Jesús Vega, un salmantino de 53 años, afronta un osteosarcoma incurable en estadio 4, un diagnóstico infrecuente calificado como "uno entre 100.000". Su historia es un testimonio de resiliencia y transformación vital, apoyado en su familia y en su lema: "No hay curación, pero hay tratamiento"
Todo comenzó con un hallazgo fortuito que irrumpió sin avisar. Para Jesús Vega, un salmantino de 53 años, lo que en enero de 2023 parecía un bulto sin más en su muslo izquierdo se ha convertido en el epicentro de una batalla vital contra un osteosarcoma en estadio 4 con metástasis en los pulmones.
“Estaba trabajando, y digo, bueno, será un bultito y tal”, ha relatado Jesús en conversación con este periódico, recordando cómo lo asoció a un simple quiste sebáceo. Sin embargo, la espera para la cita con el especialista se convirtió en una cruel cuenta atrás. “Mi mujer me decía, a ver, que no te llaman, no te llaman... y ya cuando me llaman, pues ya era tarde”.
Fue a principios de junio de 2023 cuando un especialista, nada más verle, activó todas las alarmas. Una derivación a cirugía vascular y una biopsia posterior pusieron nombre a la amenaza: un tumor maligno. Concretamente, un osteosarcoma, un tipo de cáncer de hueso que, paradójicamente, se había desarrollado en el tejido blando.
El diagnóstico era tan infrecuente para su edad que los médicos se lo describieron como un caso excepcional. “Me dijeron en un principio, dice, es que es un caso muy raro, dice, sale un caso cada 100.000, y luego le pregunté al médico y dice que sale una persona cada cinco años” con un cuadro clínico similar.
Desde ese momento, la vida de Jesús se ha transformado en una sucesión de tratamientos y hospitales. “La primera sesión de quimioterapia lo pasé muy mal”, ha confesado. A la quimio le siguió la radioterapia, pero el tumor, que ya era muy grande, y la aparición de un segundo en el glúteo, complicaban el escenario.
En busca de una segunda opinión, contactó con con un profesional del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona, un centro de referencia en sarcomas. La conclusión fue clara: el tamaño del tumor impedía una operación inmediata. La esperanza, sin embargo, encontró un nuevo camino a través de la ciencia más puntera.
Un estudio genético en la Clínica MD Anderson de Madrid reveló que Jesús era candidato a recibir inmunoterapia. “Con esos resultados, la oncóloga pudo determinar que me pueden dar inmunoterapia”, ha explicado. Pero el camino sigue lleno de obstáculos con tratamientos interrumpidos (Tras seis sesiones, la inmunoterapia tuvo que ser pausada por una neumonía), secuelas previas (ya que una quimioterapia anterior le afectó al corazón), condiciones preexistentes ya que vive con un solo riñón funcional tras una nefrectomía hace años. Y el dolor: ha necesitado parches de fentanilo, llegando a dosis de 50 microgramos, aunque ahora ha podido bajar a 12.
A pesar de la dureza del pronóstico, Jesús se aferra a una frase que se ha convertido en su mantra. “Dicen que no hay curación, pero hay tratamiento, entonces, yo, en base a eso, me agarro”. Es una declaración que encapsula su resiliencia.
El diagnóstico supuso un terremoto emocional. La primera reacción fue el miedo, pensando que no duraría “ni un año”. Pero tras el shock inicial y “llorar muchos días en casa”, ha emergido una nueva perspectiva vital.
“Parece un tópico, pero es verdad lo que dice la gente... vamos corriendo esta vida para arriba y para abajo con tensión, con estrés, y yo ahora lo que busco es paz, calma, tranquilidad”, reflexiona. Este cambio se manifiesta en los pequeños gestos: disfrutar de una conversación, escuchar la letra de las canciones o saborear un café.
“He perdido la vergüenza, parece que no, pero ahora hablo sin verüenza, doy abrazos, besos”, admite. Ha habido días de profunda oscuridad, de “querer tirar la toalla”, pero ha descubierto que la clave es la acción. “Lo primordial es pensártelo, hacer las cosas y uno está mejor. Te duchas, te cambias, simplemente el mirarte al espejo, el verte bien”.
En esta travesía, Jesús no ha estado solo. Su mujer ha sido su pilar fundamental. “Tuvo que dejar de trabajar para estar conmigo, y gracias a ella, pues, puedo tirar adelante. Yo la apoyo a ella, ella me apoya mucho a mí, si no, no sé qué estaría haciendo aquí”.
También ha encontrado un refugio en la Asociación Española Contra el Cáncer, donde el apoyo psicológico les ha ayudado a sobrellevar la carga. La enfermedad, además, ha actuado como un filtro en sus relaciones sociales. “Se ve amigos que los que creías que no iban a estar ahí son los primeros”, ha reflexionado. Por contra, otros, quizás por no saber cómo actuar, han puesto distancia. “He notado como que miran con lástima y tal, y yo eso no quiero”. Por eso, cuando se junta con su peña de amigos del pueblo, el objetivo es uno: “disfrutar juntos”.
Desl mismo modo, los agradecimientos para los profesionales que le acompañan también son especiales para Jesús. "Quiero agradecer el buen trabajo de la oncología de guardia y el equipo de Yolanda Lopez. También a Silvia, psicóloga del centro del cáncer de Salamanca, una dedicación muy importante tanto para las familias como paciente en entender y desarrollo de la enfermedad, conjunta e individualmente y nuca se olvida el primer día del diagnóstico y a la enfermera que me dió la primera quimio, Araceli; y la Doct. Romasanta de Radiología, muchas garcias", recalca.
Mientras espera los resultados de una nueva resonancia, Jesús Vega sigue adelante. Su historia no es solo el relato de una enfermedad, sino una poderosa lección sobre la capacidad humana para encontrar luz en la adversidad, redefinir la vida y aferrarse con todas las fuerzas a cada nuevo amanecer.