La guitarra del grupo “Charros y gitanos” cumple 70 años de música y se rodea de amigos en una celebración muy especial.
Tiene Nano Serrano la humildad de los grandes, y la forma de agradecer a los amigos, a su familia y sobre todo, a su compañero en “Charros y Gitanos”, José Ramón Cid Cebrián la oportunidad del encuentro, en sus queridas Caballerizas, es tomar la guitarra e incluso, improvisar un cante para dar “gracias a la vida”. Al hombre de pocas palabras y todo cariño, es la música la que le sirve para expresar las emociones que desbordaron a todos los amigos reunidos para felicitarle.
Nano Serrano, Miguel Ángel Serrano Butragueño es uno de los mejores representantes de esa Salamanca flamenca y gitana que vivió en los años 70 la alegría de la música y los locales unidos en torno a un tablao improvisado. Años de música en los que el joven que no quiso estudiar, que trabajaba en la tienda de su abuela y que tampoco siguió las trazadas líneas del solfeo, aprendió de forma autodidacta –de ahí su gusto después por enseñar- y se lio la manta a la cabeza viajando por Europa junto a otro de sus hermanos. Tímido, tranquilo, sosegado, Nano Serrano tuvo siempre muy claro que no quería vivir en el Madrid de los artistas consagrados y siguió caminando por su Salamanca querida, porque para quien nació en plena plaza del Corrillo y tuvo la oportunidad de escuchar a artistas como Caldera, o vivir a eclosión del flamenco en Zamora, no hacía falta más, que nuestro Nano siempre fue humilde y unido a los suyos, esos que le corean, le aplauden y a los que regala el toque magistral de su talento.

Es el guitarra flamenco un artista a la sombra del cantaor, a la espalda de la bailaora. Se adapta y sigue, aleja atril y pentagrama, es hondura y delicadeza. Baja la mirada y se abisma en la profundidad de su arte, como tan bien lo hace Nano Serrano. Pero hoy es un día especial y canta, acompaña a su hija, a sus amigos, y sobre todo, marida a la perfección el tamboril y la gaita de José Ramón Cid
Cebrián, no en vano, tras un encuentro casi fortuito, ambos lograron “casar y no fusionar”, como afirma Nano, lo charro con lo gitano. Había nacido el grupo que recorrería y recorre la geografía salmantina e incluso, ha viajado a Japón a llevar esta música que trenza los cantes ancestrales de los gitanos auténticos, aquellos que enseñaron al payo que era el joven Nano, y los charros que tan bien estudia el folclorista de Ciudad Rodrigo.
Porque Nano Serrano, aunque su cercanía y conocimiento de mundo gitano es absoluta, no lo es. Nacido en una familia “con afición, no de tradición”, la decisión de dedicarse a la música, temprana y firme, chocó con las convecciones de la enseñanza de la época y, animado por el ejemplo de su hermano, caminó por libre, eso sí, con absoluta dedicación. La guitarra precisa, afirma, mucha, mucha dedicación, y es ya parte de ese cuerpo inclinado sobre ella que emociona y más cuando se acompaña de los otros, cuando se trenza con la gaita y el tamboril, cuando marca el paso a la bailaora zamorana Alicia Almeida, cuando toca con los amigos o deja paso al Maestro Salazar. Es ese Nano en estado puro que todos admiramos y queremos, un artista de la guitarra flamenca que emociona y, por un momento, es él el emocionado. Setenta años que no son pocos, y, felizmente, los que nos quedan.
Charo Alonso
Fotografías: Fernando Sánchez Gómez