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Edwing Vladimir, compromiso de rap y poesía para contar la vida  
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ENTREVISTA

Edwing Vladimir, compromiso de rap y poesía para contar la vida  

Actualizado 16/07/2025 20:03

El rapero salmantino de origen salvadoreño es un máximo exponente de la cultura urbana y del rap entendido como mensaje social

Edwing Vladimir posa para la cámara de Carmen Borrego entre los visitantes que tratan de encontrar la rana en la fachada de la Universidad o asomarse al pozo del Patio de Escuelas. El músico urbano, el poeta rapero que lleva en la piel el verso de Celaya sobre la poesía comprometida, nos ha citado en el mismo centro de la ciudad universitaria: “Se trata de juntar la cultura con mayúsculas con la cultura con minúsculas y con la cultura popular. Hay que mezclar y avanzar”.

A Edwing Vladimir le vimos actuar y después, ejercer ese compromiso que asume en cada gesto: coincidimos en la distancia corta de una actividad en el Centro Penitenciario de Topas donde sorprendió con su conciencia social, su acelerada rima, su dominio del escenario y la actuación memorable que nos regaló a internos y visitantes. Cara a cara, lejos del estilo quizás agresivo que se espera de la música urbana, Edwing sorprende al interlocutor, es de una dulzura y un trato cercano, exquisito, y de un discurso claro y serio. De ahí que que sus talleres, dedicados a la gente joven, sean un éxito, y su pertenencia al colectivo de poesía de Lavapiés, la prueba de que estamos frente a un rapsoda del asfalto, comprometido e inspirador.

Charo Alonso: ¿Cómo abordas tus talleres a través de la música?

Edwing Vladimir: Siempre desde la realidad. El rap enlaza con la realidad del momento y tiene una carga sociopolítica. También en mis talleres trato de enfocar todo esto para desmontar el discurso de odio que sufrimos actualmente.

Ch.A.: Antes quizás identificábamos al rapero con un discurso violento, con una estética determinada ¡Acababan todos a tiros! Pero tú no tienes nada de esto.

E.V.: Es verdad que se trata de la música propia de un estrato marginal, pero es algo más global que todo eso. Tiene que ver con la cultura urbana, con la pintura, con la colectividad. La imagen del rapero que se lía a tiros ya no existe, pero sí hay cierta estética aunque yo visto así, a mi manera, y ahora, con una camisa propia del país de mis orígenes, El Salvador. El rap está ligado a un cierto aspecto marginal, cierto, pero no se trata de profesionalizar la marginalización y sí de dar voz a quienes no la tienen.

Ch.A.: En una entrevista que hiciste con Fernando Cyborg, afirmaste que el rapero era el cantautor de hoy. Esa definición me gusta ¿Cómo y cuándo te interesaste por este tipo de música y no por otra?

E.V.: El objetivo del rap es mostrar la realidad, una realidad que está en el suelo, que muchas veces no se escucha, a contar lo que pasa en los barrios. Eso me gusta, pero yo me interesé muy temprano por esta música porque mi hermana me enseñó una canción de “Los violadores del verso” que me dejó sorprendido, fue bastante heavy. Tenía 14 años y dije, esto es lo mío. Era muy habitual en mí escuchar música, mucha música, pero eso sí, con buenas letras: rock, rap, eska… pero aquello tenía una estética rebelde que, para un adolescente, era muy llamativa, muy rompedora.

Ch.A.: ¿Y qué es una estética llamativa? ¿La forma de vestir de la que hablábamos antes?

E.W.: Sí y no, va todo unido. Pero en realidad todo se reduce a subvertir los ejemplos de poder, confrontar ciertos mensajes que siempre vienen de la autoría del hombre blanco. A mí me enseñó el rap que había otros modelos, que la gente como yo teníamos representatividad. Eso es algo que he pensado después, que de joven necesitaba ver otros modelos, necesitaba aceptar mi pelo, ese pelo que siempre llevaba muy corto para que no se viera afro, aceptar otra manera de sentirse, vestirse. Se trataba de luchar contra el sentido de no pertenencia.

Carmen Borrego: ¿Te has sentido alguna vez víctima por ser diferente?

E.V.: Claro, porque lo eres. No tienes la misma piel, ni el mismo estilo de nombre. Siempre con la sensación de no pertenencia, por eso es importante encontrar referentes, aceptar la diferencia, mostrarla libremente. Me di cuenta con el tiempo de que la música reparaba las heridas de la falta de referencia y después, empecé a vestirme como os he dicho, a mi manera, y a dejarme el pelo más largo. El aspecto físico te marca. Sufrimos ataques racistas constantes. A mí me para la policía para pedirme el NIE ¡Si yo no he tenido nunca NIE, tengo DNI! O me preguntan cuándo me he nacionalizado ¡Nunca! Nací en Madrid, he vivido toda mi vida en Salamanca. El racismo existe, pero todo se combate con diversidad. El rap quiere escapar de los yugos de esta sociedad que no la acepta.

