El pregón a cargo de la peña “Ceda el Vaso” abrió de forma oficial las fiestas de San Agustín
En estos días de ferragosto, la serenidad habitual de las calles de Villar de Ciervo se ve sacudida por un rumor jubiloso que todo lo inunda. La calma rural cede el paso a una marea de gentes que llenan plazas y rincones con risas, abrazos y reencuentros. Son días de volver a la raíz: primos, tíos, abuelos y amigos se funden en abrazos, y los vínculos familiares se confunden con nuevas amistades o con amores incipientes que, tal vez, se conviertan algún día en la excusa definitiva para no abandonar nunca el pueblo de los antepasados.
Otros llegan de lejos, invitados por quienes guardan aquí la infancia o la sangre, y pronto quedan atrapados por esa mezcla intangible de aromas, sonidos y afectos que conforman el espíritu cervato. Porque la fiesta, más que un calendario de actos, es un estado de ánimo que se contagia y se queda para siempre.
La peña “Ceda el Vaso” que este año cumple dos lustros desde su creación cuando eran unos críos, dio el pistoletazo de salida oficial a las fiestas de San Agustín de 2025 con un pregón cargado de sentimiento y dedicado al trabajo y esfuerzo de las peñas. El alma de estas celebraciones junto con la colaboración del Ayuntamiento que promueven actividades a medida de la demanda de sus vecinos.
A las seis y media de la tarde, la Plaza Mayor era un hervidero donde jóvenes y mayores aguardaban expectantes las palabras del pregón. El aire estaba impregnado de esa impaciencia gozosa que precede a los días grandes. La víspera ya había dejado el listón alto con el desfile de disfraces, pero este era el verdadero arranque: el momento en que la fiesta se declara solemnemente abierta.
Tras el chupinazo, el cielo se pobló de ecos metálicos. Desde la torre del campanario se desplegó una gran lona con la imagen de San Agustín, coincidiendo con el repicar de las campanas. El gesto fue acogido con un aplauso unánime, mezcla de respeto y devoción, como si la comunidad entera renovase en ese instante un pacto con su patrono.
Entonces la música tomó las riendas. La charanga mirobrigense “Manliao” condujo a los asistentes por las calles, a modo de moderno flautista de Hamelín. Las peñas abrían sus puertas ofreciendo sangría o refrescos con generosidad festiva, y el pasacalle, auspiciado por la peña “Mi Casa”, se convirtió en un itinerario de alegría compartida.
La jornada concluyó con una discoteca móvil, sufragada también por peñistas y colaboradores, que mantuvo a la multitud bailando hasta bien entrada la madrugada.
Pero esto no es más que el comienzo. Hasta el viernes 29, Villar de Ciervo vivirá jornadas intensas: encierros a caballo, capeas tradicionales, verbenas, comidas populares y momentos solemnes que darán a estas fiestas de San Agustín la hondura de lo ritual y el desenfado de lo festivo. Una semana en que la vida se ensancha y el pueblo late con más fuerza que nunca.
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