En nuestro Museo, que merece una visita, se custodia un impresionante cuadro del pintor de Vitigudino cuya obra se exhibe en la Sala Núñez Solé del Museo Diocesano.
Merece la visita este Museo situado en el Patio de Escuelas que se llena de turistas para admirar la fachada rica de nuestra Universidad. Un Museo que recorreremos con calma y atención pero que hoy atravesamos para encontrar entre sus paredes uno de los cuadros más insólitos y monumentales de este hermoso lugar: “La deposición de Cristo” de Vidal González Arenal.
Frente a este sorprendente cuadro de grandes dimensiones, el espectador se siente sobrecogido por el tema, el momento en el que el cuerpo de Cristo se “deposita” en el sepulcro ante el dolor de sus compañeros y de las mujeres, un tema religioso que se les pedía a los alumnos de la Real Academia de España en Roma, donde el artista de Vitigudino estaba becado. Espacio para todos los pintores que buscaban mejorar su aprendizaje y presentarse a las Muestras Nacionales, la Academia de Roma estaba marcada por una enseñanza academicista, por el influjo de la antigüedad clásica y las obras religiosas del Vaticano y por la influencia de otro gran becado, el artista catalán Mariano Fortuny.
En este ambiente privilegiado, vive Vidal González Arenal, un muchacho huérfano, nacido en Vitigudino en 1859 y ayudado por la Diputación de Salamanca primero en sus estudios en San Eloy, luego en la Academia de San Fernando en Madrid, donde será copista en el Museo del Prado y después, alumno en Roma. Allí se le piden obras de gran formato, de tema histórico y religioso como esta “Deposición de Cristo” que envía a la Exposición de Bellas Artes en Madrid, ganando en 1985 la segunda Medalla. La primera ha sido otorgada a Joaquín Sorolla, también becado por la Diputación de Valencia en Roma, quien ha viajado con su cuadro “¡Aún dicen que el pescado es caro!”, algo que no pudo hacer por motivos económicos nuestro pintor, quien aprovechó que el envío de la pieza corría a cuenta de Madrid. Un cuadro que, por diversas razones, no fue expuesto por la organización y permaneció en su poder toda la vida hasta que, a su muerte, pasó a la familia quien lo cede a nuestro Museo.

Hay entre la obra del pintor de la luz levantina y la de Vidal González Arenal muchas concomitancias. El primero recrea una escena dolorosa, de tipo social. Sus protagonistas se inclinan sobre el herido mientras la luz entra por los laterales, a la manera tradicional. En el caso de González Arenal, esa luminosidad también desciende por la escalera de la gruta, pero también sale de la breve luz de una vela y ambas dejan ver, como en una cuidada escenografía, a los acompañantes del cuerpo de Cristo que permanece en primer plano. Mujeres doloridas, hombres entregados, figuras cuyos bocetos se exhiben en la muestra dedicada al artista en la exposición de la Sala Núñez Solé. Y merece la pena verlos para acudir después a visitar el cuadro original de gran tamaño, para comprobar cómo el artista ha resuelto los problemas de composición de esta impresionante pieza.

El visitante, sobrecogido por la escena, no puede por menos que reparar en los pequeños detalles: la escalera por donde desciende la luz, el rostro exagüe y el cuerpo flaco de Cristo, y la figura abrazada a sus pies, una Magdalena marcada por su larga melena y, sobre todo, por su postura doliente, lejos de toda contención. El color de su túnica marca el equilibrio de una tela que mantiene la sobriedad y el tono del doloroso tema en el que sorprende la postura de quienes alzan amorosamente el cuerpo de Cristo y el tratamiento exquisito de sus vestiduras, tratadas de forma casi escultórica.
Un tema consabido para un artista que busca una cierta originalidad en el tratamiento de la escena. Un artista que hace y rehace bocetos que muestran su dominio del dibujo más convencional y que, sin embargo, combina a los personajes y trata la luz de una forma diferente. Esa sorprendente solución que le otorgó la segunda medalla en 1895, un importante premio que daba no solo prestigio, sino también nombre para futuros encargos. La medalla se convierte en el reconocimiento del trabajo de un pintor cuyo carácter, a diferencia del de su admirado Fortuny y de su compañero Sorolla, era poco dado a las servidumbres sociales y a la negociación de las ventas. Introspectivo y dedicado en cuerpo y alma a la pintura, Vidal González Arenal dejará Roma al ser solicitado por el Padre Cámara, obispo salmantino, para enseñar a las gentes de la ciudad los rudimentos de la pintura, una misión que el artista entiende como una forma de devolver a quienes le becaron, la ayuda prestada. A su regreso, la vida de nuestro pintor será de entrega a la docencia y a los encargos que llegan a su estudio. Visitará la capital para ver a su familia y acudir a las exposiciones, pero su vida se convertirá, hasta su temprana muerte en 1925 en una callada dedicación al trabajo: obras que recorren la belleza de la provincia y que el visitante puede admirar en la muestra dedicada a su trabajo en la Sala Núñez Solé.
Celebrar el centenario de la muerte de nuestro pintor es una fiesta para descubrir su talento. Para solazarnos con su obra costumbrista dedicada a la Salamanca más tradicional, para buscar aquello que no conocemos. Y para visitar este museo que guarda una joya que merece detenernos en su belleza dolorida: “La deposición de Cristo”, un cuadro monumental que disfrutamos gracias a la generosidad de la familia del pintor de Vitigudino al que recorrer con admiración, en un museo al que volveremos muy pronto: nuestro Museo de Salamanca.
Charo Alonso / Fotografía: José Amador Martín