En lo que siempre se ha llamado Oriente Próximo –esa región que comprende países del noroeste de África y el suroeste de Asia- se vienen desarrollando una serie de enfrentamientos armados entre árabes y judíos que, desde la antigüedad, han llegado hasta nuestros días y no se vislumbra una solución definitiva. En el fondo, es la lucha ente palestinos e israelitas en disputa de un territorio que ha pasado siempre de mano en mano, y que ambas partes no están dispuestas a que la solución sea otra que expulsar, al contrario. Cuando Palestina estaba ocupada por los romanos, los judíos fueron expulsados y obligados a establecerse por toda Europa y el norte de África, salvo una pequeña presencia que permaneció hasta la Edad Media. En el siglo XIX se recrudeció el antisemitismo. Los pogromos rusos y luego el Holocausto, hicieron que en el pueblo judío tomara fuerza la idea de crear un estado propio donde siempre vivieron sus antepasados. Ahí comenzó la compra de terrenos en su Tierra Prometida, que comprende Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza, en aquellos momentos bajo el dominio de Gran Bretaña.
En 1948, tras la creación del Estado de Israel, llegó lo que llamaron la Guerra de la Independencia, conflicto armado que no ha cesado durante los últimos 70 años, en los que Israel se ha convertido en una verdadera potencia tanto en el campo de la técnica y la ciberseguridad como en la economía y el poderío militar. Mientras tanto, el bando árabe, después de sufrir repetidas derrotas militares, ha acabado adoptando como modo de defensa la guerra de guerrillas a base actuaciones llevadas a cabo por elementos sostenidos por los países vecinos. Es decir, estamos hablando de enfrentamientos entre un ejército regular, perfectamente instruido y muy bien dotado, contra grupos armados peor instruidos y sin un mando único que, por regla general, suelen emplear métodos claramente terroristas. El conflicto se retroalimenta porque la superioridad de su ejército ha tenido como consecuencia directa que Israel lo haya aprovechado para aumentar en un 50 % la superficie que por tratado le había sido marcada.
EE. UU. es el más estrecho aliado de Israel. – dispuesto a prestarle ayuda incondicional en fondos y armamento moderno- y democracias sensatas como Gran Bretaña, Francia, Alemania o Italia se declaran también partidarios de Israel. Dentro de la UE hay de todo, la mayoría optan por la fórmula de condenar la conducta de Hamas sin dejar de estar al lado del pueblo palestino; otros –entre ellos España- dicen apoyar a Palestina a la vez que silencian el terrorismo de Hamas. Abiertamente en apoyo de Hamas se coloca distanciado Irán –y sus satélites Siria e Irak- junto con Qatar, o Turquía que, a pesar de pertenecer a la OTAN, su presidente ha declarado que Hamas no es un grupo terrorista.
Paralelamente a la continua lucha que mantiene Israel para no volver a ser expulsado de su territorio, el pueblo palestino debe sufrir las consecuencias de haber sido desplazado de su habitual lugar de residencia para permitir que lo ocupen los colonos judíos, que lo hacen desde 1948. Actualmente, los más de 8 millones de palestinos que han debido abandonar sus hogares, se encuentran repartidos en Jordania, Franja de Gaza, Cisjordania, Siria y Líbano. A pesar de contar con la agencia ACNUR para atender a los refugiados tras la GM II, ante la magnitud del problema de Oriente Medio, la ONU creó UNRWA, agencia específica para atención a los refugiados palestinos.
Desde la creación del estado Israel, no han cesado las acciones armadas protagonizadas por los dos bandos. La ONU, es un organismo que, desde su creación y por el grupo de naciones que tiene derecho a veto, cuenta con mucho predicamento y escasa eficacia. Estratégicamente elegidas en su día esas naciones –China, Rusia, Estados Unidos, Francia y Reino Unido, que curiosamente cuentan con armamento nuclear- es prácticamente imposible llegar a un acuerdo que no moleste a una de las cinco. Y si se aprueba, una de dos: o es algo intrascendente, o alguien deja de cumplirlo, sabedor de que siempre podrá contar con el amparo del veto de un amigo.
Así las cosas, hemos llegado a un momento en que se está jugando con fuego –nunca mejor dicho-, se abusa del fanatismo hasta llegar a una guerra que pone como justificante no la justicia, sino más bien una especie de fanatismo seudoreligioso que parece menospreciar el valor de las vidas humanas. El fanatismo ha degenerado en odio y éste en guerra.
Pronto se van a cumplir dos años de la gravísima agresión a Israel llevada a cabo por Hamas. El 7 de octubre de 2023, unos 3000 terroristas, provistos de maquinaria pesada y vehículos todoterreno, perfectamente coordinados, penetraron por diversos puntos de la frontera matando a todo judío que encontraban, soldados, mujeres, hombres y niños, hasta un total de 1200 muertos y 5500 heridos. Para poder contar con una herramienta de chantaje, secuestraron 250 personas de las que no se sabe cuántas quedan vivas. El gobierno que se constituyó un día en Palestina, sólo loes de nombre; de facto, y a todos los efectos, quien gobierna e Hamas.
Una operación de tal envergadura necesitaba el apoyo y la dirección de una verdadera potencia, y ahí estaba Irán, enemigo declarado de Israel. De ser una serie de continuas confrontaciones armadas, hemos pasado a la política del ”Ojo por ojo, diente por diente” de la que Netanyahu, como buen judío, se declara fiel seguidor y, en el otro extremo, Ali Jamenei tampoco está dispuesto a renunciar. Israel, sabedor de que Hamas usa personal civil como escuro de seguridad, pone como condición la devolución de los rehenes para hablar de alto el fuego. Hamas no se da por enterado. Conociendo la idiosincrasia del martirizado pueblo judío resulta muy arriesgado tratar de agredirle.
A la actitud vengadora de Israel se une la de Hamas negándose a devolver los secuestrados. ¿Alguien piensa que cualquier nación poderosa que sufriera una agresión como la de Hamás no actuaría como Israel? Contra esta situación estamos asistiendo a una campaña perfectamente organizada, y claramente asimétrica, de odio a todo lo judío –copia de los nazis. Es curioso que los que ahora protestan -desde luego con toda la razón- no aparecieron cuando ETA asesinaba a pacíficos españoles por el mero hecho de serlo, como tampoco se les ha visto para criticar a Putin por invadir Ucrania causando miles de muertos y millones de desplazados. Por cierto ¿Quién paga la ingente cantidad de banderas, pancartas, carteles, autobuses, barcos, etc. todo recién salido de la “fábrica”?
Parece que fuera de Israel quedan muchos fariseos. Seamos sinceros: lo de Israel es una salvajada, lo de Hamas, otra
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