Mi afición por las exposiciones me ha llevado a una auténtica hemeroteca de folletos, catálogos, trípticos, posters, entradas de papel y postales conmemorativas. El papel satinado se configura como un remanente de una época incierta cuyo lenguaje pertenece a la pérdida. El día soleado del verano que pasé en Medina de Rioseco es un par de entradas troqueladas, unas fotos imperfectas y el calor de una certeza. El atardecer en Guarda acarició el bolsillo de mi bandolera donde guardaba algún flyer sobre las Edades del Hombre en Zamora. Propaganda del recuerdo, del día que debe seguir existiendo a toda costa.
Mi galería del móvil está repleta de santos desacralizados y muros blancos. De azules imposibles, sonrisas inmaculadas y gatos huidizos. También de cartelas esquemáticas que acompañan a cuadros abstractos sin revelar el camino del artista, de sus sentimientos y que ahora solo son palimpsestos de un suspiro condescendiente, de risas histéricas y constructos que resumen como postales los lugares no visitados del alma. Revisito algunos folletos que almaceno—sin orden específico— en busca de comprender qué sentimientos vertebran una experiencia. Si son las palabras que acompañan a la experiencia museística, las de los rótulos y las de la visita guiada, o son las personas que tenemos al lado. Las ajenas que comentan vaga y jocosamente. O el pensamiento plano que genera el vacío de las salas. Quizás es algo más que todo ello, de ahí el afán por guardar un único efecto práctico que sirva para rememorar aquello que se vive en una exposición: el folleto es un portador que ha perdido su labor publicitaria pues ya no promociona una exposición, sino que, más bien, patrocina una sensación.
El término adecuado para referirse a esta serie de cosas fue acuñado por Krzysztof Pomian: semióforo. Son ahora portadores de nuevos significados que los emblematiza por encima de su significado general más inmediato. Les he cargado con aquello que pesa más que el mundo de Atlas. Es el recuerdo humano, su transitoriedad y las formas en las que se construye. Lo que tomamos para constituir un recuerdo, lo que inventamos para evitar su derrumbe, para evitar el nuestro. Las muletas que significan estos semióforos son algo endebles. Dependen de su materialidad variable, pero más de las ganas de conservarlos. Porque no deja de ser propaganda, del recuerdo, pero propaganda en sí misma. Del recuerdo que lucha por coexistir con la enseñanza diaria.
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