La Casa Consistorial acoge una muestra que recoge más de dos décadas de pasión y maestría autodidacta del artista pereñano, enmarcada en el programa festivo de la localidad
El arte que nace de la paciencia y la maestría con la madera regresa a su origen. Un año después de exponer en la capital salmantina, en el Centro Municipal Integrado Trujillo, el escultor Julián Vicente Martín vuelve a su pueblo natal, Pereña de la Ribera, para compartir su pasión con sus vecinos en plenas fiestas patronales.
La segunda planta de la Casa Consistorial se ha convertido en el escenario que acoge una cuidada selección de 47 obras de talla en madera, piezas únicas que reflejan la vida, las costumbres y los paisajes de Las Arribes. La exposición permanecerá abierta al público hasta el próximo 31 de agosto.
Los interesados en descubrir el minucioso trabajo de Julián Vicente podrán visitar la muestra en el siguiente horario:
A sus 83 años, Julián es un hombre afable y conversador cuya vida dio un giro tras la jubilación. Nacido en Pereña, emigró a Guipúzcoa para labrarse un futuro en la industria del hierro, una profesión alejada del material que se convertiría en el alma de su obra. Una reconversión industrial le facilitó el regreso a su tierra hace más de dos décadas.
La chispa de su vocación artística se encendió durante un viaje a Beasaín. Allí, al reencontrarse con Gabriel, un amigo de Masueco, observó cómo los mayores de la localidad trabajaban la madera en talleres. Aquella imagen fue la inspiración que necesitaba para iniciar un camino que ya dura 21 años.
Julián Vicente es un artista completamente autodidacta. Sus únicas herramientas son la gubia y el formón de diferentes tamaños, y su gran maestro, como él mismo reconoce, es el tiempo. Comenzó trabajando con madera de pino, pero pronto descubrió las propiedades superiores de la madera de haya, ideal para la técnica que ha perfeccionado.
Sus obras son cuadros en 3D tallados sobre una sola pieza, totalmente a mano. Lo que empezó con el boceto de un ramo de rosas ha evolucionado hacia paisajes, cuerpos en movimiento y estampas costumbristas de La Ribera. Entre sus creaciones más destacadas se encuentran su particular versión del Guernica de Picasso, aunque él siente un cariño especial por su última versión de La Rosa, La Romería, o las representaciones de la ermita del Castillo y la iglesia de Pereña, a la que dedicó 212 horas de trabajo.
Para Julián Vicente, el valor de su arte no se mide en dinero. Jamás ha tenido entre sus objetivos vender sus creaciones, pues considera imposible poner precio a tantas horas de dedicación. Su verdadera satisfacción proviene de la crítica y la admiración del público.
Una sensación que, según confiesa, percibe dos veces: la primera, mientras da forma a la madera en su taller y, la segunda, cuando se infiltra entre los visitantes de sus exposiciones para escuchar, de forma anónima, sus opiniones sinceras y sin condicionantes.
