Pasan por delante
las manos del amigo,
con sus uñas mordidas,
manos anchas, castellanas,
sabias, nobles.
Manos de un niño que se bebió
el color de los árboles,
de los campos, de la tierra,
de los troncos fuertes
de las encinas.
En su mente,
el colorido de las hojas,
de la luz,
de los cielos,
el blancor de las nubes
con su puro algodón...
Y allí,
en el papel de alto gramaje,
a lo largo de la vida
jugó con el agua,
con las luces,
con las sombras,
con sus insomnios
y con sus sueños.
Y supo, como nadie,
pasar lo real al lienzo,
de la vista a la emoción,
del paisaje al alma.
Querido Antonio,
te abrazo agradecida,
por tanto y por todo,
te seguiré queriendo por los siglos,
reviviendo el espacio
de cada uno de nuestros encuentros,
recordando tanto que,
de tanta amistad,
disfrutamos.
Mi querido y admirado amigo,
emprende feliz este nuevo recorrido
tu alma viajera.
Seguirás navegando
los paisajes y los mares
desde el sosiego y la paz de tu cielo.
Mercedes Sánchez
La fotografía es de José Amador Martín, a quien se la agradezco
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