Exitoso y concurrido Encierro a Caballo para cerrar las fiestas de San Agustín en Villar de Ciervo

Con el eco todavía fresco de las campanas que días atrás anunciaban la fiesta, Villar de Ciervo vivió en la mañana del viernes el acto más esperado y simbólico de sus celebraciones en honor a San Agustín: el tradicional Encierro a Caballo. Fue un acontecimiento multitudinario, colorido y no exento de emoción, que atrajo a vecinos de la subcomarca del Argañán, visitantes de la cercana raya portuguesa y curiosa de toda la comarca mirobrigense, deseosos de contemplar una estampa que aún guarda la fuerza de lo ancestral y faena actual de campo.

Las calles, las plazas y hasta los caminos que circundan el pueblo se convirtieron en improvisadas gradas. Nadie quería perderse el paso de los tres novillos colorados de la acreditada ganadería salmantina de Ignacio López Chaves, protagonistas indiscutibles de la jornada.

Con una demora de veinte minutos sobre el horario previsto, los caballistas irrumpieron conduciendo a los astados. El aire se cargó de expectación: las reses avanzaban con brío y, en el último tramo, un caballo apareció sin jinete, lo que provocó un estremecimiento entre el público y los propios compañeros de afición. El rumor de la inquietud se propagó rápido; durante unos instantes, se temió por el estado del caballista, mientras el animal, en un alarde instintivo, esquivaba las embestidas con sorprendente agilidad. Por fortuna ni caballo ni jinete sufrirían daños graves.

Ya en los últimos metros el recorrido, los montados dieron paso a los corredores a pie, que tomaron el relevo para guiar a los novillos hasta el coso taurino. Fue entonces cuando la tensión se redobló: uno de los astados embistió contra las talanqueras, provocando la caída de un espectador de edad avanzada al otro lado de la valla. El sobresalto fue mayúsculo, aunque la fortuna quiso que el hombre no sufriera heridas de gravedad. Familiares, aficionados y agentes de la Guardia Civil acudieron de inmediato a su auxilio, devolviendo cierta calma al gentío.

La faena del encierro no resultó fácil. Reacios a entrar en los corrales, los novillos plantaron cara con fiereza. El más corpulento de ellos embistió con determinación a garrochistas y jóvenes valientes que, entre el temor y la adrenalina, hicieron lo imposible por reconducir a los animales. Aquella resistencia prolongó la emoción, preludio de la lidia vespertina en la que las reses serían toreadas de la manera tradicional.

Cuando por fin la bravura se apaciguó y el pueblo recuperó el sosiego, la sensación general era de satisfacción. Villar de Ciervo había cerrado con brillantez unas fiestas intensas, iniciadas días atrás con disfraces, pregón, ronda de peñas y los actos religiosos en honor a San Agustín, celebrados con la devoción que caracteriza a sus gentes.

La última noche, bajo el cielo sereno del estío, la Plaza Mayor volvió a ser punto de encuentro, esta vez con música y baile gracias a una discoteca móvil. Era la despedida de unos días de júbilo compartido, en los que la tradición y la comunidad se abrazaron una vez más al ritmo de caballos, novillos y memoria festiva.