Viernes, 05 de diciembre de 2025
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Hay una Audrey Hepburn en toda mujer líder
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Hay una Audrey Hepburn en toda mujer líder

Actualizado 09/10/2025 07:55

Sus pensamientos perfectamente podían acoplarse en un curso de formación para nuevos líderes, porque tienen no solo el valor del sentido común, sino la frescura de la renovación constante y acelerada a la que estamos sometidos en la sociedad actual a escala global.

Audrey Hepburn afirmaba en este sentido que “las personas aún más que las cosas, deben ser renovadas, mejoradas y redimidas. Nunca hay que desechar a nadie”. Y esto se llama técnicamente liderazgo inclusivo, que no desecha a nadie por ninguna razón…más bien se preocupa en integrar a todos buscando que cada persona pueda demostrar lo que es capaz de dar, sin temores y también sin complejos.

Pero cuando profundizamos un poco en la vida de esta gloria del cine, comprendemos otra cosa: que si bien existe una concepción equivocada respecto a lo que se entiende por clase intelectual, nuestra protagonista de hoy es el paradigma de que la cultura y el intelecto van de la mano. Que no se puede considerar únicamente la inteligencia, la reflexión y el pensamiento como propiedad de los escritores, pensadores y filósofos. El arte en general y el séptimo arte en particular, es una expresión clara de la capacidad intelectual humana, desde la dirección de una obra hasta la interpretación.

Los que aún creen que la intelectualidad es patrimonio exclusivo de determinadas profesiones, deberían no sólo actualizar su percepción de la realidad, sino estar convencidos que las auténticas revoluciones del pensamiento siempre provienen de la conjunción de varios elementos, entre ellos, lo que sucede en la calle, el sufrimiento de los pueblos y la necesidad de cambio. Y esto lo han recogido exactamente igual de bien grandes narradores y novelistas como directores de cine. Desde ya que el papel de las actrices y actores que dan vida a historias reales o de ficción, también forman parte ineludible de la cultura. Están tejiendo pedazos de la historia.

Audrey Hepburn (1929 —1993) fue una actriz británica de la época dorada de Hollywood, considerada por AFI (American Film Institute) como “la tercera mayor leyenda femenina del cine estadounidense” En realidad deberían ampliar dicha ponderación a que lo fue del cine mundial, sin ningún género de dudas.

Su talento como actriz, así como su look personal, que denotaba sencillez y proximidad, revolucionó la forma de hacer cine de parte de las mujeres que nunca se había practicado hasta entonces, en la que la naturalidad de la actriz anulaba por completo la estrella que siempre se quería buscar en las protagonistas. Hepburn rompe ese mito y le da el carácter de mujer de carne y hueso, sensible y vulnerable. Justamente ha sido su aparente fragilidad en todos los papeles que ha acometido, la que transmitía el mensaje de que lo que se ve no es lo que vale, sino lo que contiene el envoltorio. La firmeza y la determinación que va más allá de si una persona, es hombre o mujer.

Como todas las grandes personalidades de la cultura, hay mucho más aún detrás de la pantalla, de todo aquello que no conocemos más que indagando en su biografía. De ahí que deben ser tenidos en cuenta sus pensamientos, actitudes y sensibilidades como en el de otras celebridades que destacaron en su profesión.

Cuando afirma que “la mejor cosa para aferrarse a la vida es tenerse uno al otro”, dice de manera sutil pero clara que el amor es la clave para esa voluntad de vivir.

Perteneció a esa generación golpeada del período de entreguerras del siglo XX, porque tanto su infancia como adolescencia estuvieron marcadas por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, un trauma que la acompañaría el resto de sus días.

Lo importante no era si compitió a lo largo de su vida con otras pocas mujeres privilegiadas en materia de estilo, prestancia y moda. A ella sin proponérselo, le surgía de manera natural. Marcaba estilo y muchas mujeres anhelaban parecerse y ponerse lo que ella lucía. Pero su fuerza radicaba en su interior, porque ante la frivolidad de los que destacaban únicamente esos aspectos superficiales, les respondía de manera contundente que “los ojos hermosos buscan lo bueno en los demás… los preciosos labios hablan sólo palabras de bondad, y para lograr el equilibrio hay que caminar con la certeza de que nunca estás solo”.

