Pasa el río contumaz, constante, lamiendo las orillas, dejando atrás a las lavanderas, a los que curten las pieles del tiempo. Pasa sin peso sobre el lecho de barro y de algas, haciendo remolinos de aburrimiento porque le han quitado las pesqueras donde saltar con bordes de espuma y reunión de patos que se mecen en la corriente.
Tiene la ciudad pequeña, provinciana, cercana, calles en cuesta que casi desembocan en el río, horizonte de agua y de chopos de la ribera para poetas mesetarios, surcos de huerta, molinos de harina y fábricas de luz. El río es una verdad que traza la ciudad desde la lejana Edad Media, que se remonta incluso al tiempo de unos romanos de cincel y estela, pueblos anteriores de los que no leemos nada más que sus piedras apiladas en forma de castro. Levantamos muros de sabiduría seca, separamos la tierra y sus pedazos, trazamos la geografía de la pertenencia. Y la linde de los tiempos va llenando la pizarra de siglos y de nombres de época, como si la historia no fuera una sucesión desordenada de reyes que se enfrentan. Los antiguos reinos de nuestra tierra duermen su sueño de jirones rotos en sudarios de piedra, aferrando sus espadas, los perros a los pies, quietos y guardianes mientras la dama, el libro abierto en la página eterna, deja resbalar los pliegues de su belleza.
La ciudad del interior, la vieja, la amurallada, la eterna, tiene catedral de varias épocas y calles que desembocan, en pendiente antigua, en el río que nos lleva. Y pasa el tiempo quieto en sus muros quizás arreglados donde corre la vid o se engarza la hiedra. Y los pasos, en la mañana, con las campanadas que anuncian una aurora fría, un alba desierta, resuenan extraños, quizás envueltos en una capa de otro tiempo, en una prisa de amantes que atraviesan las bardas prohibidas de un jardín donde se oculta Melibea. Llega del duelo con la noche el visitante extraño de una calle vacía donde sus pasos resuenan, y quizás, más allá, junto al río, el ruido extraño de un coche que pasa nos recuerda que no estamos en el tiempo de las espadas y los padres que enjuagan el honor de la hija en la sangre de su perdida virginidad. Duelo de voluntades y árbol de deseo con hojas de laurel para hacer coronas de otro tiempo.
En este otoño cálido donde madura el membrillo su carne de mujer rotunda y dulcísima, se dejan sentir el pájaro y su vuelo, la teja árabe que cubre las casas por las que pasea un gato de otro tiempo. El río es eterno en su constancia, y pasa, lamiendo las heridas, las orillas marcadas por la voluntad humana que se cubre de juncos. Es el amanecer de un día sin fechas, sin más voluntad que el río y su paso quieto.
Charo Alonso. Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.