Sábado, 06 de diciembre de 2025
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La sillita de enea
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La sillita de enea

Actualizado 15/07/2025 07:59

Escribía el poeta mexicano Octavio Paz y repetía la autora Elena Poniatowska, que la felicidad era una sillita al sol. Y en el verano que siempre fue tórrido en esta tierra nuestra, la sillita no se sacaba al sol, sino a la fresca del anochecer, al sedano que decían en la zona de Navasfrías, ahí más cerca de Portugal que de la Salamanca que desconocían. Tierra de inmigrantes que tomaban el tren en Ciudad Rodrigo para subir a la metalurgia del País Vasco o a las fábricas de hilos de Francia, donde se juntaban en el deseo común de conjurar la nostalgia, recordar el pueblo perdido y progresar.

Llega el verano y se llena el pueblo de visitantes que abren las casas con la ilusión de quedarse para siempre, de abandonar los pisos apretados de las ciudades ahítas y respirar la libertad de los niños y el descubrimiento feliz de los adolescentes que dejan a un lado las pantallas para mirarse a los ojos en las piscinas azules, en los regatos donde se bañan los primeros amores y quizás, las más dulces borracheras de las fiestas de pueblo. Llega el verano y el recuerdo de mi abuela y sus amigas sentadas a la fresca tras el día laborioso me falta en la su puerta, y recuerdo el rumor alegre de refranes y dichos que hilvanaba sus voces, las piernas estiradas, las manos quietas por una vez después de haber hecho tantas faenas, tantas labores que son incapaces de permaneceré mucho tiempo sin volar sobre la falda y el mandil. Ellas eran el rumor de un verano de niña allá en el pueblo de los madrugones de tractor, las siestas que conjuraban la tarea, la sandía y el fresco de una estancia a oscuras donde jugaba, pleno de oro de sol, el rayo caliente que dejaba pasar la cancela de la ventana cerrada y que me evoca un tiempo prodigioso, el del verano inacabable, promisorio, grano de cereal guardado en las paneras del corazón.

Custodio en mi casa de ahora, mi sitio de libros, una sillita de enea de mi abuela que, en cuanto me descuido, se llena de ropa y libros. Carmen Martín Gaite decía que cuando se deja un libro sobre un mueble o radiador, enseguida cría. El trabajo de aquel que hizo esta silla conjura el tiempo y siguen la mimbre y la madera alzándose en voluta útil que solo ha perdido un tanto la pintura. La miro con reverencia pensando en el valor de los objetos, en las pajaritas de amor que dobla con sus dedos Pablo de Unamuno recordando a su abuelo, en la materia que nos sobrevive y nos evoca a los queridos muertos, en la felicidad de un verano sin tiempo. Y vuelvo a oír, en la boca de Elena aquello del poeta que leo y no amo, Octavio Paz y su piedra de sol dura y concisa: la felicidad es una sillita tendida al recuerdo de aquello que amamos.

Charo Alonso.

Fotografía: Carmen Borrego.

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