Sábado, 06 de diciembre de 2025
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Anhelo de verdura
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Anhelo de verdura

Actualizado 25/08/2025 12:07

Al julio ardiente, al agosto que nos agostó con fuego el corazón y que aún arrastra la llama, le oponemos el deseo de humedad, el anhelo de frescura, de verdura resbaladiza, de ansiada gota de rocío en la punta de la hoja. Tenemos marcado el crujido de la paja, de la hierba convertida en pasto de la flama y solo en este final de agosto que se nota en la luz hurtada cada mañana, cada atardecer cada vez más temprano, sentimos el gusto dulce y promisorio de las moras maduras.

Hemos vivido el miedo, vivimos el temor del rescoldo, de la pavesa mal apagada. Y nos retiramos con el deseo de los cuarteles de invierno, del frío, de la falta del azul amable y cálido de la piscina donde hemos enfriado nuestras alegrías de verano. El estío es tiempo de unión en torno a la mesa de los niños ahítos de cloro, resbaladizos de piel morena y herida por el juego sobre la tierra. Ciudades que se vuelcan en la calle, sentados a la sombra de la charla y de la cerveza fría, vacaciones de olas sosegadas y gentes que se aprestan a huir de sus quehaceres… y sin embargo, este verano que nos ha quemado provincias enteras y se ha quedado en la voracidad de los valles, muestra su cara más amarga, su temperatura más terrible. Y la gente, metida en las casas ardientes donde se miran las monedas que pagan un mínimo bienestar, deja de pensar en el verano como tiempo deseable, feliz, liberado de toda perturbación, porque la temperatura sube y nos hace vivir en el miedo a no poder más, a sentir el agobio de lo que nos aprisiona.

Deseo de verde humedad ahí donde la montaña nos regalaba otra forma de vida. Y no queremos pensar en la ciudad llena y el campo vacío de hombres y animales que cuidan el monte, la dehesa de las centenarias encinas. El fuego no respeta los castaños antiguos, los árboles que han visto pasar a las generaciones. Y los bomberos exhaustos se dejan caer sobre una tierra que se cubre de negro mientras el despacho del político, con razón o sin ella, se vuelve ceniza. En este verano incierto hemos aprendido a temer precisamente, al verano, a desear como antes deseábamos, muy al final de agosto, la llegada de la fiesta de la vendimia, el septiembre de la virgen de Salamanca, casi el comienzo del curso con olor a libro nuevo y provisión de lapiceros. Pero ahora no. Ahora tenemos miedo. Miedo. Y miramos al cielo pensando en el favor de la lluvia. Y abrimos la ventana al anhelo, al verde que nos cubra la amarga quemadura.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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