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Estafadores estafados
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COLES DE BRUSELAS, 118

Estafadores estafados

Actualizado 07/11/2025 16:06

Cuando en los años noventa aún salían en las noticias personas estafadas con el timo de la estampita (de una simplicidad tal que parecía imposible caer en la trampa) y yo me asombraba por ello, mi padre me lo explicaba con un sencillo argumento: todas las mañanas se levantan en el planeta tierra unos doscientos mil tontos, la suerte del timador es dar con uno de ellos. El 29 de octubre pasado, la tonta que salió al mundo por la mañana fui yo, víctima de una compañía eléctrica que existe pero que, como tantas otras, subcontrata la parte comercial a otra empresa carroñera que explota jóvenes parados pagándoles por cliente conseguido sin preocuparse mucho como se consiguen esos contratos. Sí, sí, esta que escribe, presume de políglota y de estar curtida en miles de batallas, digitales o no; esta que escribe y no se fía de Internet más que lo necesario y hasta hace nada ni siquiera tenía la aplicación del banco en el teléfono; yo misma, estafada, espero que sin mayores consecuencias que el berrinche que me agarré y la cara de estúpida que se me quedó.

Y pensándolo bien, por qué autoflagelarse tanto con un intento de estafa cuando, al final, todo en la vida es un puro engaño empezando por la vida misma, que nos hace creer que no se acabará y resulta que la fecha de caducidad la traemos escrita en el ADN. Supongo que porque el engaño se perdona poco cuando nos lo infligen y somos más benevolentes cuando lo aplicamos nosotros, tantas veces sin pensar en las consecuencias que pueda tener. Les pongo ejemplos de ambas cosas.

Nos estafan cuando nos cuentan que hay unos magos de oriente que nos traen regalos gratis, o un ratón que se lleva nuestros dientes de leche por la noche y nos deja dinero a cambio. Es una estafa mayúscula el esfuerzo académico; está bien procurarlo y es tarea encomiable, pero ni nos garantizará una vida mejor ni más confortable, solo el prurito de lo conseguido por nosotros mismos a golpe de codos, que es algo que solo apreciamos con la madurez. Estafados y con razón se sienten los jóvenes que creyeron en el ascensor social que ya no funciona, en el mérito que cada vez vale menos y en los impuestos que van destinados a mejorar la vida de todos. La independencia de la justicia es últimamente una estafa, como la de la prensa independiente que no lo es, como las promesas de justos y pecadores de una economía saneada que permita comprarse una vivienda, estafa esta última cercana al timo de la estampita por su simpleza: las viviendas en España ya no son para vivir sino para especular. La cirugía estética es, la mayoría de las veces, una estafa, porque el pellejo restaurado de un lado acaba cayéndose por el otro; como estafas son las dietas milagrosas que hacemos a sabiendas que no funcionarán y volveremos a coger los kilos perdidos. El zumo de fruta no tiene fruta, los plátanos de Canarias no vienen de las islas y el tomate frito es un concentrado de sal y azúcar teñido de rojo: estafa.

Pero ¡ay! quien de niño no se ha quedado nunca con las vueltas del pan, o no ha hecho alguna vez una mínima trampa en un examen; quien no ha intentado colarse en el cine a ver una película no autorizada, o ha mentido a la hora de llegar tarde a casa o usado el coche paterno sin permiso para ir a la verbena de un pueblo. Somos estafadores cuando le pagamos al electricista y al fontanero en negro, cuando le ocultamos lo ocultable a la hacienda pública o nos hacemos pagar por la seguridad social tratamientos médicos y, sobre todo, nos hacemos recetar medicamentos que no necesitamos; sí, lectores queridos, la Iglesia lo llamará a todo esto pecado venial, pero no deja de ser una estafa.

Esta retahíla es la que me cuento a mí misma para consolarme mientras paseo por mi ciudad una tarde esplendorosa de otoño, de árboles amarillentos sin trampa y piedras que reflejan esos últimos rayos de sol del atardecer y a la vez releo las páginas del Lazarillo de Tormes a orillas del propio río. Mi paisano Lázaro fue uno de los primeros estafadores de la historia merecedor de un texto escrito, convertido en joya literaria y en manual de enseñanzas infinitas:

- “Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”.

Dicho queda. A ver si me lo aplico.

Concha Torres.

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