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Carta de una corza atrevida  
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Carta de una corza atrevida  

Actualizado 18/08/2025 08:41

¡Hola!: Disculpad que hoy me tome la libertad de introducirme en vuestros asuntos de personas siendo un animal sin nombre propio, sin apellidos aunque tengo padres, sin derechos… y en estos momentos con una preocupación tan grande que no me cabe en el corazón. Por eso voy a hilvanar mis pensamientos para que me vuelen las horas que pensando los relojes se paran donde surge la tristeza. Pero para que me podáis entender, os cuento mi tragedia.

El sábado nueve de julio salí con la luna a buscar hojas, moras y jaras para mis corcinos. Al cruzar una carretera me sorprendió un coche que me dejó dormido del golpe que recibí. Cuando desperté el sol no me calentaba, me abrasaba viva. Estaba fuera de la cuneta, sobre unas hierbas, hecha un ovillo y sudando por cada pelo un goterón. Intenté ponerme en pie. La voluntad se negó a ayudarme. Observé que la alfombra que tenía debajo no era verde como en primavera, ni amarilla como en otoño, era parda como en verano y estaba salpicada de manchas rojas. Intenté ladrar para que me auxiliara algún corzo de mi pequeñamanada pero de mi garganta no salía ni el silbido con el que amamanto a mis corcinos y los duermo. Para olvidarme del dolor que me impedía mover una pata, empecé a contar los coches que pasaban: uno, dos, tres, cuatro, cinco… Ninguno paró.

En circunstancias normales, me ubiera alegrado: los corzos tenemos tanto miedo de los hombres que huímos de ellos como de la peste, pero cuando la vida está en peligro, al igual que a ellos, el miedo se nos vuelve esperanza y pactamos con el diablo si hace falta para salvarla. Por eso dicen ellos que la esperanza es lo último que se pierde y nosotros sentimos igual que ellos. Al filo del mediodía se detuvo una furgoneta, se bajaron un niño y su padre y corrieron hacia mí. Está muerta, decía el niño llorando. Que no, David, que no, que solo está herida, decía el padre para tranquilizarlo. Entre los dos y a duras penas me metieron en la furgoneta. ¡Qué horror!

Si no hubiera sido porque mientras que el padre conducía el hijo empezó a acariciarme, me hubiera muerto de verdad, porque de mentira ya estaba, por eso pude oír a David: No te preocupes, corcita, me decía, no te preocupes que estás en España, un país de los mejores del mundo, de los más civilizados, y para proteger a los animales contamos con la Guardia Civil, con la Policía Nacional, con un servicio especializado que se llama SEPRONA y centros adecuados donde os tratan de mil amores porque los españoles amamos a los animales tanto o más que a las personas.

Fíjate que hasta a los perros les hacen parques las autoridades y los dueños hasta los visten de personas. David pensaba que me quejaba de dolor, pero en realidad sonreía de felicidad. Nos detuvimos en Terradillos. Su padre telefoneó al ayuntamiento que estaba cerrado. Quería saber dónde tenía que llevarla, los pasos a seguir para hacer las cosas bien, como todos los ciudadanos sabía que no atender a un animal estaba más penado por las leyes que no atender a una persona, y algunos lo habían pagado muy caro. Telefoneó al Cuartel de la Guardia Civil de Alba de Tormes. Tampoco hubo respuesta. Desde que los móviles suplieron a los teléfonos fijos y cada cual lleva el suyo ni dios (los oficiales) ni el diablo (los particulares) los usan para lo que deben usarse.

Por último llamó al 112. Cogieron la llamada al menos. Llamarían los de SEPRONA. Pasaron dos horas y los únicos que llegaron fueron la madre de David y amigos de la familia con botellas de agua para mí porque ya no quedaba una gota en mi cuerpo. A las tres de la tarde, cansado de esperar, el padre de David dijo que se iba a probar suerte en Santa Marta y David, aunque ni siquiera había comido y come más que una lima porque tiene 11 años y no para un momento, se negó a dejarme solo.

