Las restauradoras salmantinas Carmen Diego Espinel y Carmen Fernández Bermejo han finalizado la restauración de dos piezas barrocas del siglo XVII, subsanando graves deterioros.
El inmenso patrimonio artístico que custodia la Basílica de la Anunciación de Alba de Tormes ha recuperado parte de su brillo original. Dos intervenciones cruciales han devuelto la estabilidad y la belleza a dos elementos del siglo XVII: la puerta del sagrario del retablo de San Juan de la Cruz y los dos ángeles que coronan el tornavoz del púlpito. Los trabajos, llevados a cabo por las restauradoras salmantinas Carmen Diego Espinel y Carmen Fernández Bermejo, se han desarrollado in situ debido a la imposibilidad de trasladar las piezas a un taller.
La pieza central de la intervención ha sido la puerta del sagrario, una delicada obra en óleo sobre tabla de 48,5 x 35 centímetros que data del siglo XVII. Su función litúrgica, la reserva de la eucaristía, y su ubicación en el magnífico retablo de San Juan de la Cruz, en el lado norte del crucero, exigieron que todo el proceso se realizara dentro de la propia basílica.
Este retablo, junto a su colateral dedicado a la Anunciación, flanquea el retablo mayor que alberga el sepulcro de Santa Teresa de Jesús. Ambas son obras de 1676, diseñadas por el tracista carmelita descalzo fray Francisco de Jesús María, ensambladas por Juan Arenal y con pinturas del reconocido artista Francisco de Rizi, cuya relación con Alba de Tormes fue propiciada por la corte ducal.
Antes de la intervención, la puerta del sagrario presentaba un estado de conservación calificado como malo, agravado por una intervención anterior poco afortunada. Los daños más significativos eran:
"El tratamiento que hemos realizado en este caso es un tratamiento de restauración necesario para salvaguardar la conservación de la obra, así como subsanar las patologías existentes y donde se ha eliminado la intervención anterior", explican las restauradoras. El proceso, documentado fotográficamente en cada fase, siguió unos pasos meticulosos:

Paralelamente, se ha intervenido en los dos ángeles del siglo XVII que decoran el tornavoz del púlpito. Estas figuras presentaban pérdidas de soporte en peanas, pies y dedos, y sus alas se encontraban sueltas, aunque afortunadamente guardadas en el monasterio. El barniz amarillento ocultaba sus encarnaciones rosadas originales.
En este caso, se optó por un tratamiento de conservación centrado en estabilizar la pieza. No se añadieron volúmenes ni se retocó el color de las pérdidas, ya que la gran altura a la que se encuentran permite que el tono blanquecino de la preparación se mimetice visualmente. El trabajo se concentró en fijar los bordes de la policromía para detener su deterioro, limpiar el barniz oxidado y, fundamentalmente, colocar y sujetar de nuevo las alas en el cuerpo de los angelotes.
El retablo de San Juan de la Cruz, que alberga el sagrario restaurado, es un ejemplo de un barroquismo mesurado y sobrio, característico de la Reforma del Carmelo Descalzo. En una época en que las columnas salomónicas comenzaban a dominar el retablo español, esta obra utiliza columnas corintias estriadas, rompiendo su sobriedad únicamente con la hojarasca de las ménsulas. Este estilo guarda una gran similitud con el trabajo que el mismo tracista, fray Francisco de Jesús María, realizó para el carmelo de Peñaranda de Bracamonte, donde también trabajó el ensamblador Juan Arenal.