Hepburn no entendía la vida en solitario sino en las buenas relaciones interpersonales, especialmente, en la relación íntima de pareja. Pero finalmente la infelicidad se terminó apropiando de su vida personal, por lo cual en el último tramo de su existencia buscó consuelo en las labores benéficas llegando a ser “Embajadora de Buena Voluntad” de UNICEF.

Hepburn aplicó aquella sentencia de Gandhi que decía que “la audacia es necesaria para el desarrollo de otras nobles cualidades”, porque demostró que el coraje de una mujer no está reñido con su aparente debilidad o inseguridad física. Tenía muy claro la persona que era y la que quería o podía ser. La diferencia entre ambas la protagonizó como si de un filme se tratase, con su forma de actuar en la vida, no en los sets decorados de los años del Hollywood de las grandes producciones.

A finales de los años ochenta en sus viajes por el mundo representando a UNICEF, Hepburn hizo un gran esfuerzo en crear conciencia sobre los niños necesitados. Ella comprendía demasiado bien lo que era pasar hambre, ya que lo había vivido en sus propias carnes en los Países Bajos durante la ocupación alemana.

Como ocurriera a más de una personalidad, ganó un premio especial, en este caso de la Academia de Hollywood en 1993 en reconocimiento a su labor humanitaria, pero no vivió lo suficiente como para recibirlo, porque murió el 20 de enero de 1993, en su casa en Tolochenaz, Suiza después de una batalla contra el cáncer de colon.

En la película por la que más se la recuerda “Breakfast at Tiffany's” (se modificó su título en la traducción como “Desayuno con diamantes”) (1961) de Blake Edwards, puede perfectamente ser un remake de su propia vida, ya que encarna a una mujer que quiere olvidar su pasado, se siente desterrada de todas partes, pero lo más increíble, es que no siente deseos de pertenencia a ninguna persona. Sólo le interesa sentirse libre. Le acompaña una banda sonora que es imposible de olvidar (Moon River) (1961) de Henry Mancini y Johnny Mercer, que le van al personaje como anillo al dedo. Una mujer en busca de su eterna felicidad que finalmente la va a conseguir en el celuloide en esta película, siendo la auténtica paradoja de su propia vida en la que nunca, a decir de sus más próximos allegados, consiguió encontrarla.

En palabras de su hijo Sean Hepburn en una entrevista que le hicieran en Marbella en una gala contra el Sida, afirmó que “nada es cómo parece y se ve. La vida de mi madre, no fue fácil y hasta llego a comer galletas de perro para matar el hambre”, en referencia a su infancia en la Holanda ocupada por los nazis. Pero la joven neoyorquina alocada y excesivamente liberal que le dio un toque de color especial a la ciudad de los rascacielos en “Desayuno con diamantes” estaba embarazada de tres meses durante el rodaje del que sería su hijo Sean.

Haciendo gala de sus sentimientos y pensamiento, Audrey Hepburn nos conmueve cuando dice que “cuando no tienes a nadie que te pueda hacer una taza de té…cuando nadie te necesita…es cuando creo que la vida ha terminado”.

Señalaba al principio de mi tribuna de hoy los malos entendidos entre intelectualidad, cultura y gente llana. Aprendí de personas como Hepburn que la real enseñanza de nuestra vida proviene de nuestra tendencia a emular los buenos ejemplos. De ella, mucho más importante que su estrellato que nunca buscó, está en la condición humana que subyace en todos sus actos, palabras y pensamientos. Y esto…además de ser cultura, forma parte del liderazgo más humanista que, especialmente las mujeres, se han encargado de encumbrar en los últimos años. Hepburn está viva en toda mujer líder.

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