En medio del contexto general internacional, beligerante y confuso, a causa, sobre todo, de la política impositiva y dominante de D. Trump, el acto de perdón de la semana pasada entre México y España ha brillado como una valiosa excepción a las políticas de desunión.
Pero ha costado mucho tiempo y diálogos llegar a este perdón: según el gobierno español las quejas del pueblo mexicano, al remontarse a cinco siglos las heridas producidas por los conquistadores españoles, se habían desfigurado y aumentado con el paso del tiempo; para los mejicanos estas heridas profundas y graves aún no habían cicatrizado. Las palabras de perdón de España por boca de su Ministro de Exteriores y la generosidad y actitud abierta a recuperar el diálogo y la historia común por parte de México, cediendo 400 piezas prehispánicas del arte de las mujeres indígenas para la Exposición en Madrid titulada La mitad del mundo. La mujer en el México indígena, han sido los gestos que han podido cerrar la tensión diplomática agravada, entre ambos países, durante los últimos siete años.
El proceso por el que se llega a la decisión de un perdón es complejo, pues no solamente están presentes el ofensor y el ofendido en este deseo de paz y acercamiento mutuo, sino también cuentan terceros países o coyunturas del presente, que pueden empujar en una u otra dirección; para el gobierno mexicano de Claudia Sheinbaum es obvio que el vecino de arriba de sus fronteras, la administración Trump, es un vecino de difícil convivencia; rescatar a un amigo perdido a causa de maltratos lejanos en el tiempo, ayuda emocionalmente en tareas políticas más inmediatas. A España le ocurre algo similar; aunque perteneciente a la UE, hay una cierta soledad del partido gobernante producida por el desencuentro crónico con una oposición que no parece desear el menor acercamiento al actual gobierno, sino solo derribarlo, vencerlo.
En los procesos de perdón en la vida de los individuos ocurre que no siempre conseguimos el perdón de algunas imaginarias o reales víctimas, ni podemos a veces conseguir que el agresor escuche nuestro deseo de perdón; para que el perdón funcione debe existir al menos una parte del muro que separa al ofensor y al ofendido que tenga cierta porosidad, que permita la transmisión de flujos de una parte a otra. Las religiones han empujado en general en el sentido del perdón, pero al ser humano, atravesado por su radical ambivalencia desde el nacimiento, le cuesta mucho unificar en sí mismo amor y odio, placer y dolor, guerra y paz. Le cuesta reconocerse semejante al que ofende o del que recibe ofensas.
La actualidad en la historia de las naciones nos sigue mostrando que cuando un trauma colectivo no ha sido resuelto, vuelve a aparecer, con distintos disfraces, pero idénticos contenidos. Por eso el perdón entre naciones es, con gran frecuencia, imposible.
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