La artista de Alaraz entrega a su pueblo la obra de toda una vida en su particular Museo de Arte Contemporáneo.
Siempre es un placer bajar por las tierras de Peñaranda hacia las estribaciones de la sierra de Gredos: Macotera, Santiago de la Puebla, Alaraz… agosto cierra su ciclo de fiestas y cosecha y la luz se extiende sobre este paisaje que tan bien refleja la obra de la artista Marina Gómez. Su casa, junto a la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, es un rincón lleno de arte y detalles exquisitos, un gesto generoso para acercar la belleza a su gente y a quienes visitamos el Museo Marina Gómez.
Radicada en Madrid, la pintora y escultora abre durante el verano las puertas de esta parte de su hogar donde se suceden sus primeras obras, magníficos bodegones que van desde la figuración a la abstracción, realizadas con todo tipo de técnicas, a las más recientes, en las que investiga con el metacrilato y las instalaciones. Porque Marina Gómez nunca se detiene, busca, experimenta, trabaja la materia. Y se suceden fascinantes meninas realizadas en piedra, escayola, terracota… piezas de forja, cuidadosas obras de cerámica, delicadas frutas absolutamente figurativas. Una enorme variedad de propuestas y técnicas que tiene una constante en su lenguaje artístico: la composición, cuya importancia aprendiera tan bien en las clases del artista argentino Jorge Ludueña.

Marina Gómez nace en el Alaraz que ahora busca: “Me da mucha tranquilidad vivir en mi pueblo” y durante su niñez, el único contacto con el arte fue un álbum de su madre, quien por la guerra no pudo seguir estudiando y que ella copiaba: “Siempre tuve tendencia hacia el arte, aunque no había nada en casa salvo los dibujos de mi madre. Unos cuantos libros, algún juguete”. Su familia regentaba una fábrica de ladrillos y cerámica, y de ahí nace su amor a la materia, sus primeros intentos de alfarera, “pucheritos y ollas” que metían en el horno y que fueron la primera muestra de lo que sería su trabajo escultórico, volumen y curva. Ya en Salamanca, estudia Turismo la joven Marina, que asiste a las clases de la Escuela de Artes y Oficios. Durante las vacaciones va a trabajar a Francia, donde descubre el impresionismo. Ya en Madrid, estudia Ciencias de la Educación, se doctora en Logopedia y combina su trabajo con la asistencia a talleres y clases que no abandonará nunca: “El tiempo me cundía para todo, hijos, trabajo, clases… y en Madrid, vives en contacto con la pintura”. Le gusta el ambiente del taller, recibir y participar del aprendizaje de toda técnica. Su larga trayectoria de exposiciones, muestras colectivas y sobre todo, búsqueda constante, es la de una artista siempre inquieta que, sin embargo, no olvida nunca su paisaje. Y no solo porque regresa a esta Salamanca a la que entrega su Casa-Museo, sino por el Concurso Internacional de Pintura Rápida que pone Alaraz en el mapa de arte.
Asistimos en el Museo a la obra inquieta de una artista sorprendente. Con dos hitos fundamentales, el del pintor que le enseñará la importancia de la composición, Jorge Ludueña, quien ejerce de maestro en largas clases teóricas donde no se pinta, el alumno lo hace en casa y recibe después las críticas del grupo. “Para él, la pintura era una religión, y la composición, lo más importante”. Los hermosos bodegones de Marina Gómez y su visión del paisaje le deben mucho a la mirada del maestro, pero no se queda ahí. Investiga con arpillera, collage, pintura mural, trabaja estas encinas que son una constante en su obra y que ahora se muestran en sus particulares instalaciones de madera, fotografía, pintura y metacrilato. Las clases en el taller de Consuelo Chacón, otro de sus hitos, han enseñado a Marina Gómez una nueva forma de trabajar la pintura. Y de nuevo sus encinas, el paisaje de su corazón, se reflejan en esta manera diferente que adquiere profundidad, originalidad y una nueva visión de lo consabido. No hay materia que se le resista a esta artista inquieta que ama las texturas como escultora que es, pero gracias al metacrilato, su obra encuentra un nuevo lenguaje que incorpora la luz y el concepto instalativo.

Maderas, puertas que se abren, cajas de la tienda de su hermana que se convierten en hornacinas donde la fotografía y la pintura se unen, “Es un homenaje al paso del tiempo”, afirma la artista que recorre de nuevo su paisaje charro para convertirlo en estas nuevas piezas donde también experimenta con la geografía del Madrid en el que vive. Amante de Velázquez, Goya, Morandi y sobre todo, Bacon, Marina Gómez define sus últimas búsquedas “Me gusta mucho el desarrollo de la forma” y cambia la verticalidad del lienzo para buscar la instalación que recurre al objeto, “Soy un poco trapera” afirma entre risas esta mujer que bien podía dedicarse a la decoración de interiores, porque sabe descontextualizar cualquier cosa, convertirla en una pieza de arte, combinarla y exhibirla en su rincón perfecto, como lo hace con las conchas recogidas en los viajes, con las plantas, piezas de arte de sus nietos o el trabajo de artesanos desconocidos o pintores cuya obra admira y ha comprado, como las de Florencio Maíllo o Jesús Coyto. Marina Gómez asimila no solo lo que ve, sino lo que ama, y lo integra en esa visión suya que inspira los poemas que le han dedicado María Eugenia Bueno y Nativí Gómez, porque hay una poética en sus encinas, una luz particular en sus piezas de metacrilato, y una manera muy especial de interpretar lo ya conocido, como esa visión de color del patio del Palacio de la Salina que sirve de imagen corporativa al Servicio de Publicaciones de la Diputación, que todos conocemos y que nace del talento de esta pintora nuestra.
Cae la tarde sobre el paisaje de Alaraz, sus hermosas calles, su campo amarillo de verano, sus encinas profundas y densas. Cierra la puerta de su museo abierto a quien desee conocerlo esta mujer armoniosa, esta artista de sólida trayectoria y búsqueda incesante. Pronto volverá a exponer en esa Salamanca que se siente orgullosa de sus nombres propios, de quienes llenan la España no vaciada de sus raíces, de arte. Pienso en Amalia García en el Valderdón de sus obras mientras a lo lejos, se suceden las encinas que pinta ahora metacrilato, negativo y madera, la artista que tantos atardeceres como estos ha trabajado en el fragor de un Madrid donde evoca Marina Gómez el paisaje de su esencia. El de un Alaraz que se enorgullece de su artista y de un museo de generosa presencia.

Fotos: Carmen Borrego