Ch.A.: Buscas la libertad y un cambio de modelos y ahora te has convertido en padre y vas a tener un trabajo aún más duro, porque educar también es imponer un modelo…

E.W.: Cierto, ahora me toca pelear más porque tengo que educar a mi hija en el feminismo evitando mis propias conductas machistas. Y quiero tratar de ser un padre presente, no la figura tradicional del que trae el dinero a casa, sino el padre que está ahí, que da cariño físico, que da ternura. Educar a mi hija es un ejercicio de subversión. ¡Y como tiene la piel morenita también hay que enseñarle a respetar y a asumir su identidad latina! En la labor de crianza responsable es fundamental el trabajazo de mi compañera Elsa, lo que ella me enseña y lo que aprendemos juntos.

Ch.A.: Una identidad, la tuya, la de vuestra hija, que no sólo defines por el origen, porque has nacido aquí…

E.V.: A mí lo que me gusta es enarbolar la actitud del barrio, de la cultura popular, de la diversidad, de la colectividad, de lo vivo. Yo me crie en Santa Marta, que no es un pueblo, pero casi. El arraigo es algo fundamental, es donde se viven las políticas directamente, sin ideologías, porque se trata de cómo vives, cómo te educas, de cómo compras… Se trata de ese tejido de confianza en que cohexistimos, porque frente a esta vida tan individualista, donde se habla del artista, de su obra, quiero apostar por lo colectivo, por enarbolar esa cultura que enlaza con la gente, desde el barrio y con el barrio. Esa es la identidad que me interesa.

Ch.A.: Oyéndote creo que tienes un discurso muy coherente y muy sabio.

E.V.: Las palabras son importantes, por ejemplo, cuando decimos MENA, por ejemplo, estamos otorgándole un rasgo de peligrosidad que es un prejuicio, y no una realidad, porque si a ese muchacho le damos nombre, identidad e historia, ya no tiene peligro. Es una persona. Yo intento sostener un discurso coherente porque quizás, al no haber tenido formación musical o no la suficiente formación cultural pienso ¿Qué hago aquí? Tengo el síndrome del impostor y me esfuerzo aún más. Yo siento que he sido, como hablábamos antes, formado por mis vecinos, que sé que sienten lo que yo escribo, siento que he sido formado por mi casa, por la música que he oído en ella, por la cultura del hogar, la de mi padre, que tengo que reconocer que era el que se quedaba con nosotros después de la comida, porque mi madre se levantaba a recoger la mesa. Un padre que hablaba de poesía, de Roque Dalton, de Aideé Fopa, un padre no tenía quizás mucha formación, pero sí emoción, un padre que ponía música latina, Silvio, Milanés… que tenía el placer de las letras, de la poesía… y a eso se le unía la música que escuchábamos en los parques, porque nos juntábamos mucho, nos intercambiábamos música De toda esta suma es que empecé a tachar, no a escribir, a tachar. Y lo enseñaba a los amigos, lo compartía. Estamos acostumbrados a nosotros mismos, pero hay que sacarlo. Yo sé cuándo un texto me hace sentir algo y quiero transmitirlo. Empecé en los talleres de escritura de Raúl Vacas, gané algún premio de Jóvenes Creadores y sentí que quizás sí, que escribía con un mínimo de calidad.

Carmen Borrego: Me da la impresión de que eres muy exigente.

E.V.: Quizás eso es fruto de no tener un título, como ya os he dicho. De sentir que no estás a la altura. Por ejemplo, cuando me llamaron para actuar en la entrega de las Medallas de Oro de la Ciudad en el 2023 no me lo podía creer ¡Si soy un rapero! Fui con una amiga música, Ángela Isierto, que toca el arpa, el rap y el arpa ¡Casi un palíndromo! Se esperaba calidad de mí y acepté, es necesario que las instituciones apuesten por la diversidad, que todos tengamos cabida.

Ch.A.: ¡Debió ser impresionante!

E.V.: Lo fue porque tiene un protocolo enorme, nunca había visto a la Guardia de Gala del Ayuntamiento… y me saludaban, me felicitaban ¡Tenía ganas de decirles “Eh, tranquilos, que tengo papeles”! Ya en serio, para mí fue un honor actuar en una ocasión tan importante, y hacerlo para visibilizar el rap, la poesía urbana. Por cierto, llevaba puesta esta camisa salvadoreña.

Ch.A.: ¿Has vuelto al país?

