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El vecino de abajo y el gafe de tomo y lomo
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El vecino de abajo y el gafe de tomo y lomo

Actualizado 06/10/2025 08:33

La política exterior española con Marruecos tradicionalmente ha sido titubeante y compleja. Siempre se ha movido entre la indispensable cooperación y la continua tensión. Sin embargo, lo que de verdad sorprende al ciudadano de a pie es la oscuridad con la que maneja nuestro gobierno todos los temas relacionados con el vecino del sur. Algo que, a la vez que ocasiona desconfianza entre los ciudadanos, acarrea la duda de si esa política exterior es la apropiada para defender nuestros intereses estratégicos.

Dentro del mapa geopolítico del Magreb, hay que reconocer que Marruecos es un país clave. Su posición geográfica, que controla el estrecho de Gibraltar y sirve de puente entre África y Europa, lo convierte en socio indispensable para Bruselas y, sobre todo, para Washington. En este contexto, el reino alauita ha sabido jugar sus cartas con maestría: siendo un estado musulmán e islámico, con un régimen monárquico autoritario, mantiene relaciones privilegiadas con EE.UU. y fue uno de los pocos países árabes que, a través de los llamados Acuerdos de Abraham, reconoció oficialmente a Israel en 2020.

Esa paradoja —un Estado confesional islámico que se alinea con Tel Aviv— revela hasta qué punto la política marroquí responde a intereses estratégicos y no a principios. Y, sin embargo, mientras Washington y la Unión Europea ven en Rabat un aliado preferente, España parece aceptar ese mismo juego en condiciones de inferioridad.

El conflicto del Sáhara Occidental es el núcleo de las fricciones históricas entre España y Marruecos. España abandonó precipitadamente el territorio en 1975, dejando a su antigua colonia en manos de Marruecos y Mauritania, en abierta contradicción con las resoluciones de Naciones Unidas que instaban a organizar un referéndum de autodeterminación. Desde entonces, Rabat ha impuesto un control de facto sobre el territorio, mientras el Frente Polisario mantiene su reivindicación legítima.

Durante décadas, la posición oficial de España había sido la de apoyar una solución dialogada conforme a los principios de la ONU. Sin embargo, en 2022 el Gobierno español dio un giro inesperado y radical: Pedro Sánchez reconoció la propuesta marroquí de autonomía como “la más seria, realista y creíble” para resolver el conflicto. El cambio se anunció de la noche a la mañana, a través de una carta remitida al rey Mohamed VI, sin debate parlamentario ni consulta al resto de fuerzas políticas.

Esa decisión no sólo supuso un abandono histórico de la responsabilidad española en la descolonización del Sáhara, sino que se hizo con total opacidad y sin transparencia democrática. ¿Qué motivó este cambio súbito? ¿Presiones de Marruecos? ¿Un pacto tácito sobre inmigración o cooperación en materia de seguridad? A día de hoy, el Gobierno no ha dado una explicación convincente, lo que aumenta la sensación de subordinación frente a Rabat.

Otro punto conflictivo es la consideración que Marruecos hace de Ceuta y Melilla. Para Rabat, ambas ciudades autónomas forman parte de su “integridad territorial”, una reivindicación que repite periódicamente y que pone en entredicho la soberanía española. Aunque Marruecos nunca ha intentado una invasión militar, ha utilizado otras estrategias de presión: desde la instrumentalización de la inmigración irregular hasta crisis diplomáticas calculadas.

España, lejos de responder con firmeza, ha optado por una política de silencio. En lugar de reafirmar públicamente y de manera inequívoca la españolidad de las ciudades, los sucesivos gobiernos han preferido no incomodar a Marruecos, generando la sensación de que Ceuta y Melilla se encuentran en una suerte de limbo diplomático. La falta de claridad debilita la posición española y alimenta las aspiraciones marroquíes.

Quizá el ejemplo más evidente de cómo Marruecos utiliza su posición es la cuestión migratoria. El país norteafricano controla los flujos de emigrantes subsaharianos que intentan llegar a Europa, y en más de una ocasión ha relajado esa vigilancia para permitir auténticas “oleadas pacíficas” de personas hacia Ceuta, Melilla o las costas canarias. Se trata de una forma de presión híbrida: Marruecos se presenta como socio imprescindible en la gestión migratoria, pero al mismo tiempo utiliza ese control como arma de chantaje.

