Quiero mojarme, pero me da pánico pensar en las consecuencias. Quiero abrir mi ser, pero estoy más seguro refugiado en un portal hasta que pase la lluvia. Deseo un agua eterna, pero no me quiero arriesgar.

No dejar de caminar. Pero pase lo que pase, seguir andando y seguir contemplando lo que me enseña el camino. Y es entonces cuando escucho sonidos que antes se ahogaban en mis pensamientos y mis ideas. Melodías nuevas, olores nuevos, colores nuevos, que me hablan de otra forma, con un lenguaje abierto y poético. Cuanto más me olvido de mí, más se me abren otros sentidos y entonces, me encuentro con el Otro. Silencio. Apertura. Acogida. Y sigo haciendo camino, sólo parándome para extasiarme más con lo que me sale al encuentro.

Si me cruzo con alguien, me surge una sonrisa interior de simpatía por el ser humano que pasó cerca de mí. Si alguien me pide algo, le miro a los ojos y descubro su humanidad, y en la suya, también descubro la mía. A veces, si llueve demasiado, me meto en una cafetería y me coloco cerca del cristal para tocar las gotas y las sigo con ojos de niño que se asombra ante lo que no puedo controlar ni dominar, siguiendo con la mirada el camino que hace cada una, sin guión y sin receta. Y vuelvo a contemplar.

Deja de llover, pero el camino continúa. Sigo andando y miro el reloj. Quizá ya sea hora de volver y de reiniciar lo programado en la agenda. Pero estos sorbos de contemplación en días de lluvia me hacen bien y me ayudan a estar aquí y ahora, y no a emboscarme entre la maraña de lo que ya pasó o lo que vendrá. Bendito presente y benditos días de lluvia.

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