En el Cuartel de la Guardia Civil de ese municipio los recibió un agente muy amable. En contra de su voluntad, no podía hacer nada por mí: se lo prohibía la ley. En España, por lo visto, con los animales pasa como con las personas: todas son iguales ante la ley, todas tienen los mismos derechos, todas deben ser tratadas como seres humanos… pero eso ya no es un cuento chino, es un cuento español, porque todo depende de cosas que cuesta mucho entender. Supe, no obstante, que hay animales protegidos. Los lobos, por ejemplo.

Estos, que solo sirven para hacer daño al hombre, tienen derecho a comerse cuantos corderos quieran, y los corderos, que son tan útiles, tan necesarios y tan indefensos, solo pueden resignarse a morir entre sus dientes y arruinar a sus amos; otros, por lo oído, son cinegéticos, es decir: que pueden vivir en el campo, a su libre albedrío, pero esto no es un trato de favor, de justicia, de civismo, es una trampa. ¿Quién va a saberlo mejor que yo que es lo que soy?

Podemos vivir en y del campo, pero tenemos que hacerlo a escondidas porque cuando la ley dice que es tiempo de caza, los cazadores pueden matarnos de un disparo como mataron al padre de mis crías, y como nunca sabemos cuando va a ser tenemos que ser prudentes. El agente solo podía llamar a un forestal para que me dejara en el monte a merced de la suerte. Para eso no necesito a nadie, también puedo hacerlo yo, dijo el padre de David.

Y movido por la impotencia de querer hacer las cosas bien y tener que hacerlas mal, añadió: total que lo mejor habría sido matarla y comerla. Sí, respondió el agente, pero eso podría causarle algún dolor de cabeza, pagarlo caro incluso, porque está penado. Menos mal, pensé yo cuando pe por pe y a por a me lo contó llorando David porque yo me quedé en la furgoneta, que España era un país de los mejores del mundo, de los más civilizados…

Mientras hablaban lo que cuento, el agente, quiero darle las gracias, hizo no sé cuántas llamadas para buscarme un albergue aunque fuera de momento. Eran las cinco de la tarde cuando en una protectora de aves de Salamanca le dijeron que mucho no podían hacer, pero que me llevaran, que no iban a dejarme en la calle en tales condiciones, que intentarían curarme la pata y ya verían después. Antes de llegar tuvieron que parar para lavar la furgoneta, con los nervios me hice las necesidades mayores una vez y las menores ni sé cuántas. El vehículo pues olía a todo menos a jardín y tenían que evitar que me rechazaran por el mal olor que desprendía. Me recibieron con cariño y hasta me tenían una jaula preparada para que descansara. David rompió a llorar, yo también, pero en esta ocasión los dos dealegría. El domingo por la mañana fue un veterinario a curarme la pata.

Contactaron con una protectora especializada y un forestal cogió el furgón y se puso en camino para venir a buscarme, pero cuando me dijeron que la ciudad donde iba a ir a vivir se llamaba León, me entraron tales temblores que, fuera por el pánico que me dio, fuera porque me llegó lahora, lo cierto fue que palmé. Por la tarde me hicieron la autopsia, además de la pata quebrada, tenía un golpe en la cabeza.

En el cielo me recibió San Pedro, pero ante mi sorpresa, no pudo mandarme a al pabellón de los ángeles, que es donde descansamos los animales al morir. Me contó que los pabellones celestiales se distribuyen por nacionalidades, y el noventa por ciento de los ángeles de los españoles, por obra y gracia de los malditos líos que se traen en la tierra, tienen una depresión de caballo, y el diez por ciento que todavía no han caído en ella, no dan abasto para atenderlos porque los pobres ni oyen, ni ven, ni entienden.

Pero como aquí todos podemos ejercer el derecho a vivir en paz, me ha premiado con una estrella de seis puntas, la primera para que desde allí cuide siempre de mi amigo David, la segunda, de su padre, la tercera, del agente amable y el resto para que haga lo mismo por todos los empleados de Las Dunas, que así se llama la protectora de aves que me dio cobijo, algo que haré con gusto y con la ayuda de mis corcinos que, nada más posarme en ella los vi llegar, pues, habían salido a buscarme y por fin me encontraron.

Firmado: una corza feliz

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