La crisis de mayo de 2021 en Ceuta, cuando miles de personas cruzaron la frontera en cuestión de horas con la pasividad de las autoridades marroquíes, es un ejemplo paradigmático. En aquel momento, la justificación fue la hospitalización en España del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali. La lección fue clara: Rabat está dispuesto a desestabilizar la frontera cuando sus intereses se ven contrariados.

Parte de la opacidad española se explica también por el contexto internacional. EE.UU. considera a Marruecos un aliado clave frente a la inestabilidad del Sahel y frente a Argelia, país rival de Rabat y principal valedor del Frente Polisario. Bruselas, por su parte, necesita a Marruecos como socio en materia migratoria y comercial. En ese marco, España se encuentra atrapada: cualquier tensión bilateral con Rabat genera incomodidad en Bruselas y rechazo en Washington.

La pregunta de fondo es inevitable: ¿es Marruecos un socio de fiar para España? La experiencia histórica demuestra que Rabat actúa en función de sus propios intereses nacionales, sin vacilar en utilizar la presión migratoria, las reivindicaciones territoriales o el chantaje diplomático. En ese sentido, Marruecos es un socio necesario, pero no necesariamente fiable.

España, en cambio, parece actuar siempre a la defensiva, aceptando imposiciones sin contrapartidas claras. La falta de un debate parlamentario y ciudadano sobre la política hacia Marruecos refleja un déficit democrático. Y lo más preocupante es que los intereses nacionales —la soberanía de Ceuta y Melilla, la responsabilidad histórica con el Sáhara, el control de fronteras— quedan relegados a un segundo plano.

La relación entre España y Marruecos está marcada por una asimetría inquietante. Mientras Rabat actúa con pragmatismo y firmeza en defensa de sus objetivos, España responde con silencio y opacidad. El cambio repentino de postura respecto al Sáhara, la ambigüedad sobre Ceuta y Melilla y la tolerancia frente al uso de la inmigración como arma de presión evidencian una política exterior carente de transparencia.

Ante esta política de hechos consumados, España debe maniobrar con un presidente del Gobierno que ha conseguido que la nación que ocupaba el cuarto lugar entre las potencias económicas de la UE esté ya en claros puestos de descenso en todas las clasificaciones. Además, reconozcámoslo, Sánchez es un gafe del tamaño del portaviones USS “Gerald R. Ford”. La primera desgracia que debimos padecer fue contar con un gobierno en el que figuraban partidarios de Putin y de ETA. Apenas había cambiado de colchón en La Moncloa y nos llegó la pandemia. Sin poder reponernos, llegó la erupción del volcán de La Palma. Entre PSOE, Podemos y los separatistas, comenzaron las maniobras para cargarse la división de poderes. En su afán por bordear la Constitución, se puso de moda aprobar Presupuestos Generales para tres, cuatro – o los que sean necesarios- años. España arde por los cuatro costados mientras los políticos se pasan la pelota de unos a otros. La naturaleza se enfada y las inundaciones castigan muy gravemente al Levante Español. Los trenes españoles se han puesto de acuerdo para hacerle la puñeta al ministro que los dirige¿? y, sobre todo, al sufrido ciudadano. Su familia, y Estado Mayor del PSOE divisan un horizonte penal muy comprometido. Por muchos conejos que saque de la chistera para ocultar sus apuros, la tormenta se acerca inexorablemente. No obstante, me apuesto un café a que, si el anunciado alto el fuego en Oriente Medio resulta ser una realidad, el Equipo Sincronizado de Propaganda saldrá en tromba proclamando que el verdadero autor de la paz es Sánchez por enviar ese aguerrido Batallón de Titiriteros que ha conseguido acobardad a Netanyahu y a Hamas. Nuestro apolineo presidente me recuerda a mi amigo Jesús que, con ocasión de un partido solteros contra casados, lanzó un penalti y el árbitro le anuló el gol por fuera de juego ¡Hay que ser gafe!

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