Después de ver las imágenes del Funeral de Estado celebrado el pasado día 29 en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, debo reconocer que me ha quedado mal sabor de boca. Lo que vi y oí no era el homenaje debido a las víctimas de la Dana ni al respeto que merecían. Comprendo el dolor de los familiares presentes, y hasta de su desesperación al ver la inoperancia de los poderes públicos en los primeros momentos de la Dana, pero existen otros cauces y otros momentos para exteriorizar su amargura. En esta catástrofe debemos citar , en primer lugar, la parte más inocente: las víctimas y sus allegados, así como los que, sin sufrir pérdidas humanas, han padecido un verdadero descalabro económico y sentimental al perder su patrimonio y sus recuerdos.
En otro nivel debemos colocar al culpable o culpables de la magnitud de esta grave tragedia. Podíamos culpar a la naturaleza, pero no es un ser con voluntad sino, según define la RAE, un “Conjunto de todo lo que existe y que está determinado y armonizado en sus propias leyes”. Es el hombre quien, con su forma de vida y sus costumbres, puede llegar a alterar esas leyes. Ahora bien, con la topografía del escenario, el emplazamiento de algunas edificaciones en zonas inundables y la falta de información a las localidades que apenas habían recibido lluvias, se produjo el desbordamiento del barranco del Poyo que llegó a alcanzar un caudal tres veces superior al del río Ebro. En esas condiciones, la catástrofe era poco menos que inevitable.
Primero los incendios y ahora esta DANA ponen de manifiesto la falta de previsión de los organismos responsables para que operaciones tan sencillas como la limpieza de los montes y de los cauces sirvieran para rebajar muchísimo los efectos. Bien cerca está el ejemplo de la desviación del cauce del río Turia que ha llevado la seguridad donde también se sufrió otra catástrofe. Esta vez, para nuestra desgracia, no se había tomado ninguna medida preventiva, entre otras razones, por la cerrazón fanática de un ecologismo recalcitrante. Cuando comenzaron a conocerse las primeras consecuencias de la riada, esos poderes públicos, que debían reaccionar inmediatamente, se afanaron en encontrar la forma de cargar la responsabilidad al contrario. Por tanto, nadie está lo suficientemente libre de pecado para tirar la primera piedra.
El presidente Mazón cometió la inaceptable torpeza de desconectarse de su despacho en unos momentos en los que todos los medios de comunicación ya hablaban de lluvias que presagiaban posibles daños. Se pueden abandonar momentáneamente las obligaciones del cargo, pero siempre con la obligación de mantenerse informado. Si fuera cierto que no recibió tal información, no se pude alegar desconocimiento, y sí “falta in vigilando”. Una crecida de tales dimensiones, hay que reconocer que siempre encontraría personas desprevenidas o convencidas de que allí ya estaban seguras, pero siempre habría quien pretendiera buscar una mayor seguridad. También existe la posibilidad de que algunos de los que permanecieron en sus casas, y salvaron su vida, podían haberla perdido si intentan desplazarse a otro lugar y son sorprendidos por la avalancha en el trayecto.
Ahora bien, fuera caretas de cinismo. Si algún oponente decide no dimitir, antes de rasgarse las vestiduras bueno será que se recuerde quién dimitió por haberse olvidado de la tragedia de la isla de La Palma, por la nefasta gestión del Covid, por la ley que ha soltado indebidamente a los violadores, por el garrafal fallo de las pulseras anti maltrato o por gastarse el dinero de los españoles en bacanales. Hasta ahora, ninguno.
En el otro platillo de la balanza hay que colocar al Gobierno central. Debía contar con igual, o mayor, información que la Autonomía y hay que reconocer que tampoco se dio por aludido. Para mayor ignominia, el presidente Sánchez se despachó a gusto contestando: “Si quieren ayuda, que la pidan”. Olvidándose de la grave situación jurídica que envuelve a no pocos de sus dirigentes, puso en marcha el aparato de propaganda que de él depende para sacar a relucir el clásico “Y tú, más” . Ya nadie recuerda que fue Zapatero quien paralizó el Plan Hidrológico Nacional , propuesto por Aznar y financiado por la UE, que, entre otras medidas, transformaba el mortal barranco del Poyo. Si los medios del primer momento no eran suficientes, para eso están las las Fuerzas Armadas, como siempre se ha hecho. No necesitaba que nadie lo pidiera, era su obligación. Así se ha conseguido que, por falta de información, más de un civil esté mostrando su enfado creyendo que los altos mandos del Ejército fueron los que se negaron.
La izquierda española está compensando la peligrosa deriva que se aprecia en todas las encuestas a base de arrimar el ascua a su sardina. Partidos que de una u otra forma apoyan a este gobierno calientan la calle en las manifestaciones contra Mazón y se olvidan de hacerlo contra ese gobierno, del que forman parte o al que apoyan, a pesar de haberse declarado – incluso en el Parlamento- contrarios a su actuación. Si se critica, con razón, la ausencia de Mazón, hay que preguntarse porqué no lo hacen con la ausencia de Sánchez -después hizo su aparición y huyó despavorido-y de todos los ministros afectados por la catástrofe.
Todo político que se precie de serlo debe estar preparado para asumir su responsabilidad cuando le corresponda, no escudarse en disculpas de mal pagador, y mucho menos dar diferentes versiones de los hechos. A lo hecho, pecho. De lo contrario se puede aumentar la amargura de quienes han sufrido un agravio, a la vez que se daña la imagen de la institución a la que se representa. Si los 130.000 muertos en la pandemia no fueron suficientes para que Sánchez asumiera su parte de responsabilidad, que nadie espera que lo haga ahora por 237. La trayectoria seguida para llegar hasta hoy ha pasado por encima de barreras que nunca podíamos imaginar. La última acaba de sortearla con su comparecencia ante la Comisión del Senado. Recuerda perfectamente todos los pormenores de aquellos temas relacionados con la oposición, pero de lo que se refiere a su posible implicación en los asuntos que están sometidos a investigación jurídica, sencillamente, ”nada le consta”. Luego, como diría Cervantes: “Frunció el ceño, caló sus gafas, miró de soslayo, fuese y no hubo nada”. Cuando era interpelado, sólo le faltó decir: échame pan y llámame perro.
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