El artesano y profesor José Antonio Arroyo desvela los orígenes renacentistas y la evolución de una de las señas de identidad de Salamanca, marcada por las modas y los materiales de cada época
El bordado que adorna la indumentaria tradicional salmantina no es un mero ornamento. Es un lenguaje cifrado en hilo y aguja, un documento histórico que narra la evolución social, económica y estética de la provincia a lo largo de los siglos. Para descifrarlo, contamos con la pericia del artesano José Antonio Arroyo, un profundo conocedor de sus técnicas y su devenir, quien sitúa sus raíces en una de las épocas de mayor esplendor artístico de Europa.
Según Arroyo, aunque el traje charro tal y como lo conocemos se consolida más tarde, el origen de su técnica es muy anterior. "Es un tipo de bordado que viene desde época renacentista, va evolucionando con los años en la indumentaria, y el traje que tenemos se hizo a partir del siglo XVII y XVIII", explica el experto.
Como ocurre hoy, la moda dictaba las tendencias, aunque a un ritmo mucho más pausado. Las prendas que han llegado hasta nuestros días, principalmente de mediados del siglo XIX, ofrecen un retrato fiel de los gustos de aquella generación. El experto, natural de Lumbrales, se centra en la zona que mejor conoce para ilustrar este periodo.
"Vemos la ropa de mediados del siglo XIX, a partir de 1850, que es la que nos llega", detalla Arroyo. En esa época, un material oscuro era el protagonista absoluto. "En mi pueblo particular, y me atrevo a decir que en casi toda la margen del Águeda, se usaban trajes negros bordados con azabache, bueno, cristal negro", afirma.
Este estilo se caracterizaba por una mayor intensidad ornamental en piezas concretas como los mandiles y los dengues, también conocidos como rebocillos en esa comarca.
La transición del siglo XIX al XX trajo consigo una auténtica revolución en la estética del traje charro. La sobriedad del azabache dio paso al brillo y la opulencia del oro, un cambio influenciado por otros ámbitos de prestigio.
"Conforme cambia el siglo, ya llegando al siglo XX, a finales del XIX, empiezan a entrar los bordados en oro", relata José Antonio Arroyo. El experto apunta a dos posibles influencias clave: "Por el bordado religioso o por otro tipo de bordados, de uniformes, que también se enriquecen con oro en todos los altos cargos".
Este cambio no fue generalizado, sino un símbolo de estatus. "En la indumentaria popular, igual, las familias más pudientes empiezan a bordar sus trajes en oro y en otros materiales más modernos que el azabache o cristal antiguo que se usaba una generación anterior", concluye.
"El bordado a realce en oro, que asemeja esas piezas del bordado religioso, eso quizá para mí es lo más difícil del bordado charro", sentencia el artesano. La dificultad reside en un proceso minucioso que busca crear volumen y relieve, un trabajo que exige una precisión absoluta.
Junto a esta técnica, la utilización de la mostacilla, diminutas cuentas de cristal, en trajes de mujer y chalecos de caballero, representa otro de los hitos técnicos que definen la riqueza y la complejidad de este patrimonio cultural vivo de Salamanca.