Los burdeles han sido desde tiempos bíblicos los mejores puntos de encuentro en los que obtener secretos imposibles.
Así lo entendió en 1939 el coronel Reinhard Heydrich, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich (R.S.H.A.), un poderoso organismo que reunía a todos los servicios secretos internos de la Alemania nazi.
Heydrich ordenó a uno de sus hombres de confianza, Walter Schellenberg, que infiltrara prostitutas fieles al partido en un burdel de élite con el fin de que sonsacaran a sus influyentes clientes y pasaran la información obtenida.
Schellenberg, entonces un joven ambicioso de 24 años, decidió ir más allá. Nada de infiltrar prostitutas. Lo más eficaz era hacerse con el control del burdel, que estaba regentado por «madame» Kitty Schmidt.
“Salón Kitty”, como era conocido, se encontraba en el número 11 de la Giesebrechtstrasse, una de las céntricas calles de Berlín. Tenía fama de contar con las mujeres más despampanantes, profesionales y cariñosas de toda Alemania. Y aunque era muy caro, sus camas nunca estaban vacías.
Las investigaciones que Schellenberg ordenó realizar en torno a «madame« Kitty facilitaron la puesta en práctica de su plan. Schallenberg descubrió que «madame« Kitty había transferido sus ingresos a varios bancos británicos y que planeaba huir del país. La «madame» conocía, por sus relaciones, el destino que Hitler estaba dando a los judíos, muchos de los cuales habían sido clientes; en varias ocasiones, incluso, ayudó a huir de las camisas pardas nazis.
Schallenberg se sentó a esperar. «Madame» Kitty fue detenida en junio de 1939, cuando intentó pasar la frontera a Holanda. Se le dieron dos opciones: colaborar o morir en un campo de concentración.
Días más tarde, los hombres de las SS instalaron micrófonos en las diez mejores habitaciones del lupanar.
El puesto de escucha fue emplazado en el ático, donde cinco soldados supervisarían las conversaciones que serían grabadas en diez discos de cera a la vez. Simultáneamente, Schallenberg inició un proceso de selección. Cientos de prostitutas fueron interrogadas por sus hombres, entre los que se contaban psiquiatras y médicos.
Al final veinte fueron las elegidas. Durante siete semanas recibieron un curso intensivo en diversas materias: idiomas extranjeros, uniformes militares, política y economía -nacional e internacional-, y también en el arte de sonsacar secretos en conversaciones casuales.
El “nuevo Salón Kitty” abrió sus puertas en marzo de 1940.
Schellenberg hizo correr la voz en cócteles donde abundaban diplomáticos extranjeros, generales y personal de las embajadas de que las nuevas chicas eran soberbias y merecían ser visitadas.
Para recibir tratamiento VIP (“Very Important Person” -Persona muy importante-), recomendaba que utilizaran una clave: “Vengo de Rothenburg”.
«Madame» Kitty les mostraba, para que eligieran un álbum con las fotos de las veinte prostitutas-espías.
El servicio secreto alemán grabó el primer mes casi 3.000 discos de cera. Para finales de 1940 más de 10.000 clientes habían pasado por las lujosas habitaciones intervenidas del Salón Kitty.
Uno de los dignatarios extranjeros que visitó el prostíbulo fue el ministro de Asuntos Exteriores de Italia, el conde Galeazzo Ciano.
El ministro se permitió menospreciar ante la prostituta a Hitler por sus “limitaciones” como amante, hombre de estado, y soldado. Las relaciones con Italia no fueron las mismas después de que el propio Hitler leyera la transcripción facilitada por Schellenberg.
Las SS también grabaron, en septiembre de 1940, una conversación entre el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, y su homólogo español, Ramón Serrano Suñer, cuñado de del General Francisco Franco. En aquel rato u horas y después de entregarse al placer, hablaron de un plan para ocupar Gibraltar. Plan que realmente existió.
Heydrich, el jefe de Schellenberg, se mostró igual de encantado con el éxito del plan de su subordinado que con la calidad del servicio prestado en el “Salón Kitty”, del que se convirtió en un asiduo cliente.
Obviamente, al “gran jefe” nunca le grabaron sus encuentros privados.
Reinhard Heydrich, el coronel de la SS que ideó el «Salón Kitty» como instrumento de espionaje, era un asiduo cliente. Lo mismo que Joseph Goebbels el todopoderoso ministro de Propaganda nazi, y and Sepp Dietrich, prominente general de la SS.
El Salón Kitty operó a pleno rendimiento hasta julio de 1942, cuando un bombardeo aliado destruyó parcialmente el edificio del prostíbulo. Hasta esa fecha la información obtenida, tanto de diplomáticos extranjeros como de altos mandos militares alemanes, fue de gran valía. Permitió a Heydrich, sobre todo, conocer la personalidad de los disidentes dentro de las filas nazis para después eliminarlos.
Desde esa fecha hasta 1943, el negocio siguió funcionando, bajo supervisión nazi, en los sótanos del edificio.
