“Como juego, el fútbol está muy bien para chicas locas, pero es apenas conveniente para chicos delicados”. (Oscar Wilde).
Estamos ante la glorificación de la intensidad como sinónimo de verdad. Preferimos mucha cantidad, aunque menos calidad. En demasiadas ocasiones, correr en exceso es síntoma de no saber a dónde ir, o de estar jugando a merced del otro. Por eso es una joya reflexiva la mención de Charlie Rexach de “Correr es de cobardes”, tantas veces por mi esgrimido, una provocación lúcida contra el fútbol de desgaste sin sentido. Aceptando la ironía, visión y valentía para nadar contracorriente.
“El equipo que más corre es el que gana”, propugna la mayoría, aunque muchísimas veces ganan los que corren menos, entonces la estadística se esconde. Porque mientras se corre no se suele pensar con claridad, es solo una persecución de los propios errores. “Hay que dejarse la vida en el campo”, dicen los más guerreros exhibiendo sus dotes casi militares, pero ¿no basta con dejar el alma? El fútbol, como cualquier actividad humana, requiere entrega, pero también inteligencia. No debe ser una guerra sin cuartel, brutal.
“Cuestión de actitud” rematan los más sabios. ¿Y la aptitud, la comprensión, el plan? La actitud sin rumbo solo genera ruido, “poner cara de velocidad” no resuelve los grandes enigmas del juego. “El fútbol es un estado de ánimo” repiten los más líricos, como también lo es la estructura, el trabajo invisible, el ensayo… Porque reducirlo al ánimo es quitarle valor al pensamiento.
Y ante la duda, apliquemos aquello de “Hay que ganar como sea”, una solución permanente, con la que la conciencia se nos libera. Pero pocas veces se desarrolla el “cómo”, porque no hay fórmulas fáciles de establecer, no hay manuales especializados de los que todos podíamos disfrutar y el mago en cuestión se enriquecería de por vida. Además, tampoco sabemos cómo se puede ganar con malas artes, de manera ilegal…
“El fútbol es para hombres”, (Al contrario de lo que opina Oscar Wilde) y nos olvidamos de la mayor revolución actual como es el desarrollo del fútbol femenino que, vaya por delante, a mí me está gustando su evolución permanente. Y ante las dudas, de manera miedosa aún, venimos a expresar que “Los entrenadores no juegan”, si bien son los que preparan, los que hacen mejores (o peores) a sus pupilos, aquellos que fabrican piezas de un poema táctico. Por supuesto, son los cabezas de turco ante cualquier justificación de malos resultados. “El que no la lucha no la gana”, ¿y el que la toca, el que la sueña, el que la piensa?
“En el fútbol no hay justicia”, y se confunde la justicia con el merecimiento; y merecimiento con resultado. Al fin y al cabo, los partidos de fútbol no se ganan a los puntos como en el boxeo, sino con el cumplimiento del balance de goles marcados y goles encajados. Cayendo de nuevo en las falsas verdades “No se juega bien si no se gana”, contrasentido, como aquel recuerdo de Brasil en el Mundial 82 de España que perdió contra Italia después de jugar un excelente partido digno de guardar en la memoria. A mi me encantó aquel partido por parte brasileña, pero todo hay que decirlo, el delantero Rossi fue un vendaval para la suerte de Italia por su eficacia goleadora. Y él solo casi dio al traste con la belleza futbolística brasileña.
Seguimos equivocándonos con las frases hechas: “Cuanto más entreno, mejor soy” hace mención a esa “religión del desgaste” que nadie se atreve a desdecir. Sin embargo, debemos siempre proponer un mejor entrenamiento, pero no más. No nos damos cuenta que, si entrenamos mal, pero entrenamos mucho, cada vez seremos peores. Es fundamental distinguir el voluntarismo con la actividad bien hecha. De ahí que no podamos aceptar que “El que entrena más, juega mejor”.
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