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Saber qué y para qué
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Saber qué y para qué

Actualizado 07/11/2025 07:58

Es erróneo pensar que los filósofos, las filosofas, todas las personas interesadas en la filosofía son gente rara. La palabra “filosofía” – como muchos sabrán- proviene del griego antiguo [phílos = amor y sophía = sabiduría] y para saber hay que preguntar y también preguntarse.

En realidad, todo ser humano se hace preguntas y busca respuestas (menos los imbéciles, claro) por tanto y de algún modo, todos queremos saber ¿o no es un clamor popular eso de ¡queremos saber! ¡nos deben una explicación! ¡la ciudadanía tiene derecho a saber!? La pregunta es saber qué y sobre todo saber para qué.

Sin duda la curiosidad es el primer motor de la filosofía, la que aguijonea la búsqueda de conocimiento. Porque queremos comprender el mundo y también comprendernos nosotros mismos. Así ha sido desde aquel ya muy lejano e inconcreto momento en que dejamos de ser homínidos y pasamos a ser seres humanos.

Desde entonces no hemos dejado de plantearnos preguntas y de buscar respuestas, pero este proceso exige tiempo, un bien escaso en estos vertiginosos tiempos que nos ha tocado vivir en estas sociedades aceleradas y llena de ruido que habitamos.

Saber es un concepto que ha sido explorado y definido desde diversas perspectivas a lo largo del tiempo. La sabiduría popular se sustenta sobre la experiencia práctica porque se trata de una sabiduría del hacer cotidiano. En el ámbito de la filosofía, se considera una virtud que si bien también parte de la experiencia y culmina en la práctica, debe aderezarse con conocimiento y reflexión para que alcance su finalidad de comprender la realidad y con ello ayudarnos a tomar decisiones sabias, lo que supone no ya sólo un saber hacer, también un saber vivir y hacerlo en libertad.

Fueron los griegos, hace más de 25 siglos, los que comenzaron el viaje y dejaron planteadas la mayoría de las transcendentales preguntas que todos nos seguimos haciendo, por eso, como ya he dicho en otras ocasiones, después de ellos todo han sido notas a pie de página. Ellos desafiaron lo que hasta entonces se consideraban leyes eternas e inmutables establecidas por los dioses, fueron los que asaltaron el Olimpo para cuestionar los designios de los que allí habitaban. Se sublevaron contra ese orden natural constituido por preceptos impuestos al mundo de los mortales. Pero aquello supuso correr un gran riesgo, el más importante y fundamental que asume cualquier ser humano, el de SER LIBRE. Y ese es, y no otro, el fin último de la filosofía, hacer realidad el anhelo vital de todo hombre, de toda mujer, de toda sociedad: SER LIBRE. Jean-Paul Sartre, filósofo, escritor, novelista francés lo resumió de forma magistral al afirmar que estamos condenados a ser libres.

Y es esa libertad, la verdadera no la palabra vacía y manoseada que llena la boca de tanto cretino que anda suelto. Y si vivir es ser libre en alcanzar esa libertad no va la vida. En el arte de vivir, el ser humano es al mismo tiempo el artista y la obra, es el escultor y el mármol, es el médico y el paciente, escribe Erich Fromm en su libro Ética y Psicoanálisis.

La libertad, como el amor, exige ser cultivada, cuidada y defendida cada día, por eso ser libre exige esfuerzo. Esfuerzo para llegar a distinguir entre lo bueno y lo malo y tener capacidad de decidir correctamente. Nunca existe una sólo opinión, nunca existe una única opción. En muchas ocasiones no somos libres para elegir lo que nos pasa, pero siempre seremos libres para responder a ello de una manera o de otra y cuanto más sepamos, cuanto más conozcamos, cuanta mayor experiencias tengamos; mayores serán nuestras posibilidades de acertar. Porque el único límite que tiene nuestra libertad es nuestro conocimiento. Si no me conozco a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero cosa importante, no por ello dejaré de ser libre… aunque me escueza[1].

La puerta está abierta desde hace siglos. Abierta para formular pregunta, miles de preguntas, a las que es necesario dar respuesta y debemos hacerlo sin recurrir a los dioses ni a leyes eternas, sin recurrir a inalterables tradiciones, ni al qué dirán. No se trata de una tarea reservadas a sesudos y solitarios pensadores, se trata de nuestra libertad, de la justicia social, de la solidaridad, de tanta y tantas cosas sobre las que hablamos a diario, sobre las que decidimos a diario en nuestro permanente interactuar con los que nos rodean. En definitiva, se trata de nuestras vidas y merece que le prestemos cierta atención porque cada día, con cada decisión nos jugamos el resto de lo que nos queda por vivir.

Ramiro de Maeztu periodista, ensayista, pensador político español y miembro de la llamada generación del 98 defendía que: La libertad no tiene su valor en sí misma: hay que apreciarla por las cosas que con ella se consiguen. ¿Qué estamos dispuestos a conseguir?

[1] Fernando Sabater. Ética para Amador.

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