Hace mucho tiempo que pienso que la única manera de empatía intercultural o solidaridad entre culturas es convivir en diversidad.
Suenan los distintos ritmos de tambores y nos cuidamos cuando desfallecemos. Diferentes acentos e interpretaciones.
En sólo un fin de semana hemos celebrado el aniversario de la cafetería de inserción de la plaza Trujillo, hemos visto hacer magia a dos niñas de protección y convertimos el estudio en una esperanza.
Aventuras a caballo y segundas oportunidades para perder adicciones. Volvemos a creer una y otra vez.
Los educadores tenemos conciencia de no ser mejores, de aprender con los chicos. No nos empoderamos nosotros y los hundimos a ellos.
La escuela que cada minuto sirve para la vida es de colores, multidisciplinar y multicultural.
Hermanos de circunstancias y más de cuarenta nacionalidades. Los nuestros siempre están en dana, siempre en emergencia y no se da la alarma.
Religiones bendecidas, identidades predispuestas a sentir. ¿ Cómo puede ser que siempre se queden fuera los mismos?.
¿ Alguien puede admitir que haya bebés de primera y de segunda?. Pues los hay.
Mezclarnos en las escuelas, los hospitales y los barrios nos ayuda a salir de la noria del ratón de la jaula. Nos amplía la mirada y las maneras de querer.
No sólo puede haber médicos y abogados, todos los trabajos son necesarios y deben tener salarios dignos que hagan frente a la inflación.
Pero para eso tiene que haber una pirámide inversa de gobierno. Los diputados tienen que oler a oveja. No se puede gobernar, ni educar desde la distancia social, sin los otros.
Tenemos que enamorarnos de los otros, entender sus costumbres, escuchar a los alumnos y tirar de traductores. Todos tenemos que adaptar y actualizar nuestras creencias. Incluso para entendernos con nuestras hijas. En principio son más cosmopolitas. Aunque eso no es garantía de lucha por la justicia social.
El mundo parece que homogeniza los sueños, visten igual, se divierten igual y ven las mismas redes sociales de algoritmos.
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