La editorial Candaya publica este libro en el que se mezclan la autobiografía, el ensayo y una escritura sorprendente.
El verano empezó con un libro publicado por la espléndida editorial Candaya, la misma que está recibiendo muchos halagos por el título de la salmantina Pilar Fraile La caza, y casi, casi, acaba con este título sorprendente de la escritora y editora argentina Florencia del Campo. Un libro que merece lectura no solo por su originalidad, es una mezcla de ensayo, autobiografía y evocación poética, sino por los temas que trata esta autora que vive en España desde el 2013.
“Yo soy mi casa” decía la poeta mexicana Pita Amor, y casi lo mismo puede afirmar Florencia del Campo. Ella es un cuerpo que es una casa que es un cuerpo que habita una casa. Una casa que no es suya y donde empieza a escribir un tipo de texto que no sabe qué es. Situada en una residencia de escritores, Del Campo reflexiona sobre la casa familiar, aquella cuya banda sonora no le gustaba y donde su madre no supo evitar la caída del tejado. El fracaso de la familia es la ruina de la casa, el tema de la otredad, de la maternidad mal habitada acaba con la muerte de la madre y la partida, eso sí, con esa pequeña cantidad de dinero que posibilitará a la autora, dedicada en sus primeros tiempos de inmigrante a ejercer como niñera, comprar esa casa que ansía.

El subjuntivo del título es un deseo y una necesidad. Y una excusa para hablar de la lengua y la patria perdida. Una casa que se une a las que construyó su familia española que partió a las Américas. Una casa que ella quiere encontrar. “La infancia vive en una casa. No hay infancia sin casa”. Tiene del Campo frases cortas y contundentes, casi como versos que se intercalan con las muchas citas literarias que hablan de una casa ¿Qué es la casa? ¿Quién es la casa? La respuesta de la autora es todo este libro que nos interpela: Una casa es una estructura, dice. Es un sitio donde vivir, es un sitio donde estar, es un sitio adonde volver, es un sitio del que huir. Para ella, ajena, es pertenencia, es objeto vivido, es recuerdo del pasado, es vacío: “La casa es la autoridad”. La casa impone, y el lector acompaña a la autora en ese desnudo que nos ofrece para sentirse casa, cuerpo, deseo de lugar, un lugar que, como nos tememos, está lleno de averías, de necesidades, de ruina. Y aun así, es suya, de ella, de yo, de mí, de aquel que compartió otra con ella, de la materna que se abandonó… casa y cuerpo, historia, destino, llegada, partida. Una lectura que nos sitúa en lo autobiográfico, la literatura del yo, pero a la vez nos encandila con un uso del lenguaje poético, extraño, que juega con los verbos, con las perspectivas, que engaña, que sorprende, que atrapa al lector.
Y al final habitamos no solo el deseo de la casa, el subjuntivo del título, sino el lenguaje. Qué es la casa sino la lengua que escribimos, sabia y casa suya, Florencia del Campo. Habitemos el libro, la lengua, la lectura que, pese a quien sea, nos hace mejores y más fuertes. Habitemos conscientemente cada una de nuestras casas-libros, libros-casas.
Charo Alonso