El actor visita Salamanca para representar la obra 'Camino a la Meca' en el Teatro Liceo, junto a Lola Herrera y Natalia Dicenta. En una entrevista con este periódico, reflexiona sobre su personaje, la libertad creativa y las lecciones vitales que aprendió tras sufrir un infarto
Con la serenidad de quien ha mirado de frente a la finitud, el actor Carlos Olalla llega a Salamanca para presentar la obra "Camino a la Meca". La función, que se representa este viernes en el Teatro Liceo, es una profunda reflexión sobre la libertad, las decisiones que moldean una vida y el derecho a elegir el propio destino. Olalla comparte escenario con dos grandes de la escena española, Lola Herrera y Natalia Dicenta, bajo la dirección de Claudio Torcachil.
La obra, ambientada en la Sudáfrica del apartheid de los años 70, narra la historia de Helen (Lola Herrera), una mujer que busca su libertad creativa en un entorno opresivo. Su anhelo choca con la mentalidad conservadora de su comunidad, representada por el pastor protestante al que da vida Olalla. El actor define la obra como un "aldabonazo" en la conciencia, una invitación a que el espectador se cuestione si está viviendo la vida que realmente desea.
A raíz de su visita a la ciudad, Carlos Olalla conversa con este periódico sobre los retos de su personaje, la magia del teatro y las lecciones que le ha enseñado la vida, especialmente tras sufrir un infarto antes de cumplir los 50 años. Una experiencia que, asegura, le enseñó qué es lo verdaderamente importante.
Llega a Salamanca con ‘Camino a la Meca’, ¿cómo le llegó este papel?
Me sorprendió porque me llamaron directamente. Me llamó Jesús Timarro, de Pentación, y me dijo que tenía un proyecto de teatro. Cuando me comentó que era con Lola Herrera, dije "más que requeté muy bien", y dirigido por Claudio, pues "tengo toda la agenda libre". Fue una ilusión increíble. Me llamaron directamente y, sin hacer pruebas ni nada, me cogieron para hacer el papel.
Interpreta a un pastor protestante en la Sudáfrica del apartheid, un personaje muy alejado de su forma de ver la vida. ¿Cómo ha sido ese proceso de construcción?
Ha sido maravilloso, porque a nivel de interpretación es muy bonito cuando los personajes son muy diferentes a ti. La mentalidad de este hombre es muy conservadora, es un pastor protestante de la iglesia reformada holandesa, lo más carca que te puedes imaginar, y eso está muy alejado de mi manera de ver la vida. Jugar a eso siempre es enriquecedor, porque tienes que defenderlo desde la verdad. Debes buscar qué partes de tu personalidad se parecen a algunas que tenga el personaje para poder trabajar desde ahí, dejar que esas facetas se vean y esconder las que te alejan más para no enturbiarlo.
En escena comparte protagonismo con dos grandes, Lola Herrera y Natalia Dicenta. ¿Cómo es trabajar con ellas?
Trabajar con ellas dos es maravilloso. Tienen tal química... son madre e hija, han trabajado mucho juntas y viven juntas, con lo cual se miran y saben lo que piensan automáticamente. Esa complicidad la han llevado a sus personajes, que a lo largo de la obra desarrollan una sororidad maravillosa que les permite defenderse de un entorno tan retrógrado y agresivo. Ellas tienen que enfrentarse a la presencia de mi personaje, este pastor que quiere manipular la vida de Helen. Para él, que haya una oveja descarriada es una amenaza. Que una mujer quiera ser libre... cuidado, esta me va a alborotar el corral.

La obra plantea un conflicto entre la religión, que usted representa, y la espiritualidad. ¿Qué reflexión propone la función al espectador?
Yo creo que el gran teatro es el que hace preguntas al espectador, no el que le da respuestas. Pone un espejo en el que, en un momento dado, cada espectador se va a identificar con alguno de los personajes, incluso con el mío. La obra tiene muchas capas. Yo represento a la religión anclada en la forma, pero el personaje de Lola, Helen, representa la espiritualidad, la creatividad, la libertad. Ver ese enfrentamiento es maravilloso. Siempre me acuerdo de la frase de David Bowie: "Las religiones son para los que tienen miedo del infierno y la espiritualidad para los que ya hemos estado en él". Al final, la obra es una reivindicación del derecho de toda persona, especialmente de las personas mayores y de las mujeres, a decidir sobre su vida.
Tiene una larga trayectoria en cine, televisión y teatro. ¿Qué le aporta el escenario que no encuentre delante de una cámara?
Lo que cambia es la técnica. El cine lo trabajas con los ojos y la voz; la televisión, de cintura para arriba y de la manera más natural posible. En teatro tienes que mentir desde la verdad, pero hacerlo todo bastante grande para que en la fila 25 se enteren. Pero la gran diferencia es la libertad. En cámara, tanto en cine como en televisión, los actores no nos sentimos dueños de nuestra interpretación. Repites la toma hasta que el director quiere y luego dependes del montador. En teatro, sí. Sabes que nadie te va a parar y en el escenario eres libre de hacer lo que quieres.
Ha mencionado la libertad, pero ¿qué hay de la conexión con el público?
En teatro estás respirando el mismo aire que el espectador. Tanto el público como el intérprete somos conscientes de que estamos creando algo único, no hay dos representaciones iguales. Correr ese riesgo juntos es precioso, porque al final el teatro no ocurre en el escenario, pasa en la cabeza de cada espectador. Si en una obra se habla de un caballo blanco, cada espectador verá su propio caballo blanco, uno diferente. Hay mil caballos si hay mil espectadores. Si sacas el caballo de verdad, todos verán el mismo y se acaba la creatividad. Cuanto menos pones en escena, más ve el espectador, porque más trabaja su imaginación.

Para terminar, ¿qué mensaje le gustaría que se llevara el público salmantino tras ver ‘Camino a la Meca’?
Que nadie tiene derecho a decidir por nuestras vidas. Cuando llegas a cierta edad, te das cuenta de que de lo que más nos arrepentimos es de no haber vivido la vida que hubiéramos querido, o de haber vivido la que otros querían. Yo tuve la suerte de tener un infarto antes de cumplir los 50 y le vi la cara a la parca. Ahí te das cuenta de lo que es importante. Lo importante ni es el trabajo, ni es el dinero, ni nada de eso. Lo importante es la emoción que tú has transmitido y que has sentido. La gente que está en cuidados paliativos, cuando les preguntan, todos dicen lo mismo: "Me arrepiento de no haber vivido la vida que yo hubiera querido". Esta obra es un aldabonazo en ese sentido, te dice: "Oye, eres libre, aquí y a cada hora que tú quieras".