Después, las SS abandonaron y «Madame» Kitty recobró el control del burdel. La mayor parte de las prostitutas-espías permanecieron con ella. Schellenberg fue detenido en 1945 por los aliados. Pero no se pudieron encontrar los 25.000 discos de cera que contenían las conversaciones grabadas.
Se dijo que desaparecieron cuando las tropas soviéticas tomaron Berlín. Otra versión afirma que fueron incautadas por el KGB y entregadas a la STASI, los servicios secretos de la nueva República Democrática Alemana (RDA).
EL KGB IMITÓ EL SALÓN KITTY
La experiencia del Salón Kitty sin duda inspiró al KGB, que a principios de los años cincuenta montó un moderno Salón Kitty, a guisa de casa de masaje, en el centro de Frankfurt, en la República Federal Alemana (RFA).
La «madame» era Lydia Kuzazova, y entre sus clientes había empresarios, diplomáticos, oficiales aliados, funcionarios y agentes secretos norteamericanos. A diferencia del Salón Kitty, en este establecimiento se les grababa también con cámaras ocultas. El material luego era empleado para chantajear al influyente cliente.
La casa de masajes se encontraba, además, en un punto estratégico. A tan sólo 15 kilómetros del centro europeo de operaciones de la CIA. Los agentes que iban a ser enviados tras el Telón de Acero recibían allí su preparación y también allí eran interrogados a su regreso.
«Madame» Kuzazova se apuntó, de forma particular, un gran éxito en la captación de Glen Rohrer, un sargento de 44 años destinado en ese centro cuya misión era manejar el detector de mentiras. Rohrer cooperó con los soviéticos, desde 1960 hasta 1965, y les entregó todos los nombres y direcciones de los agentes que él conocía en la Europa del Este.
Cientos de espías aliados fueron detenidos y ejecutados gracias a la información facilitada por Rohrer. El Salón Kuzazova dejó de operar en 1965, tras recibir un aviso de un topo del KGB en el contraespionaje alemán federal de que estaban a punto de ser descubiertos. Lydia Kuzazova huyó a Moscú y Rohrer pasó al otro lado por Checoslovaquia.
LOS RUSOS MONTARON OTRO BURDEL CUATRO AÑOS DESPUÉS
Los rusos repitieron la operación cuatro años más tarde, en 1969. La «madame» en esa ocasión era conocida por Martha, una atractiva profesora de gimnasia de la RFA, y su establecimiento se encontraba en Bad Godesberg, uno de los barrios de clase alta de Bonn. Comparado con el Salón Kitty o la casa de masajes de Kuzazova, su prostíbulo era “humilde”: cuatro habitaciones decoradas con grandes espejos, detrás de los cuales grababan los encuentros amorosos de los hombres con más poder en la RFA.
El material era, entonces, enviado a Moscú. En 1978 el burdel fue desmantelado y Martha detenida gracias a la información de un desertor del KGB.
Sin embargo, fue Hans Albert Heinrich Helmcke, un mafioso alemán occidental y traficante en el mercado negro de la posguerra, el que llevó el arte del espionaje de burdel a límites desconocidos. En su prostíbulo, conocido como la Pensión Clausewitz, en Berlín Oeste, contaba con los mejores clientes que la ciudad podía dar: políticos, mandos de la policía y estrellas del cine y del deporte.
Cuando los jefes del BFV, el servicio de contraespionaje de la RFA, le propusieron pagarle a cambio de que les informara acerca de quienes frecuentaban su burdel y de lo que se hablaba, Helmcke pensó, de forma lógica, que sus homólogos de la RDA, la STASI, también pagarían por la misma información. Por el espacio de cuatro años, el alemán vendió a ambas agencias la información que obtenía de las conversaciones que sus chicas mantenían con los clientes. Pero no se paró ahí. Montó una agencia de detectives y abrió una agencia de noticias para periódicos, a los que sacaba pingües beneficios por la misma información; en Berlín Este creó una empresa de carne enlatada, la tapadera a través de la cual pasaba el material a la STASI.
La vida no podía irle mejor a Helmcke; compró varios nightclubs, hoteles, un lujoso chalet. La bonanza duró hasta 1965. El gerente de su burdel, cansado y quemado porque su jefe no escuchaba sus ideas para expandir el negocio y, en especial, porque una de las novias de Helmcke le molestaba diciéndole cómo debía dirigir el local, reveló al BND la verdad.
A las pocas horas de presentar la denuncia la policía desmontó el prostíbulo. Helmcke fue encarcelado por el espacio de varios meses. Al recobrar la libertad declaró: “Berlín no se da cuenta de lo que me debe; podía haber hecho estallar la sociedad”.
Helmcke fue un innovador en el espionaje de burdel, aunque, al mismo tiempo, otro tipo de “sexo espionaje” comenzaba a emerger con gran eficacia, el de las “golondrinas”. Pero esa es otra historia que les contaré después del verano
Felices vacaciones a todos mis lectores.
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