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Riesgo de contaminación del agua potable por las cenizas en los lugares de la provincia de Salamanca donde se han producido incendios
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según avisa el director de la Fundación Tormes EB

Riesgo de contaminación del agua potable por las cenizas en los lugares de la provincia de Salamanca donde se han producido incendios

Actualizado 22/08/2025 11:34

El biólogo Rául de Tapia explicaba en Onda Cero Salamanca que las próximas lluvias podrían arrastrar fosfatos derivados de las cenizas a los ríos, un riesgo con precedentes históricos en la Sierra de Béjar.

Las llamas se han extinguido, pero el peligro, uno más silencioso y oscuro, está aún por llegar. Tras la devastación visible de los incendios forestales que han asolado la provincia, una nueva amenaza se cierne sobre los ecosistemas y, directamente, sobre la salud de los salmantinos que residen en las zonas afectadas por esos fuegos: la contaminación del agua potable. El biólogo y director de la Fundación Tormes EB, Raúl de Tapia, en una intervención en Onda Cero Salamanca, ha avisado sobre las consecuencias de las próximas lluvias.

El experto ha explicado con claridad el proceso que se desencadena una vez que el fuego desaparece. El suelo, despojado de su cubierta vegetal que actúa como un ancla natural, queda vulnerable. Las cenizas, ricas en fosfatos liberados durante la combustión, cubren el paisaje como un manto gris. La llegada de las precipitaciones, lejos de ser un alivio, pueden ser una complicación.

"En el momento en que llueva, todas las cenizas que hay en esos suelos van a empezarse a lavar, es decir, que van a caer ladera abajo y van a empezar a integrarse dentro de los arroyos, de los ríos", ha advertido De Tapia. Esta escorrentía arrastra consigo no solo las cenizas, sino también la tierra vegetal fértil, erosionando el terreno y transportando una carga contaminante hacia la red fluvial de la provincia. El problema, subraya el biólogo, es que esa red es nuestra fuente de vida.

La advertencia resuena con una contundencia especial al recordar el destino final de esas aguas. "Es decir, de todo ese sistema fluvial que tenemos, todo ese aparato circulatorio del agua que tenemos en el paisaje. Y no nos olvidemos que es el que bebemos", ha sentenciado. La conexión es directa e ineludible: los mismos ríos que recibirán esta avalancha de sedimentos y fosfatos son los que alimentan las tomas de agua para el abastecimiento de los pueblos.

Un precedente histórico: el agua negra de la Sierra de Béjar

Esta no es una hipótesis teórica. Salamanca ya ha vivido en sus propias carnes las consecuencias de este fenómeno. De Tapia ha desempolvado de la memoria colectiva un episodio que sirve como un sombrío presagio: el gran incendio que afectó a la sierra de Béjar-Candelario en la década de los 90. Aquel suceso no solo calcinó el monte, sino que también provocó graves problemas de abastecimiento en la comarca.

El biólogo ha relatado cómo, tras el incendio, las lluvias arrastraron las cenizas hasta los cauces, donde una parte se disolvió y otra quedó en suspensión. El resultado fue catastrófico para la infraestructura de tratamiento de agua. "Lo que produjo, en palabras llanas, fue un atoramiento de la potabilizadora", ha explicado. La planta, incapaz de procesar tal concentración de partículas, colapsó.

Las consecuencias para los vecinos fueron inmediatas y visibles. "De los grifos salía el agua oscurecida o negra, con lo cual no era no era potable", ha recordado De Tapia. La situación se prolongó durante un tiempo considerable. "No recuerdo muy bien si estuvieron una semana, 15 días. Pero yo estaba en la universidad y, de hecho, estudiamos ese caso". Un precedente que demuestra que el riesgo es real y tangible.

La solución está en el suelo, no solo en la madera

Ante esta amenaza, las actuaciones post-incendio habituales se revelan insuficientes. Según se ha expuesto, la práctica más común consiste en retirar la madera quemada, una medida con valor económico pero de escaso impacto ecológico en la recuperación del suelo. A veces se construyen albarradas o fajinas para contener la erosión, pero los expertos en botánica insisten en que la clave es otra: sujetar el suelo desde dentro.

La recomendación de los especialistas pasa por una intervención directa sobre el terreno, utilizando siembras de herbáceas y matorrales. Estas especies de crecimiento rápido actúan como una primera barrera natural, fijando el sustrato, evitando la escorrentía y facilitando la posterior colonización por parte de la vegetación autóctona. Además, este proceso es fundamental para devolver los nitratos y la materia orgánica al suelo empobrecido, iniciando el largo camino hacia su recuperación.