Hay palabras que parecen malditas, de las cuales la humanidad no logra deshacerse, no caen en desuso, ni pasan a un estadio de moribundas. Todo lo contrario, se mantienen presentes y fuertes a lo largo de los tiempos, aunque con altos y bajos en su intensidad, reparto geográfico y llevada a cabo por grupos o personas de distinto pensamiento o acción. Una de esas palabras es “corrupción”.
La corrupción ha sido y sigue siendo un fenómeno de todos los tiempos, se da en todo el mundo. Aunque existen diferencias por países, según el tipo de corrupción que prevalece, la tolerancia ante la misma y las sanciones con las que se castiga, resultando así el hecho de que el grado de control que se haga y el perjuicio que ocasiona varía, según donde se dé. En unos países crece y en otros decrece. En el caso de España, por ejemplo, ha bajado del puesto 34 al 14 en 2024, entre los países de la OCDE, aunque la sensación que hay, estimulada por la crispación política y la transparencia propiciada por los medios de comunicación, es que hay más corrupción que en otros tiempos.
En la mente del ciudadano existe la idea común de que la corrupción es algo perverso, maligno. Más allá de esa generalidad, se dan múltiples visiones e interpretaciones de la corrupción. En nuestro tiempo, el concepto de “corrupción” se debate en el ámbito académico, se ha instalado en los medios de comunicación, se vapulea en las redes sociales y condiciona la opinión pública en general. Por todo ello, por su amplitud, extensión y hasta uso indiscriminado, existe una alta ambigüedad y variación en cuanto a su significado, según el contexto socio cultural y económico en el que se analice.
Ante la ausencia de consenso, aquí tomaremos como referencia lo que nos dice el Diccionario de la Lengua Española (DLE) y que la define como la “acción y efecto de corromper o corromperse”, es decir, alterar y trastocar la forma de algo. En otras acepciones, sinónimos o afines, agrega “viciar”, “pervertir” o “sobornar” a alguien con dádivas o de otra manera”. En 2001 el DLE incorporó una acepción específica, dirigida a las entidades en la que dice: “En las organizaciones, especialmente las públicas (es una) práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. Acepción que muestra una evolución hacia el significado más amplio de la corrupción. A nuestro entender, puede que la mejor interpretación que nos da el DLE de corrupción es cuando nos presenta como antónimo de todas sus acepciones la honradez y la integridad.
Somos conscientes de que el tema de la corrupción tiene muchos significados, aristas y extensiones, porque constituye una categoría cultural en todos y cada uno de los campos de la acción humana y la actividad de las organizaciones, formando parte del discurso jurídico, económico y social, además del lenguaje común. Si bien, nos preocupa especialmente la corrupción en los ámbitos político y jurídico porque, al utilizar el poder para beneficio privado, de grupo o de clase, se quebrantan las normas jurídicas y de igualdad, atentando a las bases democráticas y a la democracia misma.
Hoy día y en la generalización, la corrupción se entiende, principalmente, como el uso de lo público para fines y lucros privados. Todos deberíamos tener presente y especialmente los políticos, que la cosa pública (lo de todos) se constituyó inicial e históricamente como una necesidad para protegernos unos con los otros, contribuyendo así todos a lograr el bien común y a mejorar la vida democrática. En la corrupción que se da en los entornos económicos siempre hay oscuros intereses creados que socavan la credibilidad de las instituciones, condicionan la productividad y menguan las capacidades para una mejor calidad de vida de los ciudadanos.
Para precisar un poco el significado filosófico y ético de “corrupción” conviene que nos dirijamos a su raíz etimológica, que proviene del latín corruptio, como resultado de com (junto) y rumpere (romper) Consecuentemente, cuando se da, supone un acto que altera el estado natural o convenido de las cosas. En el sentido aristotélico, la corrupción es la desnaturalización de un ente cuando éste actúa no regido por el fin que le impone su naturaleza, sino en función de un fin ajeno particular que perjudica al conjunto.
Más allá de la corrupción económica hay otros tipos de corrupción no menos reprochables como la corrupción de valores. También hay acusaciones de corrupción sin la certeza de que existiera. Sirva como ejemplo el caso del filósofo ateniense Sócrates, que en el año 399 a. C., fue declarado culpable de corromper a la juventud ateniense y condenado a muerte.
Aunque quedan muchas cuestiones en el tintero, no quisiera despedir este capítulo sin tocar, siquiera someramente, la corrupción desde la perspectiva ética, que creo es el punto de partida de la corrupción, la debilidad ética o la ausencia total de la misma. Y, en ese contexto, no nos referimos solo a la corrupción y a la ética profesional, también a la corrupción y la ética empresarial. Al respecto, hemos de tener presente que para que exista corrupción hacen falta dos actores: alguien con voluntad de corromper y alguien que quiera o se deje corromper, por este mismo orden. El DLE lo deja muy claro al definir la corrupción como la “acción y efecto de corromper o corromperse”. No podrían existir corruptos si no existieran corruptores.
Alguien puede pensar que se corrompe desde el poder y no le falta razón. Pero ¿dónde está el poder en una sociedad en la que hay empresas con mayor capacidad de presión, directa o indirecta que el propio Estado? A nuestro entender, el móvil de la corrupción no es la necesidad económica, porque la inmensa mayoría de los corruptos no tienen ninguna estrechez económica, el impulso hacia la corrupción viene de una falta de ética y moral, sobre lo que ahondaremos en otra ocasión.
Analizar la corrupción es adentrarse en un concepto complejo en el que es preciso despejar algunos interrogantes como el ¿Qué entendemos por corrupción?, ¿Cuáles son sus causas?, ¿Qué tipos de prácticas corruptas podemos identificar?, ¿Quiénes son los actores intervinientes?, ¿Qué consecuencias tiene? La respuesta a tales reflexiones es preciso abordarlas desde una perspectiva multidisciplinaria y ética.
Les dejo con Juan Luis Guerra 4.40 - El Costo de la Vida .
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Aguadero@acta.es
© Francisco Aguadero Fernández, 29 de agosto de 2025
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