E.V.: He ido en el año 2018 y en el 2023, con mi madre, que volvió tras más de cuarenta años. Mi madre salió en unas circunstancias muy duras, en una guerra civil. En todos estos años el país ha cambiado mucho, pero ella se acordaba de todo, a pesar de que las calles eran muy diferentes, se orientaba, iba y venía. Yo tengo la ilusión de ir con mi hija. Ella se llama Izel, en nahúat significa “única”, todos los niños lo son, ella también. Quiero enseñarle que la diversidad es un valor, que limpia de prejuicios, que nutre la cultura y que es lógica y necesaria.

Ch.A.: Eres el mejor ejemplo para ello…

E.W.: Sí, porque estoy muy enraizado. Mi familia tenía un kiosko en Santa Marta, el Macondo, y tenéis que pensar que el del kiosko lo sabe todo de ti: sabe qué compras, qué revista lees, de qué partido eres por el periódico que le pides, sabe que a tu madre o a tu abuela le duele la rodilla. Soy santamartino, viviría allí si no fuera por la violencia inmobiliaria, y quiero que arrojen mis cenizas a la Isla del Soto, allí, con los animales de Coral Corona, o mejor, con los lapiceros, porque a mí de niño me gustaba mucho pintar, quería ir a clase de pintura, pero cuando mis padres se enteraron de lo que costaban las clases, se dijeron “vamos a decirle que no hay clases de eso”. Me gustaba mucho la pintura, pero luego me puse a escribir, en el fondo es lo mismo, emborronar, explorar.

Carmen Borrego: Nunca es tarde para volver a pintar… mira yo.

Ch.A.: Además, con un niño en casa volverás, los niños pintan de forma natural. Edwing, empezaste en el 2019 en la música con “La otra orilla”, luego con el apodo de “Don Rigodón”, estás en “El escaparate de Poesía de Lavapies” y ahora perteneces al grupo “Cheetos Crew” y has hecho vídeos muy visualizados ¿Qué pasa con los músicos cuando llegáis al techo de cristal de Salamanca?

E.V.: Ojalá el rap llegara al techo de cristal de Salamanca, no es tan fácil, el rap no llega a ciertos espacios culturales, y en ocasiones las instituciones se interesan, pero se espera que actuemos sin cobrar. Admiro mucho ahora a Lemus, está haciendo un trabajo fantástico con el mundo del folclore, con esta academia de baile tan fantástica Me gusta eso de hacer arte con todo, involucrar… pero es difícil ofrecer el rap sin relacionarlo con otro tipo de música o con el canto, porque yo rapeo, no canto, rapeo.

Ch.A.: Y escribes letras fantásticas que son puros poemas.

E.V.: Leo poesía desde siempre, y escribo, escribo mucho, trabajo mucho, busco la metáfora para expresar lo que deseo, no se trata de llamar a las cosas solo por su nombre. Sería para mí un sueño hacer un poemario, pero también estoy convencido de que saldrá, porque tengo tiempo para sentir cuál será el momento, cuándo estaré preparado para ello. Soy muy autoexigente como os he dicho antes, y quiero aprender, estoy constantemente aprendiendo, todo lo aterrizo en mí y lo intervengo, lo vivo. Después, quiero que alguien lo vea y se vea reflejado en mí, que aprenda que no hay una cultura hegemónica, que todos somos barrio, que todos aportamos algo. A mí me gusta que, en el barrio, se sepa que el vecino hace lo suyo, el kiosquero, el poeta… En este momento de individualismo, de desconfianza en el otro, reivindico la red de apoyo primario que es el barrio, y la necesidad del reposo para vivir, para la creación.

Ch.A.: Oyéndote pienso en Caín Ferreras…

E.V.: El primer espray me lo puso en las manos Caín Ferreras, y me enseñó a usarlo. Es el autor de mis tatuajes, “Solo me debo a mis quimeras”. El arte urbano es la misma cultura que el hip hop.

Lleva en el brazo fuerte Edwing los dibujos, tinta y piel, de un tatuador que levanta muros ornados de pájaros y se llama Caín Ferreras. Pero más allá del significado de letras y símbolos, el arte del pintor vuela en la piel del artista poeta: un ave a la manera de Ferreras, pero no un pájaro cualquiera, el torogoz, emblema nacional de El Salvador, cuyos colores evocan los bordados de la camisa de Edwing Vladimir, el rapero, el poeta que nos ha citado en esta Salamanca monumental suya que define como “paraíso de la inquietud”. Porque más allá de las piedras que ama están las gentes, las gentes diversas y coloridas, que vuelan sobre los muros de piedra secular, los muros que pinta Caín Ferreras, los muros que rompe entre nosotros Edwing Vladimir, músico, rapero, poeta.

FOTOGRAFÍAS: CARMEN BORREGO