-Hay que tener mucho para vender algo.
En el kiosko de Gabi puedes encontrar dulces de las monjas, pan de muchos lugares que llega con olor a horno de leña, revistas que se amontonan y hasta viejos libritos de Marcial Lafuente Estefanía para nostálgicos de la página del oeste. Y de todo un poco también, porque siempre se nos olvidan el aceite, el azúcar y hasta una bolsa de fideos cuando algún domingo a mi madre le daba por ponerse a hacer sopa…
Se acumulan los colores de las revistas y la seriedad de la plana del periódico junto al bazar de regalos que acompañan la portada brillante de mujeres que no existen o por lo menos no pasean por la vida normal de calles apresuradas. Mujeres flacas perfectamente vestidas y tan bien peinadas que parecen lacadas. Es el triunfo del arreglo que embellece, pero nos da igual todo lo falso que sea, compramos las revistas, nos aferramos a las portadas que son muy interesantes para aprender cosas y hasta hacemos del mero cotilleo un arte, porque los fotógrafos se las arreglan para limpiar, fijar y dar esplendor a un rostro que ya debería tener tantas arrugas como maridos. Entramos en el contrato social de la mentira, el de las declaraciones encontradas, los titulares con carnaza, la historia con minúsculas. Y caemos en la tentación del couché con mucha boda e invitadas y madrinas que parecen salidas de la tienda de los horrores. Es el arte del formol hecho fotografía o de la fotografía retocada que siempre ha existido y que nos ha dejado fijos en la belleza del instante, congelados en el momento decisivo en el que todo es posible: que la nariz se enderece, los ojos se abran con sorpresa juvenil y que la piel aparezca tan radiante como si no hubieran pasado años de leer prensa, de comprar revistas, de disfrutar de la sorpresa de la portada.
Sigo yendo con ganas de llevármelo todo al kiosko de Gabi. Y cruje el pan tan prometedor como la publicación mensual lujosa y con regalo. Llego y le echo un vistazo nostálgico al periódico provinciano que mi padre leía y siento la tristeza de no llevárselo a casa con una bolsa de magdalenas o alguna sorpresa de las que esconde este bazar de lo exquisito. Y cuando le digo admirada “Cuántas cosas tienes”, el autónomo que ya uno no encuentra fácilmente, porque me cierran los kioskos y me toca recorrer las calles para darme el gusto, me contesta con esa verdad del barquero que tiene más enjundia que un doctorado en economía en Harvard: “Hay que tener mucho para vender algo”. Bendito sea.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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