Con la cercanía del Día de Difuntos, que se celebra el próximo 2 de noviembre, quiero proponerles la lectura de un libro magnífico, relacionado abiertamente, ya desde su título, con el motivo principal de la conmemoración. Se trata de Vivir con nuestros muertos, una obra muy singular de la francesa Delphine Horvilleur, presentada en su país en 2021 con el subtítulo Pequeño tratado de consuelo.
Delphine Horvilleur es filósofa, escritora y, por encima de todo, en una condición especialmente relevante en relación con el libro que ahora presento, rabina. Con una formación muy sólida, fruto de su aprendizaje del árabe y el hebreo en Jerusalén, de sus estudios de periodismo en París, profesión que ejerció en Francia e Israel, y de su instrucción en la doctrina hebraica en Nueva York, en su libro, que combina el conocimiento profundo de la tradición con su respetuosa adaptación a los valores seculares, defiende una visión moderna, abierta, desprejuiciada y laica del judaísmo con constantes alusiones al diálogo interreligioso o a la igualdad de hombres y mujeres.
Vivir con nuestros muertos muestra, ya desde su título, su mensaje más profundo: la vida y la muerte están fuertemente entrelazadas. En un contexto, el que envolvía la redacción del libro, marcado aún por la pandemia, la autora percibe, en el mismo ejercicio de su misión como rabina, la irrupción súbita y masiva de la muerte en nuestra cotidianidad. Un día, durante el primer confinamiento, recibió una llamada de los miembros de una familia, para ella desconocidos, que le pedían que los asistiera en el forzosamente solitario funeral del padre. Cumplió su cometido desde su casa, murmurando al teléfono unas palabras que ellos repitieron en voz alta en el cementerio. Lo insólito de la situación le permite constatar cómo ante el irrefrenable señorío de la muerte nuestro único poder se reduce a escoger las palabras y los gestos que pronunciaríamos en el momento en que ella se manifestara.
He ahí el desencadenante de su libro: Encontrar esas palabras y conocer esos gestos encarna el núcleo de mi trabajo. Palabras, gestos, narraciones, historias, rituales, oraciones, acompañamiento, cercanía, alivio, consuelo. En eso, afirma, consiste su función como rabina, en acompañar a mujeres y a hombres que en un momento crucial de sus vidas necesitan narraciones. El papel del rabino, y el de este libro, es el de servir, a través de las palabras, de puente entre la vida y la muerte, de tal manera que los muertos no mueran sino que permanezcan “vivos entre los vivos”.
Horvilleur divide su estudio en once capítulos, cada uno de ellos centrado en un protagonista distinto (personajes públicos y anónimos, célebres y desconocidos, amigos y familiares, niños y ancianos) y en los que entrelaza historias de sus biografías particulares (vidas y duelos que he tenido que vivir o que he podido asistir) con análisis e interpretaciones de sus muertes a la luz de la Biblia y los textos sagrados de la tradición judía, singularmente el Talmud, junto con aportaciones extraídas de sus propios recuerdos personales, íntimos en más de un caso, en episodios clave relacionados con los asuntos tratados. Tres muy destacados frentes, pues, relato, exégesis y confesión, en un libro que pretende alejar el tabú que sobre la muerte impera en nuestras sociedades, que la ocultan, la disimulan, la rodean de eufemismos, la condenan, en definitiva, a ese silencio que la autora pretende quebrar con sus palabras.
Unas palabras que hablan del dolor, de la incredulidad, del miedo, de la desesperación, de la aceptación, del coraje, de la tristeza, del asombro, de la perplejidad, de la rebeldía, de la negación, de la ira, de la negociación, de la depresión y de la resignación que, en mayor o menor medida, acompañan a la muerte cuando comparece en nuestras vidas. Unas palabras, además, bellísimas, engarzadas en una escritura precisa, de léxico muy rico, rebosante de erudición pero a la vez sencilla y hasta pedagógica, luminosa y vital, llena de un muy acusado humor que rebaja la solemnidad de los temas tratados, rezumando sensibilidad, inteligencia, empatía, ternura, muy conscientemente pensada para lectores no especializados. La prosa, que hibrida géneros (relato autobiográfico, prédica pastoral y ensayo sobre el judaísmo) oscila entre el tono coloquial de anécdotas, chistes o escenas hilarantes en velatorios, y las abundantes manifestaciones de una muy alta cultura, con constantes profundizaciones etimológicas, pormenorizados análisis de las tradiciones y rituales hebreos y referencias a películas, canciones y obras literarias que la escritora, con talento e inteligencia, engarza, a través de metáforas inspiradas y vínculos muy sugestivos, con los distintos asuntos analizados.
Podría pensarse que la posición de partida de Horvilleur, religiosa, rabina, judía, pudiera convertir su texto en un sermón dogmático, anclado de modo estricto a las premisas de sus creencias. Nada más lejos de la realidad. A lo largo de la obra, Hourviller deja clara su postura sobre la religión en general y sus creencias judías en particular, un punto de vista abierto, respetuoso, comprensivo, tolerante, “pacífico”, flexible, indulgente, ecuménico. Un planteamiento, ejemplar muestra de la laicidad francesa, que no establece fronteras entre quien cree en un Dios o en otro, o entre quienes no creen en ninguno o lo consideran una invención. Su fe, su judaísmo, no representan un conjunto de certezas excluyentes, de convicciones cerradas, de sentimientos de pertenencia identitarios y segregadores. Frente al sionismo de la identidad, dogmático, intransigente, mesiánico, nacionalista y, en ocasiones, asesino, Horvilleur contrapone el sionismo de la extranjería, de la equidad, de la democracia, de la paz.
Y esas dos mismas ideas-fuerza (rabina laica y sionismo integrador) inspiran el libro entero, sugerente, inspirador, inteligente y emotivo. Coherente con esa postura transigente y conciliadora, la narradora pone el foco de su relato en la voz de los otros, los familiares y amigos de los difuntos, y ella misma se permite el titubeo, la duda, la confesión de su incertidumbre, de su impotencia, incluso, en ocasiones, de sus errores, lo que, como parece evidente, fortalece la credibilidad de su discurso y lo acerca al lector, conformando una propuesta especialmente oportuna en estos días en los que la barbarie impera todavía en los territorios de su país.
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Delphine Horvilleur. Vivir con nuestros muertos. Editorial Libros del Asteroide. Traducción de Regina López Muñoz. Barcelona, 2022. 200 páginas. 18.95 euros.