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Moraleja forja su futuro taurino con un encierro infantil de minibueyes
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Al otro lado de La Sierra de Gata

Moraleja forja su futuro taurino con un encierro infantil de minibueyes

Actualizado 14/07/2025 00:42

Los más pequeños del lugar pudieron experimentar la adrenalina que sienten los mayores al correr delante de las reses

La cantera se cultiva en los primeros lances. Y en Moraleja, cuna de honda raigambre taurina, se sembró este domingo el germen de la afición en los corazones más jóvenes con un encierro de minibueyes que supo conjugar inocencia y rito, juego y tradición.

Las caras lo decían todo: entusiasmo genuino, emoción sin filtros, y una chispa de ese miedo reverente que los mayores bien conocen al ponerse delante de la cara del toro. Niños y niñas, que también ellas, valientes como las que más, tomaron el asfalto con arrojo, se entregaron al recorrido como si en ello les fuera el honor, algunos aferrados a la mano protectora de sus padres; otros, más hechos al valor, corriendo su particular encierro en solitario, sintiendo bajo sus pies el temblor leve de la manada menuda.

El alcalde, Julio César Herrero, ofició de maestro de ceremonias y entregó a los pequeños corredores el tradicional pañuelo verde, distintivo de Moraleja en las fiestas de San Buenaventura. Fue el prólogo simbólico a lo que vendría: un chupinazo que, como los de verdad, abrió las puertas del deseo, soltó la manada y desató la alegría.

Desde la Plaza del Mercado, la diminuta torada —miniatura noble y viva del toro bravo— avanzó con prestancia, y los infantes se midieron con ella en carreras breves, pero intensas. Porque para quien apenas roza el metro de estatura, enfrentarse a un minibuey es poco menos que vérselas con un miura. Y la emoción, en esas proporciones, se iguala.

El recorrido, corto en metros pero largo en sensaciones, fue también un espejo en el que se reflejaron los mayores. Padres y madres compartieron con sus hijos algo más que una tradición: compartieron el temblor, la ilusión, el eco de una cultura que se transmite de generación en generación no sólo por palabras, sino por vivencias.

Ya en la plaza, con los bueyes quietos y el juego convertido en fiesta, muchos se animaron a dar sus primeros capotazos. Algún pase natural surgió entre risas, y alguna media verónica soñada quedó grabada en la memoria. Porque, aunque las reses fueran inofensivas, el miedo —ese que se cuece por dentro y no se enseña— estaba ahí, y lo saborearon como se saborea por vez primera el respeto a la embestida.

En Moraleja, este domingo, no sólo se corrió un encierro: se educó en el rito, se despertó la vocación y se labró, a paso menudo pero firme, el porvenir de la fiesta.