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El mirador
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El mirador

Actualizado 04/08/2025 12:02

Se asoman los miradores a la calle desde la casa, dispuestos a la vista de la vida y a la protección de los cristales, guardando el calor del hogar y ganando el espacio que, o se redondea para la mesa camilla donde atisbar el paso de los días, o se deja para plantas y una mínima silla en la que ponerse como en palco de teatro o asiento de reina, a ver la vida pasar y las gentes correr en su prisa matutina.

Decía el poeta de todas partes que murió en México y que llamaba “rusita” a Elena Poniatowska, que quería un abuelo que ganara una batalla y una casa solariega y blasonada, pero no, yo tuve un abuelo que perdió la guerra y lo que es peor, del otro lado porque no le quedó más remedio y sobre la casa, yo lo que quiero es un mirador sobre las calles de Salamanca. Por cierto, al poeta, a León Felipe, le dedicaron en Sequeros un teatro que me dicen que está siempre cerrado y que quiero ir a ver, para pronunciar allí palabras que nos lo devuelvan con su verbo épico y enfático que tan bien le iba al carácter apasionado de los mexicanos, quienes se aburrían de oír a los republicanos del exilio con sus voces potentes. Yo quiero un mirador para sentarme a ver la vida pasar, como un personaje de Carmen Martín Gaite, la Carmen que nunca escribe sobre la Coria de su Ferlosio, la Carmen que amaba al falangista de su suegro y a la desmesurada italiana de Liliana, su querida suegra ¿Hay alguien con más pudor a la hora de mostrar lo suyo que la escritora salmantina?

Vivimos tiempos en los que desnudamos hasta el último pensamiento a un público al que no le hace ninguna falta saber de nuestras intimidades, pero la autora salmantina supo callar lo propio y jugar con la imaginación y con sus consideraciones, no las de otros. Fue siempre de una exquisita cautela y mira que supo de secretos ajenos y de una saga, los Sánchez-Maza, Ferlosio y Pradera que tenían para rato, caserón extremeño incluido. El pudor de la Gaite a la hora de hablar de su querida familia política pese a la separación del complejo y magistral autor de El Jarama, merecería ese premio contra la impudicia que ahora parece no ganar nadie porque todos estamos dispuestos a narrar hasta el último rescoldo de todas las hogueras, las propias… y lo que es peor, las ajenas. Carmen Martín Gaite fue educada en una delicada cortesía, la de huir de la exhibición de la intimidad ajena como de la peste. De ahí que quemara para nuestra desgracia, tantas cartas y su hermana, al final, rematara la faena.

Decía yo, para retomar el hilo, que Carmen Martín Gaite siempre fue costurera porque le enseñó su madre, que quería un mirador para ver pasar la vida provinciana. Y me conformo con un patio para pintar de verde los días de la ciudad y sus calores. El patio de mi casa donde releer a la mujer que habitó todas las terrazas. Estoy en el verano de Martín Gaite entre los visillos de la añoranza.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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