Durante siglos, la Plaza del Corrillo fue el hervidero social de Salamanca: un punto de encuentro donde se cruzaban noticias, rumores y negocios
Adosada como una antesala íntima y bulliciosa a la monumental Plaza Mayor, la Plaza del Corrillo es uno de los espacios más singulares y con más historia social de Salamanca. Su nombre no deja lugar a dudas ni a interpretaciones complejas: fue durante siglos el lugar por excelencia para formar ‘corrillos’, esos pequeños y animados grupos de gente que se reunían para conversar, comerciar, criticar y, en definitiva, tomar el pulso real y sin filtros a la vida de la ciudad. Si la Plaza Mayor era el escenario oficial del poder, el Corrillo era su vibrante y popular patio de butacas, el lugar donde se cocía la verdadera opinión pública. Este espacio no solo fue un mentidero, sino que dejó una constancia indeleble de su espíritu crítico en los enigmáticos relieves que adornan sus columnas.
Durante siglos, la plaza del Corrillo fue el verdadero hervidero social de Salamanca. Su estratégica ubicación, como un apéndice natural de la Plaza principal y junto al mercado, la convertía en un punto de paso y reunión obligado para gentes de toda clase y condición. Por sus soportales se mezclaban estudiantes de la Universidad, mercaderes que cerraban tratos, clérigos que comentaban los últimos sermones y campesinos que acudían a la ciudad a vender sus productos. Aquí se difundían las noticias con una rapidez asombrosa, se cerraban negocios al margen de los despachos oficiales y, sobre todo, florecía el rumor y el cotilleo. Ser el ‘mentidero’ de la ciudad le otorgaba un poder informal pero inmensamente real. Lo que se comentaba en los corrillos de esta plaza a menudo tenía más eco y credibilidad que los bandos pregonados por las autoridades.
Sin embargo, la característica más fascinante del Corrillo, la que le otorga una personalidad única, son los medallones tallados en la parte superior de las columnas de sus soportales. Existen diferentes versiones sobre su significado, pero lejos de ser meros adornos decorativos, estas figuras parecen ser un reflejo satírico, descarado y profundamente popular de la vida, los vicios y las virtudes de entonces. Entre ellos se pueden observar representaciones de un estilo muy alejado de la solemnidad heroica de la Plaza Mayor: una mujer desnuda que se mira en un espejo, una posible y clara alegoría de la vanidad o la lujuria; un flautista, que podría representar la fiesta, la alegría y los placeres mundanos; y otras figuras de carácter grotesco y carnavalesco. Estos relieves son una ventana directa a la mentalidad del pueblo, que utilizaba el arte público no solo para embellecer, sino para criticar, caricaturizar y dejar constancia de su visión del poder, la moral y las costumbres de su tiempo. Hoy, la Plaza del Corrillo sigue siendo un lugar de gran vitalidad.
Texto: Rosa M. García
Fotos: David Sañudo
Vídeo: Miguel González y Elena Rodríguez
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