Entre la Calle San Pablo y la Plaza del Concilio de Trento, se alza el Convento de San Esteban, cuna de la Escuela de Salamanca. Allí, los dominicos forjaron un poder que no se medía en ejércitos ni territorios, sino en ideas capaces de influir en reyes, concilios y en la configuración del mundo moderno.
En Salamanca, el poder no solo se ha medido históricamente en palacios y ejércitos, sino también, y sobre todo, en ideas. El eje urbano formado por la Calle San Pablo y la Plaza del Concilio de Trento es el corazón geográfico de uno de los mayores focos de poder intelectual de la historia de España: el dominio de los Dominicos y su célebre Convento de San Esteban.
Estos nombres no son meras referencias religiosas en el callejero; son un homenaje a una orden y a un evento que, desde Salamanca, proyectaron su influencia sobre la monarquía, la Iglesia y el destino de continentes.
La Calle San Pablo conduce directamente a la imponente fachada plateresca de San Esteban, sede histórica de la Orden de Predicadores. Los dominicos se consolidaron como una potencia teológica y política de primer orden, actuando como consejeros de figuras tan determinantes como los Reyes Católicos y jugando un papel crucial en la articulación de la Contrarreforma.
Su convento no era solo un monasterio, sino una auténtica universidad en la sombra, un centro de pensamiento tan influyente que sus miembros lideraron los debates más importantes de su tiempo, con un poder fáctico que emanaba de la razón y la teología.
Fue entre los muros de San Esteban donde floreció la célebre Escuela de Salamanca. En sus aulas, teólogos y juristas de la talla de Francisco de Vitoria sentaron las bases del derecho internacional moderno. Desde aquí se abordaron cuestiones revolucionarias para la época, como los derechos de los pueblos indígenas de América, y se cuestionaron por primera vez los límites éticos y jurídicos del poder imperial. Este poder intelectual tuvo su máxima expresión y reconocimiento en el evento que redefiniría el catolicismo para los siglos venideros.
El Concilio de Trento (15451563), la gran respuesta de la Iglesia Católica a la reforma protestante de Lutero, no se puede entender sin la aportación de Salamanca.
La plaza que hoy lleva el nombre del concilio es un reconocimiento a esa aportación crucial. Pasear hoy por la Calle San Pablo y detenerse en la Plaza del Concilio de Trento es situarse en el epicentro de un poder que no se basaba en la fuerza, sino en la palabra y la razón. Es el lugar donde las ideas nacidas en Salamanca ayudaron a moldear el mundo moderno.
Texto: Rosa M. García
Fotos: David Sañudo
Vídeo: Miguel González y Elena Rodríguez
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