La última excursión por las ramas en un debate con los suficientes raíz y tronco como para afrontarlo desde allí, ha versado sobre la conciencia de los médicos que nos apartamos, conforme a la ley, de intervenir en un acto que no es médico, conforme a nuestra deontología profesional. Podría ser objeción deontológica, pero está desprotegida en España, y es objeción de conciencia, a duras penas aún medio respetada.
La penúltima, relacionada con la anterior, y todavía recentísima, porque es la causa prioritaria del Ministerio de Sanidad, muy por encima de muchas otras fundamentales para sostener el Sistema Nacional de Salud, estriba en que se incremente el porcentaje de los abortos que se provocan en centros sanitarios públicos, ya que en algunos territorios la mayoría se perpetran en centros sanitarios privados.
Esto ocurre cuando el presidente del Gobierno de España ha lanzado la propuesta de que el aborto sea un derecho constitucional, ya muy lejos de los tiempos en que, reduciendo a “algunos” el “todos” del artículo 15 de la Constitución, se definió jurídicamente como un delito despenalizado. Un derecho con un sujeto, la mujer gestante, y un objeto, el ser humano que crece en su seno.
Mientras tanto, el principal aspirante a sucederle en el cargo sale de lo que para él podría pensarse que resulta un atolladero, o no, argumentando que se trata de “causas superadas y banderas morales que enfrentan a la sociedad”. Desde una visión puramente electoralista, el candidato sabe que significarse del lado del derecho a la vida del no nacido le aleja del destino ansiado, y a esas alturas se huye de la minoría como el gato escaldado.
El conjunto de los participantes en la escena democrática, la que en teoría lleva al ámbito parlamentario los problemas ciudadanos y los trabajos en favor del bien común (aunque sea más fácil el interés general), podrán hacer como que viven sin que su conciencia existiera, pero no nos lo creeremos. Porque ellos y nosotros somos barro, no son distintos a los médicos que debemos decidir ante los gestores sanitarios que nos contratan, ya sean privados o públicos, si objetamos o no lo hacemos frente al aborto o la eutanasia. No se trata de juzgar el juicio de cada cual, sino de no negar que cada uno ha de hacer dicho juicio, pues en la vida se trata de elegir, de escoger continuamente.
Usando expresiones de la Gaudium et spes, “en lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello”. Los cristianos creemos que “el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo”. Quienes no reconocen a Dios en esa soledad que para nosotros nunca existe, sin que esto nos libre de noches oscuras, que siempre nos encogen, pueden estar seguros de que “la fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad”. Por esto, las banderas morales nunca pueden arriarse, porque afrontando los dilemas se crece y se madura. La causa del bien nunca está superada, y al misterio de la muerte no se puede responder yéndonos por las ramas de más muerte, sino bebiendo en la raíz de la vida y elevándonos con el tronco por el que ve la luz.
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